Lecciones de la Biblia, Profecías, Justicia Por La Fe
apítulo 10
La purificación del santuario y el mensaje de 1888
Nunca insistiremos demasiado en la relación que guardan entre sí la justificación por la fe y la purificación del santuario. Sin embargo, presenciamos un extraño silencio a propósito de esa verdad. Muchos distan de poseer una idea inteligente de lo que significa la purificación del santuario.
Necesitamos una comprensión clara de esa importantísima verdad a fin de enfrentar las pruebas de los últimos días.
El pueblo de Dios debería comprender claramente el asunto del santuario y del juicio investigador. Todos necesitan comprender por sí mismos el ministerio y la obra de su gran Sumo Sacerdote. De otro modo, les será imposible ejercitar la fe tan esencial en nuestros tiempos, o desempeñar el puesto al que Dios los llama...
El santuario en el cielo es el centro mismo de la obra de Cristo en favor de los hombres [justificación por la fe]. Concierne a toda alma que vive en la tierra. Nos revela el plan de la redención, nos conduce hasta el fin mismo del tiempo y anuncia el triunfo final de la lucha entre la justicia y el pecado (El conflicto de los siglos, 543-544).
Más aun, la gran verdad del santuario es el fundamento del mensaje adventista del séptimo día. Algunas declaraciones significativas, tomadas del libro El evangelismo, ayudarán a reconocerlo:
La correcta comprensión del ministerio del santuario celestial es el fundamento de nuestra fe (p. 165).
El asunto del santuario fue la clave que aclaró el misterio del chasco de 1844. Reveló todo un sistema de verdades, que formaban un conjunto armonioso y demostraban que la mano de Dios había dirigido el gran movimiento adventista, y al poner de manifiesto la situación y la obra de su pueblo le indicaba cuál era su deber de allí en adelante.
El pueblo de Dios ha de tener ahora sus ojos fijos en el santuario celestial, donde se está realizando el servicio final de nuestro gran Sumo Sacerdote en la obra del juicio: donde él está intercediendo por su pueblo (p. 166).
A poco que conozcamos los métodos de Satanás, no podemos esperar otra cosa de su parte, excepto dirigir sus más sofisticados, sutiles y arteros ataques contra esa verdad singular de la purificación del santuario.
En el futuro surgirán engaños de toda clase, y necesitamos terreno sólido para nuestros pies... El enemigo presentará falsas doctrinas, tales como la doctrina de que no existe un santuario. Este es uno de los puntos en los cuales algunos se apartarán de la fe...
Se acerca el tiempo en que las facultades engañosas de los agentes satánicos se desarrollarán plenamente. Por un lado está Cristo, a quien se le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Por el otro lado está Satanás, ejerciendo continuamente su poder para seducir, para engañar con fuertes sofismas espiritistas, para quitar a Dios del lugar que debe ocupar en la mente de los hombres.
Satanás está luchando continuamente para sugerir suposiciones fantásticas con respecto al santuario, degradando las maravillosas imágenes de Dios y el ministerio de Cristo por nuestra salvación, a fin de convertirlas en algo que cuadre con la mente carnal. Quita de los corazones de los creyentes el poder director de esas imágenes divinas y lo suple con teorías fantásticas inventadas para anular las verdades de la expiación, y para destruir nuestra confianza en las doctrinas que hemos considerado sagradas desde que fuera dado por primera vez el mensaje del tercer ángel. Así quisiera él despojarnos de nuestra fe en el mismo mensaje que nos ha convertido en un pueblo separado, y que ha dado carácter y poder a nuestra obra (Id. 167).
El mensaje de 1888 renovó el interés en ese ministerio final de nuestro gran Sumo Sacerdote, y restauró su poder en los corazones de los creyentes. Como es bien sabido, el mensaje fue ampliamente rechazado, o al menos, fue objeto de triste negligencia. Pero ese hecho y cuanto de él deriva no debe hacer que dejemos de apreciar el lugar del santuario en el mensaje mismo. Ellen White comprendió su significado. Habiendo experimentado personalmente la vibrante expectativa del pronto regreso de Cristo en el movimiento de 1844, no perdió jamás ese primer amor. En el mensaje de 1888 reconoció de forma casi intuitiva las buenas nuevas que anunciaban al corazón anhelante: "¡He aquí viene el Esposo, salid a recibirle!" Escuchó los benditos pasos de las pisadas divinas que tan pocos de sus contemporáneos tuvieron oídos para oír.
Ese nuevo desarrollo era la conjugación de la verdad adventista de la purificación del santuario con una revelación más profunda de la justificación por la fe. Algo así como la confluencia de dos ríos que habían discurrido separadamente para reunirse por fin, produciendo un caudal sobre el que la nave pudiera llegar a buen puerto. Discernió en el mensaje las gloriosas dimensiones de la gracia divina, provista con el fin de preparar a un pueblo para la venida del Señor. La emoción la embargó. Reconoció que “unión con Cristo” significaba unión con él en la obra de expiación final, en contraste definido con su obra en el primer departamento del santuario, cuya puerta se hallaba ahora cerrada. (Ver Primeros Escritos, 55-56; 260-261).
