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LA NATURALEZA HUMANA DE CRISTO: Alonzo T. JONES(1850 - 1923)— Parte III.
3. La Naturaleza de Adán: ¿Antes o Después de la Caída?
Para Jones, esa cuestión nunca debería haber sido levantada. “El segundo Adán vino, no como el primer Adán era, sino con lo que el primer Adán había producido en sus descendientes en el tiempo de Su venida. El segundo Adán vino en el punto que la degeneración de la raza había alcanzado desde el primer Adán”.[32] “Jesús vino aquí, en el territorio de Satanás, y asumió la naturaleza humana justamente en el punto al cual Satanás la había llevado”.[33]
Es claro que algunos delegados no comprendieron cómo fue posible que Jesús tuviese “carne pecaminosa” y no haber sido un pecador. Consecuentemente, hubo cuestionamientos a los cuales Jones se vió compelido a responder. De pronto él fue forzado a recurrir a la doctrina de la inmaculada concepción. “La falsa idea de que Él es tan santo que Le sería enteramente impropio allegarse a nosotros y ser poseído de la misma naturaleza que tenemos -- pecaminosa, depravada, caída naturaleza humana tiene su origen en la encarnación de aquella enemistad contra Dios, y que separa al hombre de Dios -- el papado”.[34]
De acuerdo con esa doctrina, “María, por lo tanto, debe haber nacido inmaculada, perfecta, impecable, y más elevada que el querubín y el serafín; entonces Cristo debe haber nacido así, para tomar de ella Su naturaleza humana en absoluta impecabilidad. Mas eso Lo coloca mucho más distante de nosotros de lo que un querubín y un serafín están, y en naturaleza pecaminosa... Quiero que alguien me ayude, alguien que conozca alguna cosa sobre naturaleza pecaminosa, pues esa es la naturaleza que yo tengo y es esa la que el Señor asumió. Él Se hizo uno de nosotros”.[35]
Algunos delegados encontraron que Jones estaba yendo muy lejos al afirmar que “Cristo poseía las mismas pasiones que nosotros”. Ellos lo confrontaron con una declaración de Ellen White de que “Cristo es un hermano en nuestras debilidades, pero no en poseer las mismas pasiones”. Jones respondió enfatizando la diferencia entre la carne de Jesús y Su mente: “Él fue hecho en semejanza de carne pecaminosa; no a la semejanza de la mente pecaminosa. No coloquen Su mente en esto. Su carne era nuestra carne, pero la mente era ‘la mente de Cristo Jesús’. Por consiguiente, está escrito: ‘Haya en vosotros el mismo sentimiento [mente] que también hubo en Cristo Jesús’”.[36]
Al principio, en el Jardín del Edén, Jones explicaba, Adán y Eva tenían la mente de Cristo Jesús. Al permitir ser seducidos, se volvieron “esclavos” de Satanás, y así nosotros después de ellos. Jesús vino, por lo tanto, para herir la batalla en el mismo terreno de Adán, donde él fue derrotado. Y por Su victoria “en Jesucristo, la mente de Dios es concedida una vez más a los hijos de los hombres; y Satanás es vencido”.[37] “Jesucristo vino en la misma carne que la nuestra, pero con la mente que mantenía su integridad contra cada tentación, contra cada inducción al pecado -- una mente que jamás consentía en pecar. No, nunca, ni en la mínima concebible sombra de un pensamiento”.[38]
Para fundamentar su argumento, Jones citó una declaración extraída de un artículo en el cual Ellen White destaca las dos naturalezas de Jesús, la humana y la divina, con base en (Filipenses 2:6-7) y (Hebreos 1:2).[39] Entonces Jones hizo mención de un trecho del manuscrito de El Deseado de Todas las Gentes, aun no impreso en la ocasión y con título provisorio de La Vida de Cristo: “Para completar la gran obra de la redención, el Redentor precisa tomar el lugar del hombre caído... A fin de elevar al hombre degenerado, Cristo debía alcanzar al hombre donde este se encontraba. Él asumió la naturaleza humana, soportando las debilidades y la degeneración de la raza. Él Se humilló hasta las más bajas profundidades de la miseria humana, para poder simpatizar con el hombre y rescatarlo de la degradación en la cual el pecado lo había sumergido... Cristo asumió la humanidad con todos sus riesgos. La tomó con la posibilidad de ceder a la tentación, y se apoyó sobre el poder divino para sustentarla”.[40]
