Lecciones de la Biblia, Profecías, Justicia Por La Fe
Capítulo 9
¿Por qué es fácil salvarse y difícil perderse?
¿o bien es cierto lo contrario?
Ninguno de los dichos de Jesús debiera cuestionarse. La fe en él acepta como verdad todo cuanto dijo.
Pero si alguna declaración de Jesús parece suscitar dudas en las mentes de muchos buenos cristianos, es la verdad de que sea más fácil salvarse que perderse:
Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí... porque mi yugo es fácil y ligera mi carga (Mat 11:28-30).
Evidentemente, la naturaleza humana tiende a pensar que es difícil llevar el yugo de Cristo. Muchos creen que ser un verdadero cristiano es una empresa cruelmente difícil, ¡una heroicidad que sólo unos pocos pueden soñar con ver realizada! Y esa idea tiende a frustrar y desanimar a cualquiera que desee sinceramente ser un seguidor de Jesús.
La citada declaración de Jesús provee solamente la primera mitad del título de este capítulo. La otra mitad deriva directamente de las palabras de Jesús dirigidas a Pablo, según el relato que él mismo hace de su conversación con el Señor cuando fue abatido en el camino a Damasco. Pablo refiere al rey Agripa su experiencia:
En mitad del día, oh rey, vi en el camino una luz del cielo, que sobrepujaba el resplandor del sol, la cual me rodeó y a los que iban conmigo. Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebraica: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra los aguijones (Hechos 26:13-15).
Saulo de Tarso tenía una lucha con su conciencia. El Espíritu Santo traía constantemente a su alma la convicción de pecado. Para poder proseguir su maléfica campaña contra Jesús y sus seguidores, había tenido que resistir y neutralizar todas las convicciones y llamados del Espíritu Santo. Eso le resultaba “duro”, y pudo haber terminado en graves trastornos físicos y emocionales. El Señor le amaba tanto, que le puso difícil el camino hacia su propia destrucción por la continua impenitencia. Y cuando Saulo vino a convertirse en Pablo, jamás olvidaría la lección. A partir de entonces predicaría ya por siempre que ser salvo es fácil, y perderse, difícil. Había descubierto “buenas nuevas”.
Así pues, en palabras de Jesús, su carga es “ligera”, mientras que oponerse a su salvación es “duro”. Eso es lo que significa la “justicia por la fe”. Lo mismo que Pablo, los mensajeros de 1888 captaron las enseñanzas de Jesús. Ese fue otro rasgo distintivo del mensaje, que hoy vemos rara vez articulado.
Considérese, por ejemplo, un pasaje de los escritos de Pablo, de aparente ambigüedad:
Digo pues: Andad en el Espíritu y no satisfagáis la concupiscencia de la carne. Porque la carne codicia [lucha, contiende] contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne: y estas cosas se oponen la una a la otra, para que no hagáis lo que quisiereis (Gál 5:16-17).
Hay dos formas de entender la declaración: (1) El mal que la carne nos incita a hacer es tan fuerte, que ni siquiera el Espíritu Santo es poderoso para socorrernos, resultando sencillamente que “no podemos hacer [el bien] que quisiéramos”, o (2) El bien que el Espíritu Santo nos impulsa a hacer se constituye en una motivación tan poderosa, que la carne pierde su dominio sobre nosotros, y por lo tanto el creyente en Cristo “no puede hacer [el mal] que [su naturaleza carnal] quisiera” incitarle a hacer.
La primera explicación constituye muy malas nuevas. Dice virtualmente: ‘Por tanto tiempo como poseáis naturaleza pecaminosa, o por tanto tiempo como poseáis esta carne, estáis condenados a la derrota continua’. Eso es lo que piensan muchos profesos cristianos. Su experiencia refuerza continuamente su creencia, ya que comprueban que la carne es todopoderosa. El apetito, el sexo ilícito, la sensualidad, el orgullo, los celos, el odio, las drogas o el alcohol, el materialismo, hacen retroceder constantemente al Espíritu, y se ven derrotados vez tras vez. Con seguridad, el corazón del Salvador va en su búsqueda. Sabe cuántas veces han derramado lágrimas, repasando en la noche los fracasos del día.
