Lecciones de la Biblia, Profecías, Justicia Por La Fe
Hay algo poderoso y reconfortante en el uso que hace Pablo de la palabra “renunciar”. ¿Qué significa renunciara la impiedad y los deseos mundanos? Obviamente, hay un momento y un lugar en el que los verdaderos cristianos deben marcar un límite y decir “no”, de una manera que no de pie a malas interpretaciones. Debemos ser positivos con respecto a algunas cosas. Pienso que el poder de un No Positivo es una de las mayores necesidades en esta era corrupta y permisiva. Debemos tener el valor moral de rechazar aquello que contamina la mente y el cuerpo.
¿Ha sido siempre necesario que los hijos de Dios adopten posturas tan inflexibles en cuestiones sobre el bien y el mal? Consideremos la vida del gran personaje bíblico, Moisés. “Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado” (Hebreos 11:24, 25).
El contexto sugiere que se instaba a Moisés a tomar el camino fácil. Esto indica que existía otra alternativa, ya que tenía la opción de rechazarla. Debía elegir entre la riqueza y el placer, por un lado, o la aflicción por el otro. De seguro, toda la presión provenía de los que estaban en el lado equivocado. No hay dudas sobre la postura adoptada por sus jóvenes amigos de la corte con respecto a este asunto. Ciertamente, le presentaban las más tentadoras razones para que permaneciera en el palacio. Moisés era el futuro heredero del trono de Egipto. Nada estaba fuera de su alcance. Había música, bailes y hermosas princesas que competían por su atención.
No se debería pensar que fue fácil para Moisés darle la espalda a ese honor y posición real. Debe haberle parecido que el trono era el único camino hacia la popularidad, la riqueza y la fama eterna. No tenía manera de saber que lo contrario era verdad. Hoy en día, millones de personas en todo el mundo reconocen el nombre de Moisés, pero los nombres de los faraones han sido olvidados desde hace mucho tiempo. Visité la sala de las momias del museo de El Cairo, y vi los restos envueltos de algunos de los gobernantes más ilustres de Egipto. Leí nombres como Ahmose y Tutmose, que sonaban casi como Moisés, pero su nombre no estaba en ninguno de los elaborados ataúdes de piedra. Moisés no es una momia. Está en el cielo en este momento, disfrutando del “galardón” que consideró como “mayor riqueza que los tesoros de los egipcios”. Según Judas 9, se le concedió una resurrección especial, que representa las primicias de los que serán resucitados para encontrarse con el Señor en el día postrero. Para cada uno de nosotros, Moisés es un ejemplo del poder de un “No Positivo”. ¡Él se rehusó!
La mayoría hemos leído la historia bíblica de José y sus increíbles experiencias, primero como esclavo y luego como primer ministro de Egipto. Pero fue la esclavitud la que le dio un giro total a su vida, en dirección opuesta. La esposa de Potifar se sintió atraída físicamente por el apuesto y afable José; e inició un plan de acoso sexual para hacerlo cometer adulterio. Día tras día buscaba seducirlo con sus encantos. Probablemente ningún joven se haya enfrentado jamás a una prueba emocional tan severa como la de José, ya que afrontaba constantemente las seductoras artimañas de su hermosa ama. Como joven vigoroso, José sentía deseos físicos tan fuertes como cualquier joven de hoy. Estoy seguro que Satanás adornó con todo atractivo y glamour imaginables, cada lugar y momento de tentación.
¿Cómo lidiaba José con el acoso diario? No se nos dice nada sobre sus pensamientos o sentimientos, pero sí tenemos el relato de sus acciones. “Aconteció después de esto, que la mujer de su amo puso sus ojos en José, y dijo: Duerme conmigo. Y él no quiso” (Génesis 39:7, 8). ¡Qué testimonio! Él dijo: “No, no pecaré contra mi Dios”. Como Moisés, José asumió una postura inamovible con respecto a ceder al pecado. Incluso cuando la intrigante seductora trató de atraerlo a la fuerza, José dejó su ropa en las manos de ella, y huyó (versículo 12).
El incidente que acabo de describir tuvo lugar hace miles de años, pero representa un patrón que se ha repetido a lo largo de todas las generaciones sucesivas. Satanás ha usado el atractivo sensual del sexo y la inmoralidad para destruir almas de todas las edades, tanto en el pasado como en el presente. Pero en este siglo XXI ha perfeccionado al máximo esta arma. Vivimos en una sociedad saturada de sexo, un mundo casi dominado por lo carnal.
Hoy en día, son pocos los jóvenes que tienen la misma relación con Dios que tuvo José. Las excesivas complacencias han facilitado el ceder a sus impulsos, en lugar de vivir por principios. La televisión ha jugado un papel importante al popularizar la perversión y crear una actitud de tolerancia hacia el comportamiento promiscuo. En lugar de aprender a reprimir y controlar sus impulsos sexuales, la gran mayoría de jóvenes está aprendiendo a satisfacerlos libremente. El resultado ha sido una generación que ha crecido con pocas restricciones contra la fornicación. En efecto, la mayoría no entiende que Dios la llama abominación.
Nadie que viva en el mundo actual puede escapar a los efectos nocivos que ha generado semejante estado de anarquía moral. Estamos inmersos en eso, desde el amanecer hasta el anochecer, y nuestra única protección es tener la mente de Cristo. La naturaleza del hombre caído es ser carnal y vivir según la carne. De hecho, la carne no necesita estímulo en su curso natural de auto-gratificación y pecado. Aun así, la carne se ve estimulada e incitada por la desenfrenada publicidad de toda forma de impureza sexual.
