Lecciones de la Biblia, Profecías, Justicia Por La Fe
Capítulo 5
Ellen White apoya el mensaje de Waggoner y Jones
Este concepto de la justicia de Cristo no fue bien recibido por el pastor Butler, presidente de la Asociación General, quien polemizó con Waggoner (Butler, The Law in Galatians, 58, y Waggoner, The Gospel in Galatians, 62). Fue asimismo mal recibido por otros que escribieron cartas de queja a Ellen White, en relación con la enseñanza de Jones y Waggoner. Ella replicó con energía en un sermón matinal en Battle Creek, titulado “Cómo tratar un punto doctrinal controvertido”:
Me han llegado cartas que afirman que Cristo no podría haber tenido la misma naturaleza que el hombre, pues si la hubiera tenido, habría caído bajo tentaciones similares. Si no hubiera tenido la naturaleza del hombre, no podría ser nuestro ejemplo. Si no hubiera sido participante de nuestra naturaleza, no podría haber sido tentado como lo ha sido el hombre. Si no le hubiera sido posible rendirse ante la tentación, no podría ser nuestro ayudador. Fue una solemne realidad que Cristo vino para reñir las batallas como hombre, en lugar del hombre. Su tentación y victoria nos dicen que la humanidad debe copiar el Modelo. El hombre debe llegar a ser participante de la naturaleza divina...
Los hombres pueden tener un poder para resistir el mal: un poder que ni la tierra, ni la muerte, ni el infierno pueden vencer; un poder que los colocará donde pueden llegar a ser vencedores como Cristo venció. La divinidad y la humanidad pueden combinarse en ellos (Mensajes Selectos, vol. I, 477-479).
Durante toda la década de los 90, Ellen White manifestó su apoyo inequívoco a ese concepto clave del mensaje de 1888. En ninguna de sus incontables declaraciones de apoyo al mensaje se puede encontrar la más leve insinuación de haber albergado reservas sobre ese ingrediente fundamental. En febrero de 1894 publicó un folleto titulado “Cristo, tentado como nosotros”:
Dicen muchos que Cristo no fue tentado como nosotros, que él no estuvo en el mundo como lo estamos nosotros, que era divino, y por lo tanto, que no podemos vencer como él venció. Pero eso no es cierto: “Porque ciertamente no tomó a los ángeles, sino a la simiente de Abraham tomó... Porque en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Heb 2:16 y 18) Cristo conoce las pruebas de los pecadores; conoce sus tentaciones. Tomó sobre sí nuestra naturaleza (p. 3-4).
Y si Cristo, tal como ella afirma a partir de la Biblia, fue tentado como lo somos nosotros, ¿a qué deducción se llega con ello? Sin duda debe querer decir ni más ni menos que lo que dice:
El cristiano debe reconocer que no se debe a sí mismo... Sus más fuertes tentaciones vendrán desde dentro, ya que deberá batallar contra las inclinaciones del corazón natural. El Señor conoce nuestras debilidades... Todo conflicto contra el pecado... significa Cristo obrando en el corazón a través de sus agentes señalados. ¡Oh, si pudiéramos comprender lo que Jesús es para nosotros y lo que nosotros somos para él! (Id., 11).
En la página 32 de El Deseado de todas las gentes, expresó a los lectores de todo el mundo sus convicciones escritas después de 1888. En ninguno de sus anteriores escritos había expresado la idea con tal fuerza y claridad:
Habría sido una humillación casi infinita para el Hijo de Dios revestirse de la naturaleza humana, aun cuando Adán poseía la inocencia del Edén. Pero Jesús aceptó la humanidad cuando la especie se hallaba debilitada por cuatro mil años de pecado. Como cualquier hijo de Adán, aceptó los efectos de la gran ley de la herencia. Y la historia de sus antepasados terrenales demuestra cuáles eran aquellos efectos. Mas él vino con una herencia tal para compartir nuestras penas y tentaciones, y darnos el ejemplo de una vida sin pecado.