En contraste, la segunda explicación emerge como las mejores nuevas que uno pueda imaginar. El Espíritu Santo efectúa realmente la “obra”, la “lucha” o contienda. Aunque siempre habíamos pensado que éramos nosotros quienes debíamos luchar, según explica Pablo, esa es la parte que realiza la gran tercera Persona de la Deidad. Es más poderosa que la carne. Cada momento de cada día contiende –lucha- contra las incitaciones de nuestra naturaleza pecaminosa, y con nuestro consentimiento las derrota completamente. De hecho, dedica tanto tiempo a cada uno de nosotros en su continua lucha contra el pecado, como si fuésemos la única persona en la tierra. Su contienda contra nuestra naturaleza pecaminosa es una obra de 24 horas al día, 7 días a la semana.
¿Cuál de las dos explicaciones es la correcta?
El mensaje de 1888 se decide sin vacilación por la de las buenas nuevas, ya que está en completa armonía con las palabras antes citadas de Jesús. Si Jesús nos asegura que su “carga es ligera” es porque sabe que el poderoso Espíritu Santo es quien eleva la pesada carga. A.T. Jones discernió el significado de las palabras de Pablo:
Cuando un hombre se convierte, siendo así puesto bajo el poder del Espíritu Santo, no se lo libra de la carne más de lo que se lo separa de ella, con sus tendencias y deseos... No; esa misma carne pecaminosa, degenerada, está allí... Pero el individuo deja de estar sometido a ella. Es librado de la sumisión a la carne, con sus tendencias y deseos, y se somete ahora al Espíritu. Está bajo el dominio de un poder que conquista, somete, crucifica y mantiene a raya a la carne... La carne misma es puesta en sujeción al poder de Dios, por medio del Espíritu, [de manera que] todas esas cosas impías son cortadas de raíz, evitando así que aparezcan en la vida...
Esa bendita inversión de las cosas tiene lugar en la conversión. Mediante ella, al hombre se le da en posesión el poder de Dios, y bajo el dominio del Espíritu de Dios, es decir, por su poder, reina sobre la carne, con todos sus afectos y concupiscencias. Mediante el Espíritu, crucifica la carne con los afectos y concupiscencias, en su “buena batalla de la fe”...
Jesús vino al mundo y se colocó a sí mismo EN LA CARNE, precisamente allí donde está el hombre. Se enfrentó a esa carne TAL COMO ES ESTA, con todas sus tendencias y deseos; y mediante el poder divino que manifestó por la fe, “condenó al pecado en la carne”, trayendo así a todo el género humano la fe divina que pone el poder divino al alcance del hombre, a fin de librarlo del poder de la carne y de la ley del pecado, precisamente allí donde este se encuentra, dándole seguro dominio sobre la carne (Review and Herald, 18 septiembre 1900).
¿Cuál es más poderoso, el pecado o la gracia? Pablo dijo: “Cuando el pecado creció, sobrepujó la gracia; para que, de la manera que el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna por Jesucristo Señor nuestro” (Rom 5:20-21). No ha sido fácil creerlo. ¡Cuán a menudo hemos pensado que la televisión podía más que la reunión de oración! El mundo se nos presenta frecuentemente tan atractivo, que por comparación la obra del Espíritu Santo parece muy débil. Si es así, hay algo que no está claro para nosotros. No hemos comprendido el evangelio.
Volvemos al mensaje de 1888 en busca de buenas nuevas:
Cuando reina la gracia, es más fácil hacer el bien que hacer el mal. He aquí la comparación. Nótese: “De la manera que el pecado reinó para muerte, así también reina la gracia”. Cuando reinaba el pecado, reinaba contra la gracia; anulaba todo el poder de la gracia que Dios dio [daba coces contra el aguijón, en la experiencia de Saulo], pero cuando se rompe el poder del pecado y reina la gracia, ésta reina contra el pecado y anula todo el poder del pecado. Por consiguiente, que bajo el reino de la gracia sea más fácil hacer el bien que el mal es tan literalmente cierto como que bajo el reino del pecado es más fácil hacer el mal que el bien (Jones, Id. 25 julio 1899).
