Lecciones de la Biblia, Profecías, Justicia Por La Fe
E.J.WAGGONER (1855-1916)— Parte I.
LA NATURALEZA HUMANA DE CRISTO: E.J.WAGGONER (1855-1916)— Parte I.
Cuando, en 1884, E. J. Waggoner se envolvió por primera vez con la cuestión de la naturaleza humana de Jesús, Ellen White ya se había pronunciado claramente sobre el asunto. Hasta ese tiempo nadie dudaba que Cristo, en Su encarnación, hubiese tomado sobre Sí la naturaleza caída del hombre.
Si Waggoner se sintió compelido a afirmar tal convicción, fue porque consideraba esa verdad indispensable para la comprensión del plan de la salvación en general, y a la justificación por la fe en particular. Su propósito no era confirmar el punto de vista de Ellen White, sino usar su Cristología como fundamento para su mensaje sobre la justicia obtenida a través de Aquel que vino “en semejanza de carne de pecado”.
Primeras Declaraciones Hechas entre 1884 y 1888
En 1884, tan luego fue apuntado para el cargo de editor-asistente de la Signs of the Times, Waggoner escribió una serie de artículos relativos a la naturaleza humana de Jesús. En ellos afirmó que Cristo vino a este mundo en las mismas condiciones del hombre pecaminoso, y permaneció perfectamente justo y santo.
En su primer artículo, el 3 de Julio de 1884, titulado “Condenado y Justificado”, leemos: “Cristo era sin pecado; la ley estaba en Su corazón. Como el Hijo de Dios, Su vida era más excelente que todos los seres creados, tanto en la Tierra como en el Cielo... Él tomó sobre Si nuestra naturaleza (Heb. 2:16), y llevó sobre Si ‘la iniquidad de todos nosotros’ (Isa. 53:6). A fin de salvarnos, Él llegó hasta donde nosotros estábamos; en otras palabras, Él tenía que tomar la posición del pecador perdido... Y porque Cristo ‘fue contado entre los transgresores’, sufrió la penalidad de la transgresión. Pero el sufrimiento de Cristo no fue por Su propia culpa. Él ‘no cometió pecado, ni en Su boca se hayó engaño’ (1 Pedro 2:22)”.[1]
En el segundo artículo, por título “Una Nueva Criatura en Cristo”, Waggoner escribió: “Dios hizo a Cristo (el Inmaculado) pecado por nosotros. Él fue, en todas las cosas, ‘semejante a los hermanos’, y eso significa no simplemente en la forma exterior, física, sino que Él soportó el pecado como nosotros. Esos pecados que asumió sobre Si no eran Suyos, sino nuestros. Él ‘no conoció pecado’, ‘pero el Señor hizo caer sobre Él la iniquidad de todos nosotros’. (Isa. 53:6) Aun cuando los pecados que estaban sobre Él fuesen nuestros, ellos fueron contados como Suyos propios, y eso Le causó la muerte (Isa. 53:5)”.[2]
En el tercer artículo, bajo el título “Debajo de la Ley”, Waggoner reafirma que Jesús “se colocó en la exacta condición de aquellos a quien viniera a salvar”. Eso de modo alguno implica que Jesús fuese un pecador. Cristo fue contado entre los transgresores, aun cuando Él no fuese uno de ellos. “Él llevó los pecados del mundo como si fuesen Suyos”.[3]
Para Waggoner, la expresión “nacido debajo de la ley” (Gál. 4:4) significaba no apenas que Cristo estaba sujeto a la ley, sino que Él también estaba sujeto a la condenación de la ley como un pecador. Cristo se colocó en el lugar de aquellos que habían violado la ley y que fueron condenados a muerte. He ahí porque Cristo sufrió la condenación de la ley.
En su panfleto “El Evangelio en la Epístola a los Gálatas”, publicado a inicios de 1888, Waggoner dio especial consideración a (Gálatas 4:4), (Juan 1:14) y (Romanos 8:3), pasajes esos que tratan de la cuestión de Cristo en la carne. De esos textos él concluyó que “Cristo nació en semejanza de carne pecaminosa”.[4] Sus comentarios sobre (Filipenses 2:5-7); (Romanos 1:3); (Hebreos 2:9, 16-17), y (2 Corintios 5:21) también identificaban la naturaleza humana de Cristo con la de la humanidad pecadora.