¿Tomó Cristo la naturaleza impecable de Adán antes de la caída, antes de transgredir? Fue “hecho de la simiente de David según la carne” (Rom 1:3). No fue creado como una réplica de Adán, no fue formado de nuevo del polvo de la tierra, ni se le insufló en la nariz el soplo de vida. Fue “como cualquier hijo de Adán”; aceptó “los efectos de la gran ley de la herencia”. La gloriosa paradoja debe contemplarse siempre en su pureza y claridad:
Vestido en la ropa de la humanidad, el Hijo de Dios bajó hasta el nivel de aquellos a quienes quería salvar. En él no hubo engaño ni pecado; siempre fue puro e incontaminado; sin embargo, tomó sobre sí nuestra naturaleza pecaminosa (Review and Herald, 15 diciembre 1896).
Posteriormente a 1888 es manifiesto el énfasis en sus escritos, por ejemplo:
En nuestra propia fortaleza nos es imposible negarnos a los clamores de nuestra naturaleza caída. Por medio de ella, Satanás nos presentará tentaciones. Cristo sabía que el enemigo se acercaría a todo ser humano para aprovecharse de las debilidades hereditarias y entrampar, mediante sus falsas insinuaciones, a todos aquellos que no confían en Dios. Y recorriendo el terreno que el hombre debe recorrer, nuestro Señor ha preparado el camino para que venzamos... No había en él nada que respondiera a los sofismas de Satanás. Él no consintió en pecar. Ni siquiera por un pensamiento cedió a la tentación. Así podemos hacer nosotros (El Deseado de todas la gentes, 98-99).
La tentación es resistida cuando el hombre es poderosamente influenciado a hacer una mala acción y, sabiendo que está en su posibilidad, resiste por fe, aferrándose firmemente al poder divino. Esa fue la penosa experiencia por la que Cristo pasó (The Youth Instructor, 20 julio 1899).
En ese conflicto, la humanidad de Cristo fue puesta a prueba en forma tal que ninguno de nosotros comprenderá jamás... Las suyas fueron tentaciones verdaderas, no artificiosas... En su humanidad, el Hijo de Dios luchó con las mismísimas terribles y aparentemente abrumadoras tentaciones que asaltan al hombre: tentaciones a complacer el apetito, a aventurarse atrevidamente donde Dios no nos conduce, y a adorar el Dios de este mundo, a sacrificar una eternidad de bienaventuranza por los placeres fascinadores de esta vida (Carta 116, 1899. Mensajes Selectos vol. I, 110-112).
El error resulta siempre divisivo. La verdad es unificadora. Jones y Waggoner estuvieron en perfecto acuerdo entre ellos en sus exposiciones de la justicia de Cristo. Es realmente sorprendente que dos hombres con temperamentos tan dispares pudiesen atravesar el laberinto de las trampas teológicas ocultas que aguardan a todo el que se entrega al estudio de esos temas, y sin embargo permanecieran en tal unidad vital. Ellos creían en la unidad, apelaron a la iglesia a mantenerse unida y demostraron admirablemente su unidad, en la época en la que su mensaje fue el tema crítico que la iglesia afrontaba.
Su preocupación no era el desgranar matices teológicos ni explayarse en dificultades semánticas. Por encima de todo eran mensajeros, reformadores, evangelistas que sentían la responsabilidad de llevar a término la obra de Dios en su generación. El objetivo de su teología era la preparación de un pueblo para el regreso del Señor. Obsérvese la exposición de Jones sobre la justicia de Cristo:
Habiendo sido hecho como nosotros en todas las cosas, cuando fue tentado, sintió justamente lo que sentimos nosotros al ser tentados; lo conoce todo al respecto, y es así como puede auxiliar y salvar hasta lo último a todos aquellos que lo reciben. En cuanto a su carne -en cuanto a sí mismo en la carne- era tan débil como lo somos nosotros. Dijo: “No puedo yo de mí mismo hacer nada” (Juan 5:30); así, cuando “llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores” (Isa 53:4) y fue tentado en todo como nosotros, sintiendo como sentimos nosotros, por su fe divina lo conquistó todo por el poder de Dios que esa fe le proporcionaba, y que en nuestra carne él nos ha proporcionado.
Por lo tanto, llamarás su nombre Emmanuel, que declarado es: “Dios con nosotros”. No solamente Dios con él, sino Dios con nosotros (El Camino consagrado, 26-27).