En una serie de artículos escritos poco después de la Asamblea de 1888, expuso de forma enfática e insistente, semana tras semana, la magnitud de su profunda impresión. El mensaje de Jones y Waggoner estaba vitalmente relacionado con la verdad del santuario. Obsérvese el progresivo in crescendo:
Estamos en el día de la expiación, y debemos actuar en armonía con la obra de Cristo de purificar el santuario de los pecados del pueblo. Que nadie que desee hallarse vistiendo los vestidos de boda, resista a nuestro Señor en su obra. Sus seguidores en este mundo obrarán en conformidad con él. Debemos presentar ahora ante la gente la obra que por la fe vemos realizar a nuestro Sumo Sacerdote en el santuario celestial (Review and Herald, 21 enero 1890).
Cristo está en el santuario celestial, y está allí para hacer expiación por el pueblo... Está limpiando el santuario de los pecados del pueblo. ¿Cuál es nuestra obra? Nuestra obra consiste en estar en armonía con la obra de Cristo. Debemos obrar con él por la fe, estar unidos a él... Debe prepararse un pueblo para el gran día de Dios (Id. 28 enero 1890).
La obra intercesora de Cristo, los grandes y santos misterios de la redención, no son comprendidos ni estudiados por el pueblo que pretende tener más luz que cualquier otro pueblo sobre la faz de la tierra (Id. 4 febrero 1890).
Cristo está purificando el templo en el cielo de los pecados del pueblo, y debemos obrar en armonía con él en la tierra, purificando el templo del alma de su contaminación moral (Id. 11 febrero 1890).
El pueblo no ha entrado en el lugar santo [santísimo], donde Jesús ha entrado para hacer expiación por sus hijos. A fin de comprender las verdades para este tiempo, necesitamos el Espíritu Santo. Pero hay sequía espiritual en las iglesias (Id. 25 febrero 1890).
Está irradiando luz desde el trono de Dios. ¿Para qué? Para que haya un pueblo preparado para permanecer en pie en el día de Dios (Id. 4 marzo 1890).
Hemos estado oyendo su voz de una forma más definida, en el mensaje que se ha abierto camino en los últimos dos años, declarándonos el nombre del Padre... No hemos hecho más que captar un tenue destello de lo que es la fe (Id. 11 marzo 1890).
Habéis estado recibiendo luz del cielo en el último año y medio, a fin de que el Señor pueda conduciros a su carácter y entretejerlo en vuestra experiencia...
Si nuestros hermanos fuesen todos obreros juntamente con Dios, no dudarían de que el mensaje que nos ha enviado en los últimos dos años es del cielo...
Supongamos que borraseis el testimonio que se ha dado en estos dos últimos años proclamando la justicia de Cristo, ¿a quién podríais señalar entonces como portador de luz especial para el pueblo? (Id. 18 marzo 1890).
El mensaje de Jones y Waggoner dirigía la atención a los aspectos prácticos del ministerio sumo-sacerdotal de Cristo. Es allí donde confluían los dos grandes ríos: la verdad del santuario y la justificación por la fe. Jones vio claramente la relación. El mensaje no era solamente un llamado a la vida santa, sino que proveía además los medios para lograr ese fin:
En “la figura del verdadero” (santuario visible), la sucesión de los servicios formaba un ciclo que se completaba anualmente. Y la purificación del santuario era la consumación de ese servicio anual figurativo. Esa purificación del santuario consistía en la limpieza y eliminación del santuario “de las inmundicias de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados” que mediante el ministerio sacerdotal habían sido llevados al santuario durante el año.
La consumación de esta obra, de y para el santuario, era también la consumación de la obra para el pueblo... Así, la purificación del santuario afectaba al pueblo y lo incluía tan ciertamente como al santuario mismo...
Esa purificación del santuario era una figura del verdadero, que es la purificación del santuario -y verdadero tabernáculo que el Señor asentó y no hombre- de toda impureza de los creyentes en Jesús a causa de sus transgresiones o pecados. Y el momento de esa purificación del verdadero santuario, en palabras de Aquel que no puede equivocarse, es: “Hasta 2.300 días, y el santuario será purificado” -el santuario de Cristo- en el año 1844 de nuestra era...
Eso se efectúa en el verdadero santuario, precisamente acabando la prevaricación (o transgresión) y poniendo fin a los pecados Dan 9:24) en el perfeccionamiento de los creyentes en Jesús, de una parte; y de la otra parte, acabando la prevaricación y poniendo fin a los pecados en la destrucción de los malvados y la purificación del universo de toda mancha de pecado que jamás haya existido en él.
La consumación del misterio de Dios (Apoc 10:7) es el cumplimiento final de la obra del evangelio. Y la consumación de la obra del evangelio es, primeramente, la erradicación de todo vestigio de pecado y el traer la justicia de los siglos; es decir, Cristo plenamente formado en todo creyente: sólo Dios manifestado en la carne de cada creyente en Jesús; y en segundo lugar -y por otra parte- la consumación de la obra del evangelio significa precisamente la destrucción de todos quienes hayan dejado de recibir el evangelio (2 Tes 1:7-10), ya que no es la voluntad del Señor preservar la vida a hombres cuyo único fin sería acumular miseria sobre sí mismos...