Lejos de considerar el asunto perturbador, el rebajamiento de Cristo era para Waggoner un tema animador que él tenía que compartir con sus lectores. “Uno de las más entusiasmantes enseñanzas de la Escritura es que Cristo tomó sobre Sí la naturaleza del hombre; y que Sus ancestrales según la carne fueron pecadores. Cuando estudiamos la vida de los antepasados de Cristo y vemos que ellos tenían todas las debilidades y pasiones que tenemos, descubrimos que ningún hombre tiene cualquier derecho de disculpar sus actos pecaminosos debido a la hereditariedad. Si Cristo no Se hubiese hecho en todas las cosas semejante a Sus hermanos, entonces Su vida inmaculada no serviría para animarnos a nosotros. Podríamos mirar para ella con admiración, pero sería una consideración que nos traería inexorable desesperación”.[5]
“Pablo declara que Dios lo hizo pecado por nosotros”, asegura Waggoner. “Yo simplemente presento hechos de la Escritura; no trato de explicarlos. ‘Y, sin duda alguna, grande es el misterio de la piedad’. No puedo comprender como Dios pudo manifestarse en carne, en semejanza de carne pecaminosa. No se cómo el puro y santo Salvador pudo soportar todas las enfermedades del hombre, que son resultado del pecado, y ser contado con los pecadores, sufriendo la muerte de un pecador. Simplemente acepto la declaración escriturística de que apenas así Él podría ser el Salvador de los hombres; me regocijo en ese conocimiento porque una vez que Él se volvió pecado, yo puedo ser hecho justicia de Dios en Él”.[6]
Pues Cristo “descendió hasta las bajas profundidades a las cuales el hombre había caído, para que pudiese erguirlo a Su exaltado trono; sin embargo, Él nunca dejó de ser Dios, o perdió siquiera una partícula de Su santidad”.[7]
Esos son los principales conceptos desarrollados por Waggoner en sus primeros escritos, tratando la humanidad de Jesús. Como se refieren a la divinidad de Cristo, Waggoner erige sobre ellos los fundamentos sobre los cuales estructuró su mensaje de justificación por la fe, presentado en la sesión de la Conferencia General de Mineápolis, en 1888.
“Dios Manifiesto en Carne”.
Como se dijo antes, ninguno de los textos de los discursos de Waggoner presentados en la sesión de Mineápolis existen ahora. Pero sus artículos publicados en la Signs of the Times inmediatamente después de la sesión, podrían ser representativos de sus presentaciones. La sesión fue concluida el 4 de Noviembre de 1888. Ya el 21 de Enero de 1889, apareció el primer artículo tratando de “Dios Manifiesto en Carne”[8] Su contenido fue reimpreso integralmente bajo el mismo título en el libro de Waggoner publicado en 1890: “Cristo y Su Justicia”.[9]
Él inició el libro con un capítulo sobre la divinidad de Cristo, y entonces discutió Su humanidad usando apenas la Biblia para presentar “la maravillosa historia de la humanidad de Cristo”. Introdujo el texto citando (Juan 1:14) para enfatizar que “Cristo era tanto Dios como hombre. Originalmente, apenas divino, Él tomó sobre Sí mismo la naturaleza humana, y anduvo entre los hombres como un simple mortal”.[10]
Esa voluntaria humillación de Jesús es mejor expresada por Pablo, de acuerdo con Waggoner, en (Filipenses 2:5-8): Escribe él: “Nos es imposible comprender como Cristo pudo, siendo Dios, humillarse hasta la muerte en la cruz, y es más que inútil para nosotros especular sobre eso. Todo lo que podemos hacer es aceptar los hechos como son presentados en la Biblia”.[11]