Jones basó en las palabras de Jesús sus convicciones sobre la naturaleza de Cristo y su justicia. Las mismas, en Juan 5:30, merecen una consideración cuidadosa, ya que frecuentemente se las pasa por alto:
No puedo yo de mí mismo hacer nada: como oigo, juzgo: y mi juicio es justo; porque no busco mi voluntad, más la voluntad del que me envió, del Padre.
¿Era correcto el razonamiento de Jones?
En esas palabras de Jesús radica la semilla de verdad a partir de la cual se desarrolló el imponente árbol del mensaje de 1888. Aquí el Señor descubre la lucha interna en su carne y en su alma, que da significado y relevancia al término “justicia de Cristo” en relación con las necesidades de la humanidad caída. Ahí se encuentra la base para la declaración de Waggoner anteriormente referida: “Hubo en toda su vida una lucha” (Cristo y su justicia, 28).
Jesús tenía que hacer constantemente algo que el impecable Adán jamás debió hacer: debía negar una voluntad interior (“mi voluntad”) que estaba perpetuamente en potencial oposición con la voluntad de su Padre. Esa lucha llegó a un clímax en el Getsemaní, donde oró en agonía: “Pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mat 26:39). Una lucha interna como esa sólo es posible para Alguien que conocía “los clamores de nuestra naturaleza caída”.
Vista en esa luz, la victoria de Cristo vino a ser para Jones y Waggoner una gloriosa justicia dinámica, el fruto de una lucha y conflicto más bien que el concepto tradicional de algo pasivo, divinamente heredado, basado en una facilidad innata. Captemos los puntos clave de las exposiciones de Jones sobre la gloriosa justicia de Cristo:
Si no hubiese sido hecho de la misma carne que aquellos a quienes vino a redimir, entonces no sirve absolutamente de nada el que se hiciese carne. Más aún: puesto que la única carne que hay en este vasto mundo que vino a redimir, es esta pobre, pecaminosa y perdida carne humana que posee todo hombre, si esa no es la carne de la que él fue hecho, entonces él no vino realmente jamás al mundo que necesita ser redimido. Si vino en una naturaleza humana diferente a la que existe realmente en este mundo, entonces, a pesar de haber venido, para todo fin práctico de alcanzar y auxiliar al hombre, estuvo tan lejos de él como si nunca hubiera venido. De haber sido así, hubiera estado tan lejos en su naturaleza humana, y habría sido tan de otro mundo como si nunca hubiera venido al nuestro (El Camino consagrado, 35).
La fe de Roma en relación con la naturaleza de Cristo y de María, y también de nuestra naturaleza, parte de esa noción de la mente natural según la cual Dios es demasiado puro y santo como para morar con nosotros y en nosotros, en nuestra naturaleza humana pecaminosa. Tan pecaminosos como somos, estamos demasiado distantes de él en su pureza y santidad, demasiado distantes como para que él pueda venir a nosotros tal como somos.
La verdadera fe, la fe de Jesús, consiste en que, alejados de Dios como estamos en nuestra pecaminosidad, en nuestra naturaleza humana que él tomó, vino a nosotros justamente allí donde estamos; que infinitamente puro y santo como es él, y pecaminosos, degradados y perdidos como estamos nosotros, Dios, en Cristo, a través de su Espíritu Santo, quiere voluntariamente morar con nosotros y en nosotros para salvarnos, para purificarnos y para hacernos santos.
La fe de Roma es que debemos necesariamente ser puros y santos a fin de que Dios pueda morar con nosotros.
La fe de Jesús es que Dios debe necesariamente morar con nosotros y en nosotros a fin de que podamos ser puros y santos (Id. 38-39).
Jones encuentra un gran significado en la frase “en la carne” (Rom 8:3), en referencia a la carne que Cristo tomó. Cristo condenó el pecado en su carne, y lo condenó así en toda carne. Jones vio en la palabra semejanza mucho más que un parecido superficial, que camuflaría en realidad la idea de diferencia:
Sólo sujetándose él mismo a la ley de la herencia podía alcanzar al pecado en su auténtica y verdadera dimensión, tal como es en realidad.
... Hay en toda persona, en muchas maneras, la tendencia al pecado heredada desde pasadas generaciones, que no ha culminado todavía en el acto de pecar, pero que está siempre dispuesta, cuando la ocasión lo permite, a consumarse en la comisión efectiva de pecados...