En el servicio del santuario terrenal vemos también que para producirse la purificación, completándose así el ciclo de la obra del evangelio, debía primero alcanzar su cumplimiento en las personas que participaban en el servicio. En otras palabras: en el santuario mismo no se podía acabar la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la iniquidad ni traer la justicia de los siglos, hasta que todo ello se hubiese cumplido previamente en cada persona que participaba del servicio del santuario. El santuario mismo no podía ser purificado antes de que lo fuera cada uno de los adoradores. El santuario no podía ser purificado mientras se continuara introduciendo en él un torrente de iniquidades, transgresiones y pecados mediante la confesión del pueblo y la intercesión de los sacerdotes.
...Ese torrente debe detenerse en su fuente en los corazones y vidas de los adoradores, antes de que el santuario mismo pueda ser purificado.
De acuerdo con lo anterior, lo primero que se efectuaba en la purificación del santuario era la purificación del pueblo...
El sacrificio, el sacerdocio y el ministerio de Cristo en el verdadero santuario, quita los pecados para siempre, hace perfectos a cuantos se allegan a él, hace “perfectos para siempre a los santificados” (Heb 10:14) (Jones, El Camino consagrado, 97-101).
El mensaje de Jones y Waggoner reconoció claramente que el perdón de los pecados es una declaración judicial que descansa enteramente en la expiación efectuada en la cruz. Tiene un fundamento objetivo. Pero comprendieron también que el término bíblico perdón significa “quitar” realmente el pecado. Así, desde el congreso de 1888, reconocieron la importante distinción entre el ministerio continuo o diario en el santuario, y el servicio anual. Distinguieron entre el perdón de los pecados y el borramiento de los mismos. Escrito poco después del encuentro en Minneapolis, el siguiente párrafo expresa la comprensión de Waggoner al respecto:
Cuando Cristo nos cubre con el manto de su propia justicia, no provee una cubierta para el pecado, sino que quita el pecado. Y eso muestra que el perdón de los pecados es más que una simple forma, más que una simple consigna en los libros de registro del cielo al efecto de que el pecado sea cancelado. El perdón de los pecados es una realidad. Es algo tangible, algo que afecta vitalmente al individuo. Realmente lo absuelve de culpabilidad, y si es absuelto de culpa, es justificado, es hecho justo: ciertamente ha experimentado un cambio radical. Es en verdad otra persona (Cristo y su justicia, 57).
El Espíritu de profecía señala enfáticamente el borramiento de los pecados como la culminación del ministerio del Sumo Sacerdote:
Este ministerio siguió efectuándose durante dieciocho siglos en el primer departamento del santuario. La sangre de Cristo, ofrecida en beneficio de los creyentes arrepentidos, les aseguraba perdón y aceptación cerca del Padre, pero no obstante, sus pecados permanecían inscritos en los libros de registro. Como en el servicio típico había una obra de expiación al fin del año, así también, antes de que la obra de Cristo para la redención de los hombres se complete, queda por hacer una obra de expiación para quitar el pecado del santuario...
Y así como la purificación típica de lo terrenal se efectuaba quitando los pecados con los cuales había sido contaminado [el santuario terrenal], así también la purificación real de lo celestial debe efectuarse quitando o borrando los pecados registrados en el cielo. Pero antes de que esto pueda cumplirse deben examinarse los registros para determinar quiénes son los que, por su arrepentimiento del pecado y su fe en Cristo, tienen derecho a los beneficios de la expiación cumplida por él (El Conflicto de los siglos, 473-474).
Los que vivan en la tierra cuando cese la intercesión de Cristo en el santuario celestial deberán estar en pie en la presencia del Dios santo sin mediador. Sus vestiduras deberán estar sin mácula; sus caracteres, purificados de todo pecado por la sangre de la aspersión... Mientras que los pecados de los creyentes arrepentidos son quitados del santuario, debe llevarse a cabo una obra especial de purificación, de liberación del pecado, entre el pueblo de Dios en la tierra. Esta obra está presentada con mayor claridad en los mensajes del capítulo 14 del Apocalipsis (Id. 478).
Ese es el corazón del adventismo del séptimo día. Nuestros amigos de las iglesias evangélicas no lo considerarían árido, obsoleto y sin provecho si nosotros mismos comprendiésemos su significado práctico. Eso es lo que Jones y Waggoner comenzaron a discernir.
Waggoner comprendió cabalmente que no hay manera en que el registro de nuestros pecados pueda ser borrado de los libros del cielo a menos que primeramente el pecado mismo sea borrado del corazón humano. Eso no significaba “interiorizar” la doctrina; significaba hacerla práctica tal como enfatiza El conflicto de los siglos. Sin duda alguna, la declaración de Ellen White antes expresada debió fortalecer sus convicciones. En 1902, Waggoner publicó un artículo en Review and Herald ampliando ese concepto (hay evidencia documental de que en ese momento todavía estaba enseñando la verdad del santuario, de la forma en la que la Iglesia adventista la había sustentado siempre. Ver nota al final del capítulo).