Consideremos las circunstancias bajo las que el cristiano puede demandar protección del bombardeo diario en medio de toda la corrupción, y permanecer puro. En pocas palabras, esto solo ocurre mediante el esfuerzo consagrado de la mente y voluntad transformadas. La victoria sobre el pecado, viable solo a través de Cristo, supone un trabajo de cooperación entre lo humano y lo divino. Solo cuando reconozcamos los principios que involucran nuestro rol humano en la santificación, demandaremos el poder liberador de Dios. La santidad no es una actitud pasiva, en la que nos relajamos y permitimos que Dios nos separe del pecado.
Esto nos regresa nuevamente al poder de un “No Positivo”. El mandamiento de Dios es muy claro: “Sed santos” (1 Pedro 1:16). No significa que podemos purificarnos con solo el esfuerzo humano, ni que Dios lo hará todo sin nuestra colaboración. Nunca hará por nosotros lo que, a través del poder y la capacidad que nos ha dado, podemos hacer por nosotros mismos. Aunque la posibilidad de la victoria depende únicamente de Dios, la responsabilidad del triunfo depende de nosotros. Aprendimos que Dios no tomó a José y lo alejó de la presencia de la Sra. Potifar; José tuvo que tomar la decisión y actuar. Indudablemente, Dios le reveló lo que tenía que hacer, y de seguro los ángeles estaban allí para ayudarlo a escapar, pero José tuvo que alejarse del pecado antes que la intervención divina actuase.
Esto nos recuerda un principio primordial al afrontar el problema del pecado. Cuando se pide la victoria, no se pueden hacer concesiones de naturaleza carnal. Con el pecado no se negocia. José no se quedó para argumentar o debatir sobre el tema. Negociar con el pecado puede ser un asunto peligroso. La Biblia dice simplemente que “se negó”; luego huyó de la escena para alejarse de la presencia de la tentación. Esto es parte de nuestra responsabilidad en el camino hacia la victoria. Es incuestionable que hay que obedecer las leyes espirituales de la conciencia a fin de ser un vencedor. Una de esas leyes decreta que “por la contemplación nos transformamos”. Ignorar la ley conduce a la derrota en la batalla contra el pecado. Dios nos ha dado la mente para razonar, elegir y rechazar. Moisés y José sabían cómo usar lo que Dios les dio, y por eso ejercieron el poder de un “No Positivo”. Ni siquiera Dios pudo tomar la decisión por ellos.
Otro principio importante es que nadie puede seguir a Cristo sin negarse a sí mismo. Jesús magnificó esta ley espiritual cuando dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16:24). En la raíz de todo pecado humano yace la disposición innata a complacer la propia naturaleza. Nos referimos a ella como la naturaleza caída, inferior o pecaminosa. No tiene que ver con la culpa personal o condenación; pero sin la poderosa presencia del Espíritu Santo, esa inclinación genética ejercerá una dominante influencia sobre la mente y el cuerpo. La naturaleza caída siempre será seducida por los atractivos de las fuerzas físicas externas. Es por eso que nunca estamos a salvo cuando basamos nuestras elecciones de estilo de vida en emociones afectivas. Durante 6,000 años el diablo ha utilizado las percepciones sensoriales para atacar el alma con la tentación.
Si echamos una mirada atrás en la historia, y a la Biblia, encontramos el mismo principio en juego. Satanás ha utilizado invariablemente los cinco sentidos para hacer pecar al ser humano. El único acceso que el maligno tiene a nuestra mente es a través de la vista, oído, olfato, tacto o gusto. Dado que Dios ha creado el cerebro para adaptarse automáticamente a todo lo que entra por las vías externas, es aquí donde el diablo concentra sus más fuertes ataques. Satanás no puede entrar por la fuerza a través de los sentidos; de modo que presenta sus más poderosos encantos mediante la vista, el oído, etc., en un esfuerzo por asegurarse acceso a nuestra mente.
¿Cuál es el secreto, entonces, para mantener una mente pura mientras se está rodeado de escenas de maldad y sonidos seductores? Solo hay una respuesta. Debemos aceptar a Cristo completamente en nuestras vidas, de manera que su Espíritu controle todas las acciones de la voluntad. “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5). Con la fuerza de ese poder imperante, cada una de las cinco avenidas puede impedir el acceso a los encantos del enemigo. Se da poder al sentido de la vista para apartar la mirada del pecado; el sentido del oído puede dejar de prestar atención a la maldad; y toda facultad de la mente y el cuerpo es sometida a la voluntad divina—la cual se ha fusionado con la voluntad humana. Esta es la única manera de tener la mente y los pensamientos de Cristo.
Es evidente que la lucha entre el bien y el mal tiene lugar en el ámbito de la mente. En efecto, el gran conflicto entre Cristo y Satanás no se libra en un espacio sideral distante, sino en los confines del cerebro humano. Es la voluntad, con su libre albedrío, la que determina la dirección y el destino de cada individuo. Esta es la verdad que debe presentarse sin ambigüedades a todo joven, adulto y niño. Si todos entendiesen el papel fundamental que juega la elección personal, y las consecuencias de tomar decisiones equivocadas, millones de almas podrían pasar de la oscuridad a la luz.