Debe ser afrontada y sometida esa tendencia hereditaria al pecado ... esa tendencia o propensión hereditaria que hay en nosotros hacia el pecado...
También le fue cargada nuestra tendencia al pecado, al ser hecho carne...
Así, afrontó el pecado en la carne que tomó, y triunfó sobre él. Como está escrito: “Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado EN LA CARNE” (Rom 8:3) (Id. 41-42).
Y a fin de guardarnos de pecar se nos imparte su justicia en nuestra carne de igual forma en que nuestra carne, con su tendencia al pecado, le fue impartida a él (Id. 42).
Fue de ambas maneras: por herencia y por imputación, como “Jehová cargó sobre él el pecado de todos nosotros”. Y cargado de ese modo, con esa inmensa desventaja, recorrió triunfalmente el terreno en el que, sin ningún tipo de desventaja, había fallado la primera pareja...
Y por haber condenado [vencido] el pecado en la carne, aboliendo en su carne la enemistad, nos libra del poder de la ley de la herencia; y puede así en justicia impartir su poder y naturaleza divinos a fin de elevarnos sobre esa ley, manteniendo por encima de ella a toda alma que lo reciba (Id. 43-44).
Ahora sigue el poderoso llamado evangélico en el que Ellen White basó su declaración de que “ese es el mensaje que Dios ha ordenado que se dé al mundo”:
Dios, enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado, Cristo tomando nuestra naturaleza tal como es esta, en su degeneración y pecaminosidad, y Dios morando constantemente con él y en él en esa naturaleza; en todo eso Dios demostró a todos, por los siglos, que no hay ser en este mundo tan cargado con pecados, o tan perdido, que Dios no se complazca en morar con él y en él para salvarlo de todo ello, y para llevarlo por el camino de la justicia de Dios.
Y su nombre es con toda propiedad Emmanuel, que significa: “Dios con nosotros” (Id. 44).
Es claro que ese mensaje está basado enteramente en las Escrituras. Las propias palabras de Jesús en los evangelios de Juan y Mateo, nos descubren la naturaleza de su propia lucha interna contra la tentación (Juan 5:30; 6:38 y Mat 26:39). Tomó sobre sí una voluntad en constante necesidad de ser negada, a fin de seguir la voluntad de su Padre; y la intensidad de la lucha fue tal en Getsemaní, que sudó gotas de sangre. Pablo añade que se negó a sí mismo (Rom 15:3).
Lo anterior explica cómo fue enviado “en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne” (Rom 8:3). Pablo explica cómo nosotros “éramos siervos bajo los rudimentos (stoichea) del mundo. Mas... Dios envió a su Hijo... hecho súbdito a la ley, para que redimiese a los que estaban debajo de la ley” (Gál 4:3-5). Cristo fue enviado para resolver el problema del pecado allí donde este radicaba, entrando en la esfera en la que esos poderes se habían atrincherado. Y habiendo invadido el territorio del enemigo, lo venció. Asumió la naturaleza humana caída que había sido invadida por los poderes del mal, y en territorio ocupado por el enemigo, ganó la victoria en favor nuestro. Ser “hecho súbdito a la ley” no puede significar de ningún modo ser súbdito de la ley judía ceremonial, ya que en ese caso sería a judíos literales a los únicos que hubiera venido a “redimir”. “Súbdito a la ley” significa claramente la misma esfera que los “rudimentos del mundo” tal como los hemos conocido. Él conoció nuestro conflicto con la voluntad, y allí donde nosotros caemos, él venció.
Nos reconcilió “en el cuerpo de su carne, por medio de muerte”. “Despojando los principados y las potestades, los sacó a la vergüenza en público, triunfando de ellos en sí mismo” (Col 1:22 y 2:15).
El autor de Hebreos no escatima palabras para clarificar su significado. Solamente la maestría del enemigo en el engaño puede haber mantenido anublados esos conceptos inspirados durante casi dos mil años de historia:
Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos: por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos... Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo... Porque ciertamente no tomó a los ángeles, sino a la simiente de Abraham tomó. Por lo cual, debía ser en todo semejante a los hermanos... Porque en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados (Heb 2:11-18).