Aunque el registro total de nuestro pecado, escrito con el mismo dedo de Dios, fuera borrado, el pecado permanecería, porque está en nosotros. Si el registro de nuestro pecado estuviera grabado sobre piedra y esta se moliese reduciéndola a polvo, aun así eso no borraría nuestro pecado.
El borramiento del pecado es su borramiento de la naturaleza del ser humano (ver nota al final del capítulo). El borramiento del pecado es su borramiento de nuestras naturalezas, de manera que no tengamos más conciencia de él. “Los limpios” (Heb 10:2) -limpios por la sangre de Cristo- no tendrán “más conciencia de pecado”, porque han sido limpiados del camino de pecado. Se buscará su iniquidad y no se hallará. Se les habrá quitado para siempre, será extraña a sus nuevas naturalezas, e incluso aunque sean capaces de recordar que han cometido ciertos pecados, olvidaron el pecado en sí mismo, no pensando nunca más en cometerlo. Esa es la obra de Cristo en el verdadero santuario (30 setiembre 1902).
¿Estaba Ellen White de acuerdo con ese concepto? En 1890 escribió lo siguiente:
El perdón tiene un significado más abarcante del que muchos suponen...
El perdón de Dios no es solamente un acto judicial por el cual libra de la condenación. No es sólo el perdón por el pecado. Es también una redención del pecado. Es la efusión del amor redentor que transforma el corazón (El discurso maestro de Jesucristo, 97).
Observemos que Jones y Waggoner no enseñaron que la purificación del santuario celestial fuese algo exclusivamente limitado a la purificación de los corazones del pueblo de Dios. Reconocieron categóricamente que hay un verdadero tabernáculo en el cielo, tal como creyeron los pioneros adventistas. Las expresiones de su fe estaban en perfecta armonía con lo escrito en El conflicto de los siglos: “Mientras prosigue el juicio investigador en el cielo, mientras que los pecados de los creyentes arrepentidos son quitados del santuario, debe llevarse a cabo una obra especial de purificación, de liberación del pecado, entre el pueblo de Dios en la tierra” (p. 478). En otras palabras: la purificación de los corazones del pueblo de Dios en la tierra es un proceso paralelo y en correspondencia con la obra del Sumo Sacerdote en el cielo. Su pueblo coopera en armonía con él. La que sigue es una clara declaración de Waggoner, publicada en Inglaterra en 1900:
Nadie que lea las Escrituras puede dudar que hay un santuario en el cielo y que Cristo es allí sacerdote... Por lo tanto, se deduce que la purificación del santuario -una obra que la Biblia presenta como precediendo inmediatamente la venida del Señor- es coincidente con la completa purificación del pueblo de Dios en esta tierra, y que los prepara para la traslación al venir el Señor...
La vida [carácter] de Jesús debe ser reproducida perfectamente en sus seguidores, no meramente por un día, sino por todo el tiempo y la eternidad (The Everlasting Covenant, 365-367).
Waggoner escribía para no adventistas, explicando las bases prácticas de esa singular doctrina adventista. No existía diferencia de principio entre el perdón de los pecados en el servicio diario y el borramiento de los pecados en el anual: no más de la que había entre la calidad esencial del agua de la lluvia temprana y la de la lluvia tardía. Ambos, el perdón y el borramiento de pecados, se dan en virtud de la sangre de Jesús derramada en la cruz del Calvario.
Pero el servicio típico del santuario terrenal enseñaba claramente que era posible para el pecador perdonado rechazar el perdón, de forma que el pecado volviera a regir en su vida. Y el pecado puede estar silente y arraigado mucho más profundamente de lo que percibimos, de tal modo que pruebas o tentaciones más intensas terminen en la ruina. El mejor ejemplo: la prueba de la marca de la bestia. Por lo tanto, debe producirse finalmente un sellamiento del que no haya posible marcha atrás. Eso es equivalente al borramiento de los pecados en preparación para la venida de Jesús.
Como vimos en el capítulo anterior, nadie pretenderá haber recibido ese sello, el borramiento de pecados, ni tampoco será consciente de ello. Cuanto más se acerca el creyente a Cristo, más pecador e indigno se siente. Pero a pesar de ello, el Sumo Sacerdote lleva a término su propósito en aquellos que no resisten su obra.
Waggoner continuó explicando la doctrina a los no-adventistas en Inglaterra, en estos términos:
No tenemos tiempo ni espacio aquí para entrar en detalles, pero baste decir que de la comparación de Daniel 9:24-26 con Esdras 7 se desprende que los días mencionados en la profecía comenzaron en el año 457 AC, de manera que alcanzan hasta 1844 DC... Pero alguien preguntará: ¿Qué relación tiene 1844 con la sangre de Cristo?, y puesto que su sangre no es más eficaz en un tiempo dado que en otro cualquiera, ¿cómo puede decirse que en un determinado momento el santuario será purificado? ¿Acaso la sangre de Cristo no ha estado continuamente purificando el santuario viviente, la iglesia? La respuesta es que existe una cosa llamada “el tiempo del fin”. El pecado debe tener un fin, y un día la obra de purificación será completa... Es un hecho incontrovertible que desde la mitad del último siglo ha brillado nueva luz, y se ha revelado como nunca antes luz en relación con los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, y se está proclamando con un fuerte pregón el mensaje: “¡He aquí vuestro Dios!” (Isa 40:9) (Present Truth, 23 mayo 1901, 324).