Jones concluyó: “Usted ve que estamos sobre terreno firme en todo el camino, así que cuando es dicho que Él [Cristo] tomó nuestra carne, pero no era participante de nuestras pasiones, eso está totalmente exacto, totalmente correcto; porque Su mente divina nunca consintió con el pecado. Y esa mente nos es concedida a través del Espíritu Santo, el cual nos es dado libremente”.[41]
Algunos encuentran que Jones tenía, en efecto, admitido que Cristo no tenía pasiones como las nuestras.[42] No aceptó eso totalmente. Él hizo lo mejor para aclarar la diferencia entre tendencias hereditarias para pecar, que son comunes a todos nosotros, y hábitos de culpa que cultivamos por ceder a la tentación. Además, “la carne de Jesucristo era nuestra carne, y en ella había todo lo que hay en nuestra carne -- todas las tendencias al pecado que hay en nuestra carne estaban en Su carne, atrayéndolo para que cediese al pecado”.[43] Del mismo modo, Jesús llevó en Su propia carne nuestras pasiones por hereditariedad, potencialmente, pero no en actos. He ahí por que Jones era capaz de decir sin contradecirse: “Que eso no signifique que Cristo participó de nuestras pasiones”. Él poseía nuestras pasiones, pero nunca participó de ellas. Todo el problema de la naturaleza humana de Cristo yace en la comprensión de esa diferencia.[44]
La Victoria es Posible a Través de Jesucristo Realmente, la victoria de Jesús sobre el pecado en la carne proveía para Jones la prueba de que cada discípulo de Cristo puede también vencer el pecado en la carne. En último análisis, fue para ese real propósito que Dios envió a Jesucristo: para condenar el pecado en la carne “para que la justa exigencia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos según la carne, sino según el Espíritu” (Rom. 8:4).
“En Jesucristo, mientras Él estaba en la carne pecaminosa, Dios demostró ante el Universo que puede tomar posesión de la carne pecaminosa, para manifestar Su propia presencia, poder y gloria, en vez de dar lugar a la expresión del pecado. Y todo lo que el Hijo pide de cualquier hombre para poder realizar esa experiencia en el, es que permita que el Señor lo posea como ocurrió con el Señor Jesús”.[45]
En 1893, Jones sacó esta lección práctica de la victoria de Cristo sobre el pecado: de la misma manera que Dios vistió los trajes de justicia en la carne de Cristo, así “Él desea que nosotros los vistamos ahora, como también cuando la carne se vuelva inmortal al final... Cristo precisa estar en nosotros, así como Dios estaba en El; Su carácter precisa estar en nosotros, así como el de Dios estaba en El. Y Su carácter tiene que revestirnos y transformar a través de esos sufrimientos, tentaciones y tribulaciones que enfrentamos. Dios es el tejedor, pero no sin nosotros. Es la cooperación de lo divino y de lo humano -- el misterio de Dios en usted y en mí -- el mismo misterio que había en el evangelio y que hay en el tercer mensaje angélico”.[46]
La misma conclusión práctica es extraída del final de su décimo séptimo estudio, en 1895: “De acuerdo con Su promesa, somos participantes de la naturaleza divina”.[47] Y en la medida en que somos dependientes de Dios todo el tiempo, “el divino Espíritu que estaba en El [Jesús], y que nos fue concedido, restringirá nuestro yo natural, nuestro yo pecaminoso... Esta es nuestra victoria”, y la manera por la cual Dios destruye la enemistad a nuestro favor.[48]
Los escritos y predicaciones de A. T. Jones aclararon una de las mayores verdades del mensaje de 1888: que los cristianos pueden vivir vidas victoriosas “a través de Cristo Jesús, la ley del Espíritu de vida” (Rom. 8:2). Es verdad, conforme Jones, que algunos se equivocan sobre el significado de esa libertad, guiñando algunas veces para un lamentable perfeccionismo, como si la victoria sobre el pecado pudiese ser absolutamente obtenida, y el poder del pecado erradicado de la carne.