Porque no tenemos un Pontífice que no se pueda compadecer de nuestras flaquezas; mas tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro (Heb 4:15-16).
Algunos han buscado un significado esotérico en una carta publicada de Ellen White, que supuestamente contradice el abundante énfasis del conjunto de sus dilatados escritos sobre el mensaje de la justicia de Cristo en semejanza de carne de pecado. Se trata de una advertencia dirigida a un oscuro evangelista de Nueva Zelanda a que fuera “extremadamente cauteloso” en cuanto a su forma de enseñar “la naturaleza humana de Cristo”, en los siguientes términos:
No lo presente [a Cristo] ante la gente como un hombre con las propensiones del pecado... En ningún momento hubo en él una propensión malvada...
Evite toda cuestión que se relacione con la humanidad de Cristo que pueda ser mal interpretada. La verdad y la suposición tienen no pocas similitudes. Al tratar de la humanidad de Cristo debe ser sumamente cuidadoso en cada afirmación, para que sus palabras no sean interpretadas haciéndoles decir más de lo que dicen, y así pierda u oscurezca la clara percepción de la humanidad de Cristo combinada con su divinidad...
Nunca deje, en forma alguna, la más leve impresión en las mentes humanas de que una mancha de corrupción o una inclinación a ella descansó sobre Cristo, o que en alguna manera se rindió a la corrupción...
En ninguna ocasión hubo una respuesta a las muchas tentaciones de Satanás. Cristo no pisó ni una vez el terreno de Satanás para darle ventaja alguna. Satanás no halló en él nada que lo animara a avanzar (Carta 8, 1895. Está mal traducida en Comentario Bíblico Adventista, vol. V, 1102-1103. [N del T: La carta fue dirigida al pastor Baker (y esposa), motivo por el que debe emplearse la forma singular “usted”, en lugar de la plural que usa la traducción castellana del Comentario Bíblico, que da así a entender que se trató de una carta destinada a ser distribuida urbi et orbe, lo que no es cierto. El Comentario Bíblico traduce también incorrectamente “tendencias al pecado” allí donde Ellen White escribió “propensiones del pecado”, que son las propensiones que ha desarrollado alguien a resultas de haber cometido pecado].
Importantes factores guían nuestra comprensión de ese Testimonio:
La cautela en relación con terminología descuidada, imprecisa o desordenada es una necesidad para todos nosotros. Ese es un tema vital que requiere exactitud en el empleo de las palabras inspiradas. Por ejemplo, no sería correcto decir que Cristo “tenía” una naturaleza pecaminosa, ya que esas palabras podrían fácilmente ser interpretadas “como diciendo más de lo que pretenden”. La afirmación correcta es “Él tomó sobre su naturaleza sin pecado, nuestra naturaleza pecaminosa, para saber cómo socorrer a los que son tentados” (Ellen White, El ministerio médico, 238).
La carta quiere decir exactamente lo que dice en su contexto. Pero no hay razón para tergiversarlo sacándolo de su contexto a fin de convertirlo en una condenación del mensaje de 1888 que enseñaron Jones y Waggoner. De hecho, la carta dice virtualmente a W.L.H. Baker que estaría seguro si siguiese el ejemplo de Jones y Waggoner, y permaneciese en las ajustadas y precisamente definidas expresiones de ellos. El que Ellen White y Waggoner empleasen terminología y sintaxis casi idéntica durante aproximadamente los siete años anteriores, evidencia lo dicho. Comparemos declaraciones paralelas de uno y otra, a propósito de la batalla de Cristo en la carne frente a la tentación, y de su perfecta victoria:
Waggoner, Signs, 21/1/1889
Ellen White, Carta 8, 1895
Su humanidad solamente veló su naturaleza divina, que fue más que capaz de resistir exitosamente las pasiones pecaminosas de la carne. Toda su vida fue de lucha. La carne, impulsada por el enemigo de toda justicia, atraería hacia el pecado, sin embargo, su naturaleza divina ni por un momento albergó un deseo impío, ni siquiera por un instante vaciló su poder divino... Volvió al trono del Padre tan inmaculado como al dejar las cortes gloriosas.