En ocasiones la enseñanza de un hombre se refleja más claramente en aquellos que la han comprendido y aceptado, que en sus propias palabras. Observemos la forma en la que W.W. Prescott lo expresó, aproximadamente en la misma época:
No es lo mismo el perdón de los pecados que el borramiento del pecado. Hay diferencia entre la predicación del evangelio para el perdón de los pecados y la predicación del evangelio para el borramiento del pecado. Siempre, y hoy también, hay abundante provisión para el perdón de los pecados. Pero en nuestra generación se hace provisión para el borramiento del pecado. El borramiento del pecado es lo que preparará el camino para la venida del Señor, y dicho borramiento del pecado es el ministerio de nuestro Sumo Sacerdote en el lugar santísimo del santuario celestial. Eso es determinante para el pueblo de Dios de hoy en su ministerio, en su mensaje y en su experiencia, si reconocen... o... experimentan la significación del cambio... Lo anterior debe ser presentado claramente en el mensaje del tercer ángel; y junto a él viene, naturalmente, la más clara revelación del ministerio del evangelio para este tiempo: el borramiento del pecado en esta generación, preparando así el camino al Señor" (General Conference Bulletin, 1903, 53-54).
Prescott aprendió este singular concepto de Jones, quien lo enseñó en estos términos, en 1893:
Entonces, cuando nosotros como pueblo, como cuerpo, como iglesia, hayamos recibido la bendición de Abraham, entonces, ¿qué viene?... el derramamiento del Espíritu. Así sucede en la persona. Cuando la persona cree en Jesucristo y obtiene la justicia que es por la fe, entonces recibe el Espíritu Santo, que es la circuncisión del corazón. Y cuando todo el pueblo -como iglesia- recibe la justicia de la fe, la bendición de Abraham, entonces, ¿qué impedirá que la iglesia reciba el Espíritu de Dios? [Congregación: ‘Nada’] Ahí es donde estamos... ¿Qué impide el derramamiento del Espíritu Santo? [Congregación: ‘La incredulidad’] (General Conference Bulletin 1893, 383).
¿Sostuvo claramente Ellen White esa comprensión del significado de la purificación del santuario? En el mismo principio de la historia del adventismo del séptimo día hizo ciertas declaraciones que quizá resulten más sorprendentes para nosotros hoy de lo que lo fueron para su generación. Apreciar su significado profundo es para nosotros, todavía hoy, una asignatura pendiente. Está describiendo aquí el cambio del ministerio de Cristo, del primero al segundo departamento del santuario celestial, en 1844.
Allí contemplé a Jesús, el gran Sumo Sacerdote, de pie delante del Padre... Los que se levantaron con Jesús elevaban su fe hacia él en el lugar santísimo [esto es, lo seguían por la fe], y rogaban: “Padre mío, danos tu Espíritu”. Entonces Jesús soplaba sobre ellos el Espíritu Santo. En ese aliento había luz, poder y mucho amor, gozo y paz (Primeros Escritos, 55).
Si es cierto que “ha caído Babilonia la grande”, entonces es obvio que la única fuente posible de ese verdadero amor debe ser el ministerio de Cristo en el lugar santísimo. Y aquellos profesos cristianos que han rehusado seguirlo por la fe, deben estar en consecuencia destituidos del verdadero Espíritu Santo. Así es como continúa expresándose:
Me di vuelta para mirar a la compañía que seguía postrada delante del trono [es decir, rogando todavía a Cristo en el primer departamento, o lugar santo] y no sabía que Jesús la había dejado. Satanás parecía estar al lado del trono, procurando llevar adelante la obra de Dios. Vi a la compañía alzar las miradas hacia el trono, y orar: ‘Padre, danos tu Espíritu’. Satanás soplaba entonces sobre ella una influencia impía; en ella había luz y mucho poder, pero nada de dulce amor, gozo ni paz (Id. 55-56).
¿Quieren decir esas palabras lo que realmente dicen? Si es así, tenemos ante nosotros la terrible realidad de lo que el astuto enemigo de toda verdad está perpetrando en los profesos cristianos de nuestra generación: el engaño más sagaz y terrible de sus miles de años de experiencia. Y la única salvaguarda posible para no caer en la seducción, es una comprensión correcta de la purificación del santuario y del ministerio de Cristo.