Es imposible insistir demasiado en que es tan fácil hacer el bien bajo el reino de la gracia, como hacer el mal bajo el reino del pecado. Tiene que ser así, ya que en caso contrario, si no hay más poder en la gracia que en el pecado, no podría haber salvación del pecado...
La salvación del pecado depende ciertamente de que haya más poder en la gracia que en el pecado. Siendo así, allí donde tenga el control el poder de la gracia, será tan fácil la práctica del bien como lo es la del mal cuando no se da esa circunstancia...
La gran dificultad del hombre lo ha sido siempre para hacer el bien. Pero eso sucede porque de forma natural el hombre es esclavo de un poder -el poder del pecado- que es soberano en su reino. Y mientras rija ese poder, no es ya difícil sino imposible hacer el bien que se conoce y desea hacer. Pero permítase gobernar a un poder superior a ese y entonces, ¿no será tan fácil servir a la voluntad del poder superior, cuando reina, como lo fue servir a la voluntad del otro poder, cuando reinaba?
Pero la gracia no es simplemente más poderosa que el pecado... Eso, siendo bueno, no lo es todo... Hay mucho más poder en la gracia que en el pecado, ya que “donde aumentó el pecado, sobreabundó la gracia”... Que nadie intente servir a Dios con nada menos que el poder real y viviente de Dios que hace de él una nueva criatura; que no intente servirle con nada que no sea la gracia sobreabundante que condena el pecado en la carne y reina por la justicia a vida eterna por Jesucristo nuestro Señor. Entonces el servicio a Dios será verdaderamente “en novedad de vida”; entonces ocurrirá que su yugo es verdaderamente “fácil”, y “ligera” su carga; entonces su servicio resultará ser en verdad “con gozo inefable y glorificado” (1 Ped 1:8) (Id. 1 septiembre 1896).
Como era habitual, Waggoner coincidió plenamente:
El nuevo nacimiento contrarresta completamente el antiguo. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto es de Dios” (2 Cor 5:17-18). El que toma a Dios como la porción de su herencia (Sal 16:5) tiene un poder que obra en él para justicia, tanto más fuerte que el poder de las tendencias heredadas al mal, como mayor es nuestro Padre celestial en relación con nuestros padres terrenales (The Everlasting Covenant, 66).
El contexto de la cita de Waggoner de 2 Corintios 5, dice: “El amor de Cristo nos constriñe” (vers. 14). Constreñir es lo contrario a restringir: significa “motivar”, “empujar”.
Como ilustración, intentemos imaginar que uno es un pobre e ignorante esclavo resucitado de algún tiempo remoto en el pasado, antes de que existiesen los vehículos modernos. Nuestro nuevo señor tiene un pesado vehículo a motor, que está al pie de una cuesta empinada. ¡Llévalo hasta la cima!, nos ordena. Empezamos, pues, a hacerlo lo mejor que sabemos: empujándolo. Tras un esfuerzo agotador logramos moverlo unos centímetros, y poner una piedra bajo la rueda para evitar que se pierda todo lo conseguido. Jadeando, nos preguntamos cómo podremos llegar jamás a la cima. Seguramente no hace falta explicar aquí que para muchos cristianos, la preparación para recibir al Señor es algo tan penoso como el trabajo del esclavo.
Imaginemos ahora que alguien viene y nos invita a entrar en el vehículo y girar la llave del contacto. Oímos el ruido de la puesta en marcha, preguntándonos qué significado tendrá aquello. Nuestro instructor nos indica cómo manejar el cambio de marchas, el embrague y el acelerador: ¡el vehículo avanza aprisa hacia la cima!