(cursiva no resaltada en originales)
Jesucristo era el unigénito Hijo de Dios. Tomó sobre sí mismo la naturaleza humana y fue tentado en todas las cosas como la naturaleza humana lo es. Pudo haber pecado, pudo haber caído, pero ni por un momento hubo en él una propensión malvada... Nunca, de ningún modo, deje la más mínima impresión en las mentes humanas, de que en Cristo hubiera ni una mancha o inclinación a la corrupción, o que hubiese cedido a ella de algún modo...
Ni en una sola ocasión hubo una respuesta a sus multiformes tentaciones [de Satanás]. Ni por una sola vez caminó Cristo en el terreno de Satanás.
La idea de que Ellen White hubiera podido escribir esa carta a Baker como una forma indirecta de corregir a Waggoner y Jones es disparatada para cuantos conocen el carácter franco y directo de ella. Ellen White sabía bien cómo dirigirse a los mensajeros de 1888 en caso de haber querido corregirles en su enseñanza. En ninguna comunicación escrita hay evidencia de tal cosa.
Nunca, a lo largo de su vida, intentó Ellen White publicar esa carta. De hecho, no se ha publicado hasta 1950. Muy difícilmente habría obrado así, de haber considerado que la enseñanza de Jones y Waggoner había extraviado a la iglesia mundial.
Prescott había estado visitando Australia poco tiempo antes de que se escribiera la carta a Baker, y había predicado con claridad en las reuniones campestres de Armadale (en octubre, reuniones a las que Ellen White asistió). Su comprensión de la naturaleza de Cristo era virtualmente idéntica a la de Jones y Waggoner.
Dijo Ellen White, a propósito de aquellos sermones de Prescott:
Se predicó a Cristo en todo sermón, y a medida que las grandes y misteriosas verdades en relación con su presencia y obra en los corazones humanos se iban haciendo diáfanas... una luz convincente y gloriosa... trajo convicción a muchos corazones. Las personas dijeron con solemnidad: ‘Esta noche hemos oído la verdad’.
Por la tarde, el profesor Prescott nos dio una lección valiosa, preciosa como el oro... Se separó la verdad del error, y por el Espíritu divino se la hizo brillar cual joya reluciente...
El Señor está trabajando por medio de sus siervos, quienes proclaman la verdad, y ha dado al hermano Prescott un mensaje especial para el pueblo. Labios humanos pronuncian la verdad en demostración del Espíritu y poder de Dios (Review and Herald, 7 enero 1896).
Jones y Waggoner no presentaron nunca ante la gente a Cristo como un hombre con las propensiones del pecado. El diccionario de inglés de Oxford explica la etimología de “propensión” a partir de la voz latina propendere: “pender o inclinarse hacia adelante o hacia abajo”. Nuestra palabra “péndulo” se origina de la misma raíz. El término propensión implica una “respuesta a la gravedad”. Connota definidamente acción, más bien que resistencia. Significa una participación real en el pecado. Ellen White utilizó esa palabra en un ejercicio de exquisita corrección lingüística.
No es correcto igualar las propensiones del pecado con el hecho de que Cristo tomase sobre su naturaleza impecable nuestra naturaleza pecaminosa.
Si bien somos “nacidos con propensiones inherentes a la desobediencia” (Ellen White, en Comentario Bíblico Adventista, vol. V, 1102) como pecadores, y por lo tanto, tenemos propensiones al mal, no es menos cierto que “no debemos retener una sola propensión pecaminosa” (Id., vol. VII, 954), a pesar de seguir estando en naturaleza pecaminosa. Ellen White no equiparó las “propensiones malvadas” con las “tendencias” o “inclinaciones” que tiene nuestra carne “como resultado de la obra de la gran ley de la herencia”, herencia que Cristo tomó sobre sí en su batalla con la tentación, de igual forma a cómo debemos pelearla nosotros. Declaró que Cristo debió “resistir la inclinación” (Id. 941).
Aunque ciertos diccionarios no teológicos equiparan propensiones con inclinaciones, las raíces etimológicas son distintas, y en el caso de inclinaciones se significa especialmente el hecho de "sentir que se ejerce una gran presión sobre uno", sin implicar necesariamente una respuesta. Verdaderamente hay razón para ser cuidadosos, extremadamente cuidadosos.