También en Primeros Escritos la sierva del Señor desenmascara la naturaleza e implicaciones de la enseñanza popular -pero falsa- sobre la justificación por la fe, derivada de no comprender el verdadero ministerio de Cristo en el lugar santísimo:
Vi que así como los judíos crucificaron a Jesús, las iglesias nominales han crucificado estos mensajes y por lo tanto no tienen conocimiento del camino que lleva al santísimo, ni pueden ser beneficiados por la intercesión que Jesús realiza allí. Como los judíos, que ofrecieron sus sacrificios inútiles, ofrecen ellos sus oraciones inútiles al departamento que Jesús abandonó; y Satanás, a quien agrada el engaño, asume un carácter religioso y atrae hacia sí la atención de esos cristianos profesos, obrando con su poder, sus señales y prodigios mentirosos, para sujetarlos en su lazo... También viene como ángel de luz y difunde su influencia sobre la tierra por medio de falsas reformas. Las iglesias se alegran, y consideran que Dios está obrando en su favor de una manera maravillosa, cuando se trata de los efectos de otro espíritu...
Vi que Dios tiene hijos sinceros entre los adventistas nominales [creyentes en la segunda venida de Cristo, que no comprendían la verdad del santuario] y las iglesias caídas, y antes que sean derramadas las plagas, los ministros y la gente serán invitados a salir de esas iglesias y recibirán gustosamente la verdad. Satanás lo sabe; y antes que se dé el fuerte pregón del tercer ángel, despierta excitación en aquellas organizaciones religiosas, a fin de que los que rechazaron la verdad piensen que Dios los acompaña. Satanás espera engañar a los sinceros e inducirlos a creer que Dios sigue obrando en favor de las iglesias. Pero la luz resplandecerá, y todos los que tengan corazón sincero dejarán a las iglesias caídas, y se decidirán por el residuo" (p. 260-261).
¿A qué se refiere la expresión “de otro espíritu”? Sin duda alguna se trata de una falsificación sabiamente diseñada para que parezca ser genuina, y si es posible engañar hasta a los sinceros. ¡La marca de la bestia no será un engaño burdo y evidente! Incluirá una sutil falsificación de la justificación por la fe.
La preparación para la venida de Cristo incluye aprender a conocerle tan íntimamente, que el engaño no sea posible. Esto nos sugiere la intimidad matrimonial, y el amor que hace posible una relación tal. Lo que sigue son pensamientos expresados por Jones entre 1890 y 1900. Si bien publicados por primera vez como artículos de Review and Herald en los últimos años de la década, representan convicciones que sostuvo desde mucho tiempo antes. Fueron consustanciales al mensaje de 1888:
Cuando Jesús venga, será para tomar a su pueblo consigo. Para presentarse a sí mismo una iglesia gloriosa “que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin mancha” (Efe 5:27). Es para verse a sí mismo perfectamente reflejado en todos sus santos.
Y antes de que venga, su pueblo debe estar en esa condición. Antes de que venga debemos haber sido llevados a ese estado de perfección, a la plena imagen de Jesús (Efe 4:7-8 y 11-13). Y ese estado de perfección, ese desarrollo en todo creyente de la completa imagen de Jesús, eso es la consumación del misterio de Dios, que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria (Col 1:27) Esa consumación halla su cumplimiento en la purificación del santuario...
La purificación del santuario consiste precisamente en el borramiento de los pecados, en acabar la transgresión en nuestras vidas (Dan 9:29), en poner fin a todo pecado en nuestro carácter, en la venida de la justicia misma de Dios que es por la fe en Jesús...
Por lo tanto, ahora, como nunca antes, debemos arrepentirnos y convertirnos, para que nuestros pecados sean borrados, para que se les pueda poner fin por completo en nuestras vidas y para traer la justicia de los siglos; y eso con el fin de que sea nuestra la plenitud del derramamiento del Espíritu Santo, en este tiempo del refrigerio de la lluvia tardía (El Camino consagrado, 105-106).
Veamos esos conceptos en las predicaciones de Jones, en la sesión de 1893, predicaciones que Ellen White dijo que se debían volver a publicar (Carta 230, 1908):
“Aquellos que resistan todas las pruebas han oído el testimonio del Testigo fiel y verdadero, y recibirán la lluvia tardía a fin de poder ser trasladados” [se estaba refiriendo aquí a la cita de Joyas de los Testimonios, vol. I, 66]. Hermanos, ¿no encontráis gran ánimo en el pensamiento de que sea para eso; que la lluvia tardía nos va a preparar para la traslación?... Y cuando viene y nos habla a ti y a mí, es porque quiere trasladarnos, pero no puede trasladar el pecado, ¿comprendéis? Así, el único propósito que tiene al mostrarnos la profundidad y alcance del pecado, es para poder salvarnos de él y trasladarnos (General Conference Bulletin 1893, 205).
Últimamente me he preguntado si será intencionadamente que las palabras están expresadas de este modo: que el misterio de Dios debe ser consumado [es así como traduce Apocalipsis 10:7 la versión King James ], en lugar de simplemente será consumado. Digo esto porque debió ser ya consumado hace tiempo... ¿En qué consiste? En esto: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Id. 150).
Si estáis de alguna forma conectados a este mundo en espíritu, en mente, en pensamiento, en gustos, en inclinaciones... aun por el espesor de un cabello, una conexión con el mundo tan insignificante como esa os robará la eficacia que debe asistir a ese llamado que debe advertir al mundo contra ese poder maligno mundanal [la bestia y su imagen], de manera que puedan ser totalmente separados de él (Id. 123).
