Lecciones de la Biblia, Profecías, Justicia Por La Fe
Un Testimonio Personal
”No os ha tomado tentación, sino humana: más fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis llevar; antes dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis aguantar”. 1 Corintios 10:13.
“Nuestro Padre celestial mide y pesa cada prueba antes de permitir que le sobrevengan al creyente. Considera las circunstancias y la fortaleza del que va a soportar la prueba de Dios, y nunca permite que las tentaciones sean mayores que su capacidad de resistencia. Si el alma se ve sobrepasada y la persona es vencida, nunca debe ponerse esto a la cuenta de Dios, como que no proporcionó la fortaleza de su gracia, sino que ello va a la cuenta del tentado, que no fue vigilante ni se dedicó a la oración, ni se apropió por la fe de las provisiones que Dios había atesorado en abundancia para él. Cristo nunca le ha fallado a un creyente en su hora de conflicto. El creyente debe reclamar la promesa y hacer frente al enemigo en el nombre del Señor”. 2 MCP, 490.
Cuando usted sea un fiel creyente, no será tentado más allá de lo que pueda soportar, y él también proveerá una vía de escape, pero debemos seguir su vía de escape, de lo contrario no nos podrá ayudar.
Cuando yo comprendí por primera vez lo que significaba ser un cristiano, le entregué todo mi corazón a Dios, con todos mis pecados del corazón. Le dije al Señor: “Renuncio a mi derecho a impacientar o irritarme con mis hijos. De manera especial renuncio a mi derecho a resentirme de mi esposo, no importa lo que él haga. Es posible que él no haga algunas cosas de acuerdo a mi manera de pensar, pero yo no tengo derecho a resentirme. ¿Por qué debo someterme al espíritu de Satanás para corregir a otros? Quiero someterme a su Espíritu Santo y permitirle a Dios obrar en mí su amor por mis hijos y esposo, y orar por ellos en vez de permitirle a Satanás usarme para introducir su espíritu en nuestro hogar”.
Cuando me entregué completamente a Dios, yo creía que él me quitaría mi resentimiento, y darme una actitud de comprensión hacia mí esposo e hijos. ¡Y sí lo hizo! Yo también creía que él me podía sostener para no caer en nuevas tentaciones como lo había prometido.
Al día siguiente al realizar mis actividades, no me acuerdo de tentación alguna que me asaltara hasta las horas dela noche. Estábamos en el culto familiar y yo leía de un libro sobre la oración. Repentinamente mi esposo, quien era un editor, corrigió un problema de estructura gramatical en el libro. No hay nada de malo en hacer eso, pero no me agradaba que lo hiciera cuando tendíamos culto, porque nos distraía. Así que yo solía reprobarlo en un espíritu rencoroso y se echaba a perder el culto. ¡Pero yo lo culpaba a él por echar a perder el culto!
En esta noche particular, al corregir él un problema de estructura gramatical, yo inmediatamente reaccione. Inmediatamente el Espíritu Santo enérgicamente me convenció que yo había pecado, y de inmediato exclamé: “¡He pecado!” La familia estaba sorprendida de mi confesión. Posteriormente, cuando compartí la historia con alguien, mí hijo, quien estaba presente, comentó: “¡Oh madre, cuán bien me acuerdo de esa noche!” “¡Fue la primera vez que te escuché asumir la culpa!”
Como podrán ver, yo había aprendido de mí padre a culpar siempre a otros cuando yo me disgustaba con ellos, aun cuando era mí espíritu lo que estaba mal. Resulta tan fácil culpar a otros cuando nos permitimos irritarnos por algo que dicen o hacen. ¡Pero no hay excusa para el pecado!
Esa noche de nuevo le pedí a Dios que me perdonara y limpiara, y me restaurara a sí mismo. Luego le rogué que me mostrara la vía de escape de manera que no volviera a reaccionar equivocadamente. Yo creía que él me enseñaría cómo no volver a caer, porque él había prometido que era capaz de hacer eso.
Al día siguiente renové mis actividades de nuevo y no me acuerdo de alguna tentación hasta el anochecer. Al tener nuestro culto familiar yo leía del mismo libro. De nuevo mi esposo corrigió una estructura gramatical. Inmediatamente me sentí impulsada a reaccionar.
Leemos que el cristiano sentirá la provocación a pecar. Aquí es donde se necesita la ayuda de Cristo. Instantáneamente el Espíritu Santo me recordó, en mi consciencia: “Tú renunciaste a tú derecho a resentirte con tú esposo no importa lo que él hiciera, ¿no te acuerdas?” De inmediato respondí: “¡Sí, y lo dije con sinceridad!” Inmediatamente el Espíritu Santo realizó tal control sobre mí espíritu, que yo no pronuncié palabra alguna. ¡Nadie se dio cuenta siquiera que yo había sido tentada! Y yo sabía que había encontrado la vía de escape.
Cuando somos tentados el Espíritu Santo tratará de alertarnos, y si rápidamente nos sometemos a Dios, entonces él tendrá el derecho a controlar nuestro espíritu y darnos la victoria. Posteriormente encontré estas citas.
“Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: 'Éste es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda'”. Isaías 30:21.
“Voces inspiradas por Dios están clamando: 'Este es el camino, andad en él.' Si los hombres oyeran la voz de advertencia, si confiaran en la dirección de Dios y no en su propio juicio finito, estarían seguros”. ELC, 103.
En el instante de la tentación, sométase rápidamente a Dios. Él siempre nos deja libres para decidir.
“Tan pronto como doblegamos nuestra voluntad para que armonice con la voluntad de Dios, la gracia de Cristo está lista para cooperar con el instrumento humano”. ELC, 27.
“Si no se presta atención inmediatamente a la voz de Jesús, llega a confundirse en la mente con una multitud de otras voces”. 7CB, 978.
“Queremos tornarnos tan sensibles a las santas influencias, que el menor susurro de Jesús mueva nuestras almas”. FDC, 363.
“No permitas que ni la burla, ni las amenazas, ni las indicaciones despreciativas te induzcan a violar tu conciencia en lo más mínimo, para abrir de ese modo una puerta por la cual pueda entrar Satanás y dominar la mente”. HHD, 213.
“La conciencia es la voz de Dios, la cual se escucha en medio de las pasiones humanas; cuando se resiste, se contrista al Espíritu de Dios”. 5T, 112.
“Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios”. Efesios 4:30.
“El Espíritu Santo no obligará a los hombres a seguir un curso de acción determinado. Somos agentes morales libres, y cuando se nos ha dado evidencia suficiente acerca de nuestro deber, a nosotros nos toca decidir nuestra conducta”. EC, 223.