Lecciones de la Biblia, Profecías, Justicia Por La Fe
14 Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, 15 así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. 16 También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor. Juan 10
Mientras el pastor guía su rebaño por sobre las colinas rocosas, a través de los bosques y de las hondonadas desiertas, a los rincones cubiertos de pastos junto a la ribera de los ríos; mientras lo cuida en las montañas durante las noches solitarias, lo protege de los ladrones y con ternura atiende a las enfermizas y débiles, su vida se unifica con la de sus ovejas. {DTG 445.1}
Un fuerte lazo de cariño lo une a los objetos de su cuidado. Por grande que sea su rebaño, él conoce cada oveja. Cada una tiene su nombre, al cual responde cuando la llama el pastor.
{DTG 445.1}
Como un pastor terrenal conoce sus ovejas, así el divino Pastor conoce su rebaño, esparcido por el mundo. {DTG 445.2}
Y vosotros, ovejas mías, ovejas de mi prado, hombres {sois}, y yo {soy} vuestro Dios, dice el Señor DIOS. Ezequiel 34:31
Pero ahora así ha dicho Jehová, que te creó, oh Jacob, y el que te formó, oh Israel: No temas, porque yo te redimí, por tu nombre te llamé; tú [eres] mío. Isaías 43: 1
He aquí, te he grabado en las palmas de [mis] manos; tus muros están continuamente delante de mí. Isaías 49:16
Jesús nos conoce individualmente, y se conmueve por el sentimiento de nuestras flaquezas. Nos conoce a todos por nombre.
Conoce la casa en que vivimos, y el nombre de cada ocupante. Dio a veces instrucciones a sus siervos para que fueran a cierta calle en cierta ciudad, a tal casa, para hallar a una de sus ovejas.
{DTG 445.3}
Cada alma es tan plenamente conocida por Jesús como si fuera la única por la cual el Salvador murió. Las penas de cada uno conmueven su corazón. El clamor por auxilio penetra en su oído.
El vino para atraer a todos los hombres a sí. Los invita: “Seguidme,” y su Espíritu obra en sus corazones para inducirlos a venir a él. Muchos rehúsan ser atraídos. DTG. 445.4
La luz que resplandece de la cruz revela el amor de Dios. Su amor nos atrae a él. Si no resistimos esta atracción, seremos conducidos al pie de la cruz arrepentidos por los pecados que crucificaron al Salvador.
Entonces el Espíritu de Dios produce por medio de la fe una nueva vida en el alma. Los pensamientos y los deseos se sujetan en obediencia a la voluntad de Cristo.
El corazón y la mente son creados de nuevo a la imagen de Aquel que obra en nosotros para someter todas las cosas a sí. Entonces la ley de Dios queda escrita en la mente y el corazón, y podemos decir con Cristo: “El hacer tu voluntad, Dios mío, hame agradado.” {DTG 147.4}
El pecador puede resistir a este amor, puede rehusar ser atraído a Cristo; pero si no se resiste, será atraído a Jesús; el conocimiento del plan de la salvación le guiará al pie de la cruz, arrepentido de sus pecados, los cuales causaron los sufrimientos del amado Hijo de Dios. {CC 27.2}
Mediante influencias visibles e invisibles, nuestro Salvador trabaja constantemente para atraer las mentes de los hombres de los placeres insatisfactorios del pecado a las infinitas bendiciones que pueden ser suyas en Él.
A todas estas almas, que en vano buscan beber de las cisternas rotas de este mundo, se dirige el mensaje divino: "Venga el que tenga sed. Y el que quiera, tome del agua de la vida de gracia".
{AP 22.17}
Vosotros, en cuyo corazón existe el anhelo de algo mejor que cuanto este mundo pueda dar, reconoced en este deseo la voz de Dios que habla a vuestra alma. Pedidle que os dé arrepentimiento, que os revele a Cristo en su amor infinito y en su pureza absoluta.