Hermanos, él es una gloriosa salvación para quienes están libres de iniquidad. Permitámosle que nos limpie de iniquidad ahora, a fin de que cuando su gloria aparezca no seamos consumidos, sino cambiados en su misma gloriosa semejanza. Eso es lo que él desea para nosotros (Id. 115).
Hermanos, estamos viviendo en el tiempo más glorioso que este mundo jamás haya visto. ¡Consagrémonos a Dios como conviene a quienes vivimos en el más sublime de los momentos!... Os digo, hermanos, que el poder de Dios va a actuar en seguida. ¡Ojalá podamos rendir todo a él para que él pueda obrar! (Id. 111-112).
Es una situación solemne. Nos lleva al punto de una consagración tal como la que jamás imaginamos anteriormente; a una consagración tal, y a una devoción que nos permita sostenernos en la presencia de Dios con el pensamiento solemne de que “tiempo es de hacer, oh Jehová, han disipado tu ley” (Sal 119:126)...
Hermanos, tenemos también esa estremecedora amonestación que conmueve todo pensamiento, que nos ha llegado de Australia... “Se va a producir algo grande y decisivo, y rápidamente. Si hay el más mínimo retraso, el carácter de Dios y su trono se verán comprometidos”. Hermanos, por nuestra desidia y actitud indiferente estamos trayendo oprobio al trono de Dios (Id. 73).
Esa profunda motivación por el honor de Cristo era parte del precioso mensaje. Cuanto más cerca está de la cruz de Cristo, menos le preocupa a uno su propia seguridad. En lugar de eso, habrá un vivo interés por la triunfante culminación del gran conflicto entre Cristo y Satanás. Waggoner compartía la misma idea:
“Para que seas justificado en tus dichos, y venzas cuando de ti se juzgare” (Rom 3:4). Satanás acusa actualmente a Dios de injusticia e indiferencia, e incluso de crueldad. Miles de personas se han hecho eco de la acusación. Pero el juicio declarará la justicia de Dios. Tanto su carácter como el del hombre son puestos a prueba. En el juicio, todo acto, tanto de Dios como del hombre, arrancando desde la misma creación, será visto por todos claramente en su verdadero significado. Y cuando todo sea visto en esa perfecta luz, Dios será absuelto de todo mal proceder, incluso por sus mismos enemigos (Signs of the Times, 9 enero 1896).
Ese es el mensaje del primer ángel. El honor de Dios está verdaderamente en juego en el carácter de su pueblo. Y ninguna motivación que no sea la preocupación por su honor y la integridad de su trono puede hacer que su pueblo venza el egoísmo y el pecado. La fe del Nuevo Testamento no reconoce otra motivación que la expresada por el poderoso primer ángel.
La segunda venida de Cristo es la validación última del mensaje adventista del séptimo día. El nombre que llevamos expresa nuestra confianza en ella. Si Cristo nunca fuera a regresar, no habría habido razón alguna de nuestra existencia como pueblo. Incluso dando por cierto su retorno, pero retrasándolo por décadas o hasta siglos, tampoco tendríamos razón de existir, ya que hemos manifestado repetidamente que su venida está cerca, porque él lo ha dicho. No es nuestro honor, sino el suyo el que está en juego. ¿Será quizá que nos hallamos ante un Salvador poco digno de confianza?
¿Puede su pueblo acercar o retrasar su venida? Está muy extendida la idea de que la voluntad soberana de Dios ha predeterminado exactamente la fecha de su venida de forma irrevocable, de la forma en que se programa la alarma de un reloj. Al llegar el tiempo señalado, se descorre la cortina de la historia y el Señor viene. Todo cuanto tenemos que desempeñar es el papel de esperar y estar atentos, manteniendo fija la atención en las señales de los tiempos mientras sacamos lo mejor posible de ambos mundos. Esa visión tan común de la segunda venida de Cristo es estrictamente egocéntrica y no puede llevar a otra cosa que no sea a la tibieza que nunca termina. Cristo dice que su venida está a las puertas. ¿Podemos creer su palabra?
El mensaje introdujo una nueva y distinta noción refrescante. Era un reavivamiento de ese amor profundo por Cristo, sentido en el corazón: el que motivó a los protagonistas del clamor de media noche de 1844. Los estudiantes de South Lancaster participaron de ese espíritu en las reuniones que siguieron a la Asamblea de 1888. “La mayoría de los estudiantes fueron llevados por la corriente celestial, y se dieron testimonios vivientes que no fueron superados ni siquiera por los que tuvieron lugar en 1844, antes del chasco” (Review and Herald, 4 marzo 1890). Deseamos, con un espíritu tal, que el Señor venga pronto. Ellen White dice:
Cuando el fruto fuere producido, luego se mete la hoz, porque la siega es llegada” (Marcos 4:29). Cristo espera con un deseo anhelante la manifestación de sí mismo en su iglesia. Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá él para reclamarlos como suyos. Todo cristiano tiene la oportunidad no sólo de esperar, sino de apresurar la venida de nuestro Señor Jesucristo (Palabras de vida del gran Maestro, 47).