En todo caso, hubo tensión y se suscitaron cuestiones en la era de 1888, algunas de las cuales contribuyeron a obstaculizar la aceptación del mensaje salvífico de la gracia. Veamos la consideración que da Jones a una de esas cuestiones:
En Jesucristo encontramos a aquel cuya santidad es fuego consumidor para con el pecado... la pureza consumidora de esa santidad eliminará todo vestigio de pecado y pecaminosidad en todo aquel que encuentre a Dios en Jesucristo.
Así, en su verdadera santidad, Cristo pudo venir, y vino a los hombres pecaminosos, en carne pecaminosa, allí donde están los hombres pecaminosos...
Algunos han encontrado en los Testimonios -y está al alcance de todo quien la busque- la declaración de que Cristo no poseía “pasiones semejantes” a las que nosotros tenemos. La declaración está ahí, todos lo pueden constatar (Testimonies for the Church, vol. II, 509). No habrá problema para nadie, de principio a fin, con la condición de ajustarse con rigor a lo allí expresado, sin pretender ir más allá, ni proyectar significados ajenos" (General Conference Bulletin, 1895, 312).
Volviendo al asunto de que Cristo no tuviese “pasiones semejantes” a las nuestras, vemos que a todo lo largo de las Escrituras él es como nosotros y con nosotros según la carne... Fue hecho en semejanza de carne de pecado. Pero no vayamos demasiado lejos: fue hecho en semejanza de carne de pecado, no en semejanza de mente de pecado. No forcemos hasta ahí su mente. Su carne fue nuestra carne, pero la mente era ‘la mente... que tuvo Cristo Jesús’... (Fil 2:5 KJV) Si él hubiese tomado nuestra mente, ¿cómo podría entonces habernos exhortado a tener la mente de Cristo’? ¡Ya la habríamos tenido anteriormente! (Id. 327).
Para toda mente libre de prejuicios es evidente que lo que Jones estaba haciendo era sencillamente afirmar que Cristo “ni siquiera por un momento” cedió o consintió en la participación en el pecado. Empleó la palabra “mente” en la más noble connotación paulina, esto es, la de un propósito o elección.
Hemos de ser capaces de mirar por encima de la confusión originada por las controversias de nuestros días, para poder apreciar el sencillo encanto del mensaje de 1888 en su belleza original.
Algunas noches, tras asistir a las reuniones de reavivamiento mantenidas posteriormente a Minneapolis, Ellen White sentía tal gozo, que le impedía conciliar el sueño. El Espíritu Santo estaba trabajando en los corazones de los jóvenes del Colegio, por medio de las exposiciones de la justicia de Cristo:
En el Colegio hubo reuniones que fueron de un intenso interés [si la justificación por la fe no resulta interesante, ¡algo falla!]... la vida cristiana, que les había parecido antes poco atractiva y llena de inconsistencias, aparecía ahora en su verdadera luz, en marcada simetría y belleza. Aquel que les había parecido anteriormente como una raíz muerta extraída de un secadal, sin forma ni encanto, vino a ser el “señalado entre diez mil”, y “todo él deseable” (Review and Herald, 12 febrero 1889).
Concluyendo su presentación de la justicia de Cristo “en semejanza de carne de pecado”, Waggoner dirige este poderoso llamamiento al corazón:
Pero alguien dirá: 'No encuentro consuelo en eso. Dispongo ciertamente de un ejemplo, pero no puedo seguirlo, ya que carezco del poder que Cristo tuvo. Él fue Dios aun mientras estaba aquí en la tierra; yo no soy más que un hombre'. –Sí, pero puedes tener el mismo poder que él tuvo, si así lo deseas. Él estuvo “rodeado de flaqueza”, sin embargo “no hizo pecado”...
Por lo tanto, cobren ánimo las almas débiles, cansadas, oprimidas por el pecado. Alléguense “confiadamente al trono de la gracia” (Heb 4:16) donde pueden tener la seguridad de encontrar gracia para el oportuno socorro en tiempo de necesidad, porque esa necesidad la siente nuestro Salvador, precisamente en el tiempo oportuno. Él se puede “compadecer de nuestras flaquezas” (Heb 4:15) (Cristo y su justicia, 28-29).
¡Ciertamente, también hoy debiéramos sentir la “necesidad de presentar a Cristo como al Salvador que no está alejado, sino cercano, al alcance de la mano”!