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El día de expiación (Levítico 23:27-28), también conocido como Yom Kippur, fue el día santo más solemne de todas las fiestas y festivales israelitas, que ocurrían una vez al año en el décimo día de Tishrei, el séptimo mes del calendario hebreo. Ese día, el sumo sacerdote tenía que llevar a cabo rituales para expiar los pecados del pueblo. Descrito en Levítico 16:1-34, el ritual de la expiación comenzó con Aaron. Esta era una ceremonia que no había que tomarse a la ligera, y el pueblo tenía que entender que la expiación por el pecado debía hacerse a la manera de Dios.
Estamos viviendo en el gran día de la expiación
Estamos viviendo ahora en el gran Día de la Expiación. Cuando en el servicio típico el sumo sacerdote hacia la expiación por Israel, todos debían afligir sus almas por medio del arrepentimiento de sus pecados y la humillación ante el Señor, si no querían verse separados del pueblo. De la misma manera, todos los que desean que sus nombres sean conservados en el libro de la vida, deben ahora, en los pocos días que les quedan de este tiempo de gracia, afligir sus almas ante Dios con verdadero arrepentimiento y dolor por sus pecados.
Hay que escudriñar honda y sinceramente el corazón. Hay que extirpar el espíritu liviano y frívolo al que se entregan tantos cristianos de profesión. Empeñada lucha espera a todos aquellos que quieran subyugar las malas inclinaciones que tratan de dominarlos. La obra de preparación es una obra individual.
No somos salvados en grupos. La pureza y devoción de uno no suplirá la falta de estas cualidades en otro. Si bien todas las naciones deben pasar en juicio ante Dios, sin embargo él examinará el caso de cada individuo con un escrutinio tan estricto y minucioso como si no hubiese otro ser en la Tierra. Cada uno tiene que ser probado y encontrado sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante. CES 122.1
Solemnes son las escenas relacionadas con la obra final de expiación. Incalculables son los intereses involucrados en ella. El juicio se lleva ahora adelante en el Santuario celestial. Esta obra se viene realizando desde hace muchos años. Pronto -nadie sabe cuándo- les tocará ser juzgados a los vivos.
En la augusta presencia de Dios nuestras vidas deberán ser examinadas. En este tiempo más que en cualquier otro conviene que toda alma preste atención a la advertencia del Salvador: “Velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo”. “Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti”. Marcos 13:33; Apocalipsis 3:3. CES 122.2