NOTA: Hay ciertos factores dignos de consideración a propósito de la relación de Waggoner con la doctrina histórica adventista del santuario y su purificación:
· Frecuentemente se ha presentado la acusación de que Waggoner se equivocó al relacionar la purificación del santuario celestial con la purificación de los corazones del pueblo de Dios en la tierra, interiorizando así una verdad objetiva. No es cierto que Waggoner (o Jones) limitaran la purificación del santuario a la obra de Dios en los corazones del pueblo de Dios. Waggoner se refirió a la purificación objetiva del santuario celestial como “coincidente con” la obra de limpieza del corazón (ver The Everlasting Covenant, 366-367). Esa no pudo ser una postura equivocada, ya que Ellen White también relacionó definidamente la purificación del santuario celestial con la de los corazones de su pueblo, como se ha documentado en diferentes citas del presente capítulo. El concepto de interiorizar, prestado de la noción católico-romana de lo místico, no tiene nada que ver con la enseñanza bíblica de “el misterio de Dios será consumado” (Apoc 10:7), que es “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col 1:27). Interiorizar una doctrina tal requeriría degradarla hasta una preocupación meramente egocéntrica, que es lo opuesto a los criterios defendidos por Jones y Waggoner.
· La última carta de Waggoner, fechada el 28 de mayo de 1916, se cita frecuentemente con el fin de desprestigiar sus enseñanzas en relación con la purificación del santuario. En 1916 dijo que virtualmente había abandonado la posición adventista ortodoxa sobre el santuario veinticinco años antes, lo que nos llevaría a 1891. Pero quien pretende probar demasiado, acaba por no probar nada. Se debe considerar lo siguiente:
a) No hay una sola frase en los escritos de Waggoner, entre 1891 y 1902, que indique que hubiese abandonado o despreciado la doctrina del santuario.
b) Entre 1891 y 1896 encontramos numerosas declaraciones de apoyo de la pluma de Ellen White, en relación con el mensaje de Waggoner. No hay la más leve insinuación de que se estuviera apartando de la fe en esta doctrina vital. Conociendo su cuidado ferviente, resulta impensable que alguien que ejerció el don profético fuera incapaz de discernir un alejamiento tan radical del mensaje.
c) Dar valor notarial a esa declaración de 1916, que probablemente nunca tuvo la ocasión de revisar (un ataque al corazón, que acabó en su fallecimiento, le impidió enviar la carta a su destinatario, el pastor M.C. Wilcox), nos conduce a problemas graves. Lo anterior requeriría que considerásemos a Waggoner como siendo hipócrita y falso desde 1891 hasta 1902, ya que la evidencia documental prueba que enseñó la doctrina del santuario pública y manifiestamente durante ese período (ver, por ejemplo, la edición inglesa de Present Truth, del 23 de mayo de 1901). ¿No sería eso ir demasiado lejos, en vista de las declaraciones de apoyo de Ellen White y del impacto global de la obra de su vida en los días de su juventud?
La lógica obliga a la conclusión de que Waggoner estaba equivocado en su carta de 1916, más bien que ser un hipócrita consumado durante los años en que Ellen White lo apoyó de forma tan entusiasta. En 1916 era un hombre preso de la amargura, derrotado y confundido. Los años de soledad y oposición que tuvo que soportar por parte de sus hermanos acabaron pasándole una gran factura. Debido a que su mensaje fue rechazado “en gran medida” por sus hermanos (Mensajes Selectos, vol. I, 276), Waggoner nunca pudo ir más allá de ese comienzo de la lluvia tardía y fuerte pregón. No logró jamás satisfacer la sed de su alma con una mejor comprensión del significado de la doctrina adventista de la purificación del santuario.
Lo que debió decir en 1916, es que en una fecha tan temprana como 1891 comenzó a sentirse tentado a dudar de la doctrina. Pero es injusto decir que cedió a esa tentación, siendo que enseñó públicamente la doctrina. Su forma de ser, franca y abierta, evoca todo lo opuesto a una conducta deshonesta.
Nota:
1. En otras declaraciones hechas el 1901 deja claro que no se está refiriendo a erradicar la naturaleza pecaminosa. En la Asamblea de la Asociación de 1901 manifestó lo siguiente: “No vayamos a sacar la conclusión errónea. Nadie piense que vosotros o yo llegaremos a ser alguna vez tan buenos como para poder vivir independientemente del Señor; que nadie espere que este cuerpo se convierta. Si alguien lo hace, se encontrará en gran dificultad y en abierto pecado. No creáis que podéis cambiar la corrupción en incorrupción. Esto corruptible será hecho incorruptible en la venida del Señor, no antes. Hasta que el Señor venga, esto mortal no será revestido de inmortalidad. Cuando el hombre concibe la idea de que su carne es impecable y de que todos sus impulsos son de Dios, está en realidad confundiendo su carne pecaminosa con el Espíritu de Dios (Bulletin, 146).