Para dejar claro el significado que ocurrió cuando “el Verbo Se hizo carne”, Waggoner cita (Romanos 8:3-4): “Un pequeño pensamiento será suficiente para mostrarle a cualquiera, que si Cristo tomó sobre Sí mismo la semejanza del hombre, de forma que pudiese redimir al hombre, debe haber sido a semejanza de un hombre pecador, pues es al hombre pecador que Él vino a redimir... Fuera de eso, el hecho que Cristo haya tomado sobre Sí la carne, no de un ser sin pecado, sino de un pecador, esto es, la carne que Él asumió tiene todas las debilidades y tendencias pecaminosas a las cuales la caída naturaleza humana está sujeta, es mostrado por la afirmación que Él ‘era de la simiente de David según la carne’. David tenía todas las pasiones de la naturaleza humana. Él dijo de sí mismo: ‘He aquí que yo nací en iniquidad, y en pecado me concibió mi madre’. (Salmo 51:5)”[12]
Para Waggoner, el texto de Hebreos (2:16-18) confirma esa posición: “Si Él [Cristo] fue hecho en todas las cosas semejante a Sus hermanos, entonces debe haber soportado todas las enfermedades y estado sujeto a todas las tentaciones de Sus hermanos”.[13] Pablo lleva el tema más allá cuando escribe, en (2 Coríntios 5:21), que “Aquel que no conoció pecado, Dios Lo hizo pecado por nosotros, para que en Él fuésemos hechos justicia de Dios”. Waggoner añade: “El inmaculado Cordero de Dios, que no conocía pecado, fue hecho pecado. Aun cuando era inocente, sin embargo fue contado no apenas como un pecador, sino, en verdad, Él tomó sobre Sí la naturaleza pecaminosa. Él fue hecho pecado para que nosotros pudiésemos ser hechos justos”.[14]
Después de citar más una vez (Gálatas 4:4-5), y (Hebreos 4:15 16), Waggoner comenta: “Algunos pueden haber pensado, leyendo superficialmente, que estamos depreciando el carácter de Jesús, trayéndolo al nivel del hombre pecador”.[15] “Al contrario”, replica él, “estamos simplemente exaltando el ‘poder divino’ de nuestro bendito Salvador, que voluntariamente descendió al nivel del hombre pecaminoso, de forma que pudiese exaltarlo hasta Su propia inmaculada pureza, la cual Él retuvo bajo las más adversas circunstancias”.[16]
A despecho de la debilidad de la carne, “Su divina naturaleza nunca, ni por un sólo momento, abrigó un mal deseo, ni Su divino poder, por un momento, dudó. Habiendo sufrido en la carne todo lo que el hombre puede sufrir, Él volvió al trono de Su Padre tan inmaculado como cuando dejó las cortes de la gloria”.[17]
El secreto de la victoria de Cristo sobre el pecado reside en esta lógica: “Él fue cercado por la enfermedad, y sin embargo, no cometió pecado’, por causa del poder divino habitando constantemente en Él. Esa misma fuerza puede ser nuestra si ‘Cristo habita por la fe en nuestros corazones; y si, como Él, somos ‘llenos hasta la entera plenitud de Dios’ (Efe. 3:17 y 19)”.[18]
“Habiendo sufrido todo lo que la carne humana padece, Él [Cristo] sabe todo sobre eso, y Se identifica tan íntimamente con Sus hijos, que lo que quiera que los acose hace la misma impresión sobre Él, y sabe también cuánto poder divino es necesario para resistir; y si nosotros sinceramente deseamos renunciar a la ‘impiedad y a las pasiones mundanas’, Él está ansioso en conceder y es capaz de conferirnos poder “muchísimo más que todo cuanto pedimos o pensamos. Todo el poder que Cristo poseía habitando en El por naturaleza, podemos tenerlo en nosotros por la gracia, pues Jesús nos lo concede libremente”.[19]
“¡Qué maravillosas posibilidades hay para nosotros cristianos!”, exclamaba Waggoner. De ahí en adelante él podía decir: “Puedo todas las cosas en Aquel que me fortalece”.[20]
Tal es la argumentación de Waggoner sobre el asunto de “Dios manifiesto en carne”. A fin de vencer el poder del pecado, fue necesario, de acuerdo con él, que Cristo viniese a habitar con nosotros en “semejanza de carne de pecado”. Habiendo obtenido la victoria en la carne, Él podría ahora conceder Su poder a aquellos que Lo aceptasen. Así, el mismo poder divino que fortaleció Cristo para vivir una existencia impecable en la pecaminosa naturaleza humana, haría al pecador en quien Cristo habitase capaz de vencer la tentación y sobrepujar el poder del pecado.