Jones hizo alusión a eso en 1899, en un artículo relativo al movimiento de la “carne santa”, condenado en la sesión de la Conferencia General de 1901 (hablaremos de eso posteriormente). Su artículo titulado “Carne Pecaminosa” colocó en perspectiva algunas de sus declaraciones sobre la perfección cristiana.
“Hay un serio y muy preocupante error mantenido por muchas personas. Ese error consiste en pensar que cuando se convierten, su antigua naturaleza pecaminosa es eliminada. En otras palabras, cometen el error de pensar que están libres de la carne, por ella haber sido retirada completamente de ellas. Entonces, cuando descubren que la cosa no es así; cuando verifican que aun están con la misma antigua carne con sus inclinaciones, bloqueos y seducciones, ven que no están preparados para eso y se desaniman; quedan pensando que nunca se convirtieron, al final”.[49]
Jones continua explicando que “la conversión... no reviste de nueva carne al antiguo espíritu, sino que un nuevo espíritu es puesto en la antigua carne. Ella no se propone a cubrir la antigua mente con la nueva carne, sino que una nueva mente puesta en la antigua carne. Libramiento y victoria no son obtenidos porque la naturaleza humana fue retirada, sino por el recibimiento de la divina naturaleza para subyugar la humana y haber dominio sobre ella... La Escritura no dice: ‘Transfórmense por la renovación de la carne de ustedes’, sino que dice: “Transfórmense por la renovación de su mente” (Rom. 12:2). Seremos trasladados por la renovación de nuestra carne; pero debemos ser transformados por la renovación de nuestras mentes”.[50]
Finalmente, en 1905, la Pacific Press publicó El Camino Consagrado Para la Perfección Cristiana. Basado en la epístola a los Hebreos, el libro recuerda las enseñanzas más importantes de Jones sobre la naturaleza humana de Cristo y la perfección de carácter que cada cristiano puede conseguir, gracias al ministerio de Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote en el santuario celestial, “uno que, como nosotros, en todo fue tentado, pero sin pecado”; “[Él] puede socorrer a los que son tentados” (Hebreos 4:15; 2:18).
Conclusión.
Como George R. Knight escribió: “A . T. Jones fue una de las más influyentes voces en el adventismo”.[51] A despecho del fin que pueda haber tenido, su mensaje nada perdió de su valor. Su Cristología, en particular, se armoniza perfectamente con la de Ellen White y Waggoner.
Aun cuando algunas de sus expresiones puedan aparecer en términos un tanto absolutos, cuando considerados en la totalidad de sus enseñanzas, Jones nada dijo más de aquello que Ellen White había enseñado previamente sobre el tema.