En la vida del Salvador, fueron perfectamente ejemplificados los principios de la ley de Dios: el amor a Dios y al hombre. La benevolencia y el amor desinteresado fueron la vida de su alma. Cuando contemplamos al Redentor, y su luz nos inunda, es cuando vemos la pecaminosidad de nuestro corazón. {CC 28.1}
Como Nicodemo, podemos lisonjearnos de que nuestra vida ha sido íntegra, de que nuestro carácter moral es correcto, y pensar que no necesitamos humillar nuestro corazón delante de Dios como el pecador común; pero cuando la luz de Cristo resplandezca en nuestra alma, veremos cuán impuros somos; discerniremos el egoísmo de nuestros motivos y la enemistad contra Dios, que han manchado todos los actos de nuestra vida. Entonces conoceremos que nuestra propia justicia es en verdad como trapos de inmundicia y que solamente la sangre de Cristo puede limpiarnos de la contaminación del pecado y renovar nuestro corazón a la semejanza del Señor. {CC 28.2}
Hablad a la gente de la vida de sacrificio y abnegación que llevó Cristo; de su humillación y muerte; de su resurrección y ascensión; de su intercesión por ellos en las cortes de Dios; de su promesa: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo”. Juan 14.3 {PVGM 22.2}
¿Qué sostuvo al Hijo de Dios en su vida de pruebas y sacrificios? Vió los resultados del trabajo de su alma y fué saciado.
Mirando hacia la eternidad, contempló la felicidad de los que por su humillación obtuvieron el perdón y la vida eterna. Su oído captó la aclamación de los redimidos. Oyó a los rescatados cantar el himno de Moisés y del Cordero. {HAp 480.3}
Luego de la crucifixión, Nicodemo fue a la cruz llevando una mezcla de mirra y áloes para embalsamar el cuerpo de Cristo. Había sido testigo del cruel trato que le habían dado los sacerdotes.
Había observado la paciencia y la actitud piadosa del Señor, aún bajo la humillación. Ahora comprendió el verdadero carácter del sumo sacerdote y con valor acudió para buscar el cuerpo lacerado de su Salvador, que había sido tratado como si fuera un malhechor. De este modo, Nicodemo se identificó con Cristo en su vergüenza y en su muerte. {CT 284.5}
Los discipulos de Cristo como fieles pastores que buscaban las ovejas perdidas, no pensaban en su propia comodidad y conveniencia. Olvidándose de sí mismos, no vacilaban frente al cansancio, el hambre y el frío. No tenían sino un objeto en vista: la salvación de aquellos que se habían apartado lejos del redil. {HAp 137.2}
En la parábola, el pastor va en busca de una oveja, la más pequeñita de todas. Así también, si sólo hubiera habido un alma perdida, Cristo habría muerto por esa sola. {PVGM 146.2}
Así como el pastor ama a sus ovejas, y no puede descansar cuando le falta aunque sólo sea una, así, y en un grado infinitamente superior, Dios ama a toda alma descarriada.
Los hombres pueden negar el derecho de su amor, pueden apartarse de él, pueden escoger otro amo; y sin embargo son de Dios, y él anhela recobrar a los suyos.
Dice: “Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas el día del nublado y de la oscuridad”. Ezequiel 34:12 {PVGM 146.1}
La oveja que se ha descarriado del redil es la más impotente de todas las criaturas.
El pastor debe buscarla, pues ella no puede encontrar el camino de regreso.
Así también el alma que se ha apartado de Dios, es tan impotente como la oveja perdida, y si el amor divino no hubiera ido en su rescate, nunca habría encontrado su camino hacia Dios. {PVGM 146.3}
El pastor que descubre que falta una de sus ovejas, no mira descuidadamente el rebaño que está seguro y dice: “Tengo noventa y nueve, y me sería una molestia demasiado grande ir en busca de la extraviada. Que regrese, y yo abriré la puerta del redil y la dejaré entrar”. No;
Tan pronto como se extravía la oveja, el pastor se llena de pesar y ansiedad. Cuenta y recuenta el rebaño, y no dormita cuando descubre que se ha perdido una oveja. Deja las noventa y nueve dentro del aprisco y va en busca de la perdida.
Cuanto más oscura y tempestuosa es la noche, y más peligroso el camino, tanto mayor es la ansiedad del pastor y más ferviente su búsqueda. Hace todos los esfuerzos posibles por encontrar esa sola oveja perdida.
{PVGM 146.4}
Con cuánto alivio siente a la distancia su primer débil balido. Siguiendo el sonido, trepa por las alturas más empinadas, y va al mismo borde del precipicio con riesgo de su propia vida. Así la busca, mientras el balido, cada vez más débil, le indica que la oveja está por morir.
Al fin es recompensado su esfuerzo; encuentra la perdida. Entonces no la reprende porque le ha causado tanta molestia. No, la arrea con un látigo.
Ni aun intenta conducirla al redil. En su gozo pone la temblorosa criatura sobre sus hombros; si está magullada y herida, la toma en sus brazos, la aprieta contra su pecho, para que le dé vida el calor de su corazón. Agradecido porque su búsqueda no ha sido vana, la lleva de vuelta al redil.
{PVGM 147.1}
El camino al cielo está consagrado por las huellas del Salvador. DTG 446.3