Como se puede ver, la Cristología de Waggoner lo condujo naturalmente a la justificación por la fe. La obra de Cristo no podría ser separada de Su persona. El mensaje de la justificación por la fe como presentado por Waggoner en 1888, es en realidad tan solamente una aplicación práctica de su Cristología. Porque Cristo Se identificó perfectamente con la naturaleza humana caída, Su obra en nosotros no está limitada a una mera transacción legal, el perdón del pecado, sino que ella también contiene la purificación de “toda la injusticia” (1 Juan 1:9).[21] “Cuando Cristo nos cubre con el manto de Su propia justicia, Él no nos da una capa para el pecado, sino que retira el pecado de nosotros... En verdad Él purifica de la culpa, y si el pecador está limpio de su culpa, está justificado, hecho justo, y pasó por un cambio radical. Es, de hecho, otra persona... ‘es una nueva criatura’ (2 Cor. 5:17)”.[22]
La gran contribución de Waggoner no fue apenas reintroducir el principio de la justificación por la fe en la Iglesia Adventista, sino también aplicar la Cristología a la obra de salvación. Para Lutero, la justificación por la fe era puramente una transacción legal. La Fórmula de Concordia confirma ese punto de vista: “Toda nuestra rectitud está fuera de nosotros; ella habita enteramente en Jesucristo”. Para Waggoner, por otro lado, la justificación incluye la acción de Cristo en el hombre para hacerlo justo (Rom. 5:19), a través del poder que Dios le concede a aquel que cree en Cristo y Lo recibe en su corazón (Juan 1:12). [Énfasis añadida].
En su último libro, El Pacto Eterno, publicado en Londres en el año 1900, Waggoner declaró: “Antes que el fin venga, y al tiempo de la venida de Cristo, precisa haber en el mundo un pueblo, no necesariamente grande en relación al número de habitantes de la Tierra, pero grande lo suficiente para ser conocido en todo el planeta, y en quien ‘toda la plenitud de Dios’ sea manifiesta, así como lo fue en Jesús de Nazaret. Dios le demostrará al mundo que lo que Él hizo con Jesús de Nazaret, lo hará con cualquiera que se entregue a Él”.[23]
Notas y referencias.:
1. Ellet J. Waggoner, en Signs of the Times, 3 de Julio de 1884.
2. Ídem, 17 de Julio de 1884.
3. Ídem, 18 de Septiembre de 1884. Ver Eric Claude Webster en Contracorrientes en la Cristología Adventista, págs. 168 a 171.
4. Ellet J. Waggoner, The Gospel in the Book of Galatians (El Evangelio en la Epístola a los Gálatas) (Payson, Ariz. Leaves of Autumn Books, 1970) Waggoner escribió ese panfleto de 71 páginas en respuesta a un panfleto de 85 páginas, escrito por G. I. Butler, titulado The Law in the Book of Galatians (La Ley en la Epístola a los Gálatas.
5. Ídem, pág. 61.
6. Ídem, pág. 62.
7. Ídem, pág. 63.
8. Siete artículos fueron publicados en la Signs of the Times. El primero versaba sobre la naturaleza humana de Cristo (21 de Enero de 1889); los cuatro siguientes, sobre la divinidad de Cristo (días 1, 8, 15 y 22 de Marzo de 1889); los últimos dos tenían por título, respectivamente, “Cristo, el Legislador” y “Cristo, el Redentor”.
9. Este libro fue igualmente impreso en Australia y en Inglaterra, en 1892, y en Hamburgo y en Basilea. Ver Froom, Movement of Destiny, pág. 373. En 1989 él fue traducido y publicado en Francia.
10. Waggoner, Christ and His Righteousness, pág. 24.
11. Ídem, pág. 25.
12. Ídem, págs. 26-27.
13. Ídem, pág. 27.
14. Ídem, págs. 27-28.
15. Ídem, pág. 28.
16. Idem.
17. Ídem, pág. 29.
18. Idem.
19. Ídem, pág. 30
20. Ídem, págs. 30-31.
21. Ídem, pág. 59.
22. Ídem, pág. 66.
23. The Everlasting Covenant (El Pacto Eterno), pág. 366. Arthur G. Daniells recomendó ese libro de Waggoner a W. C. White, en una carta fechada el 12 de Mayo de 1902: “Estoy profundamente convencido de que algo debe ser hecho para colocar un diluvio de luz en los hogares de nuestro pueblo. No conozco un libro mejor para hacer eso, fuera de la Biblia, que el del hermano Waggoner.” (citado en A. V. Olson, Through Crisis to Victory (De la Crisis a la Victoria), pág. 231).
Extraido del libro: TOCADO POR NUESTROS SENTIMIENTOS.