Al final de las presentaciones de Jones, en 1895, Ellen White escribió a la iglesia de Battle Creek, en una carta fechada el 1 de Mayo de 1895: “El Señor, en Su gran misericordia, envió un preciosísimo mensaje a Su pueblo a través de los Pr. Waggoner y Jones... Consecuentemente, Dios les concedió a Sus siervos un testimonio que presentó la verdad tal cual ella es en Jesús, que es el mensaje del tercer ángel, en líneas claras y distintas”.[52]
El mensaje de Jones, considerado como un todo, fue en aquel tiempo la mejor explicación de lo que vino a ser conocido como “el tercer mensaje angélico” [53], que le rindió un privilegiado status entre los líderes de la iglesia durante la década de l890. Si no hubiese sido ese el caso, ellos jamás habrían convidado a Jones a hablar con tanta frecuencia. Ese mensaje no fue otro sino el de la justificación por la fe, donde la naturaleza divino-humana de Jesucristo provee el medio de reconciliación con Dios.[54]
No es sin razón que Ellen White llama tan vigorosamente la atención para los mensajes de Jones y Waggoner. Es importante tener en mente su advertencia: “Es bien posible que los Pastores Jones o Waggoner puedan ser vencidos por las tentaciones del enemigo; pero si ellos lo fuesen, eso no probaría que no tuviesen un mensaje venido de Dios, o que la obra que realizaron fue totalmente un error. Pero, hubiese eso de acontecer, cuantos tomarían esa posición y caerían bajo fatal engaño porque no están bajo el control del Espíritu Santo”.[55] [Énfasis añadido]
Los temores de Ellen White, se confirmaron. Porque fallaron los mensajeros, muchos hoy en día consideran que su mensaje no era de Dios, y buscan substituirlo por un nuevo mensaje, el cual Ellen White describió como engaño fatal, porque no estaba basado en las revelaciones del Espíritu de Dios. Para enfatizar, fuera de eso, la certeza de esa predicción, Ellen White la repite: “Yo se que esa es la posición real que muchos tomarían si esos hombres viniesen a caer”.[56] Por increíble que parezca, como veremos, fue eso exactamente lo que aconteció.
Notas y referencias:
32. Idem, pág. 435.
33. Idem, pág. 448.
34. Idem, pág. 311.
35. Ibidem.
36. Idem, pág. 327.
37. Ibidem.
38. Idem, pág. 328.
39. E. G. White, en Review and Herald, 5 de Julio de 1887.
40. A. T. Jones, en Boletín de la Conferencia General, 1895, págs. 332-333.
41. Idem, pág. 333.
42. Ver Knight, pág. 139.
43. A. T. Jones, en Boletín de la Conferencia General, 1895, pág. 328.
44. Ellen G. White confirma el punto de vista de Jones. Por un lado, ella dijo que Cristo no poseía “las mismas pasiones... de nuestra humana y caída naturaleza”. Testimonies for the Church, vol. 2, págs. 202, 508); por otro, decía que: “Él tenía todo el poder de la pasión de la humanidad”. (En Los Lugares Celestiales:155).
45. A. T. Jones, en Boletín de la Conferencia General, 1895, pág. 303.
46. Idem, 1893, pág. 207.
47. Idem, 1895, pág. 329.
48. Idem, pág. 331.
49. ___, en Review and Herald, 18 de Abril de 1899. Citado en A. T. Jones y E. J. Waggoner, Lessons on Faith (Angwin, Calif.: Pacific Union College Press, 1977), págs. 90-92).
50. Ibidem.
51. Knight, en la contratapa de From 1888 to Apostasy.
52. Ellen G. White, carta 57, 1895. Citado en A. L. White, pág. 414.
53. Ese nombre es una referencia al mensaje del tercer ángel de Apocalipsis 14, el cual contiene esen-cialmente el mensaje de la justificación por la fe. Pero esa expresión tan a menudo citada, también se refiere a los mensajes combinados de los tres ángeles de Apocalipsis 14.
54. Ellen G. White define mejor la naturaleza divino-humana de Cristo en estas palabras: “La entereza de Su humanidad, la perfección de Su divinidad, crean para nosotros un firme terreno a través del cual podemos ser llevados a la reconciliación con Dios”. (Carta 35, 1894).
55. Ellen G. White, carta 24, 1892. Citado en A. L. White, págs. 474-475.
56. Idem, en A . L. White, pág. 475.
Extraido del libro: TOCADO POR NUESTROS SENTIMIENTOS.