Lo que hace que la vida cristiana parezca tan difícil es solamente una patética ignorancia del puro y verdadero evangelio de Cristo. El amor de Cristo que nos motiva, es un poder formidable que allana las montañas:
No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Quién eres tú, oh gran monte? Delante de Zorobabel serás reducido a llanura (Zac 4:6-7).
Allanar montañas como esas está solamente al alcance de potentes excavadoras, pero eso es lo que la comprensión de la cruz hace por nosotros:
Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos son muertos; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, mas para aquel que murió y resucitó por ellos (2 Cor 5:14-15).
Analicemos lo que realmente dice:
Si Uno no hubiese muerto por todos, todos estaríamos muertos.
Seamos cristianos o paganos, reconozcamos o no nuestra obligación hacia él, debemos todo cuanto somos y tenemos a su sacrificio. Cristo salvó el mundo con su sangre:
A la muerte de Cristo debemos aun esta vida terrenal. El pan que comemos ha sido comprado por su cuerpo quebrantado. El agua que bebemos ha sido comprada por su sangre derramada. Nadie, santo o pecador, come su alimento diario sin ser nutrido por el cuerpo y la sangre de Cristo. La cruz del Calvario está estampada en cada pan. Está reflejada en cada manantial (El Deseado de todas las gentes, 615).
Cree eso sencillamente -dice Pablo- y se hará imposible continuar viviendo una vida egocéntrica. El amor de Cristo nos motiva inmediatamente, y es inevitable que “ya no [vivamos] para sí, mas para Aquel que murió y resucitó por [nosotros]”. La idea es que encontraremos imposible dejar de servir al Señor con entusiasmo, una vez hayamos comprendido y apreciado el significado real de la cruz de Cristo.
Ese concepto de que ser salvo es fácil y perderse es difícil impregna la enseñanza de Pablo. Consideremos el siguiente texto:
¿Menosprecias las riquezas de su benignidad y paciencia, y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía a arrepentimiento? (Rom 2:4).
La idea de Pablo es que Dios toma la iniciativa. No está esperando, tal como muchos lo conciben, cruzado de -divinos- brazos en despreocupada actitud pasiva, mientras vagamos en nuestra condición perdida. No dice: ‘Hice el sacrificio por ti hace dos mil años. Ya he hecho mi parte; ahora te toca a ti. Debes tomar la iniciativa. Si quieres venir, ven; y si te parece difícil, es porque no tienes lo necesario para ser un buen cristiano. Algún otro llevará tu corona’. ¿Cuántos miles de personas piensan de esta manera sobre Dios? Y algunos se resignan a sentimientos como: ‘Dios tiene mucha gente dispuesta a llevar mi corona. Él no me necesita, y no estoy realmente seguro de que me quiera’.
En contraste, Waggoner pone énfasis en la perseverancia del amor de Dios en su búsqueda de todo hombre (una de sus frases evangelísticas favoritas):
No debemos tratar de mejorar las Escrituras, y pretender que la bondad de Dios tiende a llevar a los hombres al arrepentimiento. La Biblia dice que te guía a arrepentimiento, y podemos estar seguros de que es así. Todo hombre es movido al arrepentimiento tan ciertamente como que Dios es bondadoso (Signs of the Times, 21 noviembre 1895).
Cuando oramos por la conversión de un ser querido, un amigo o un vecino, no es preciso que despertemos a Dios de su sueño, ni que le persuadamos para que haga algo que no tiene deseos de hacer. No es eso lo que Pablo enseña. La bondad de Dios está ya obrando, guiando a la persona al arrepentimiento. El problema es que frecuentemente nosotros impedimos lo que él inició ya. Confundimos la verdadera respuesta a nuestras oraciones debido a no haber comprendido las verdaderas dimensiones de la bondad, gracia y benignidad del Señor.
Waggoner continúa diciendo:
No todos se arrepienten. ¿Por qué? Porque menosprecian las riquezas de la benignidad, paciencia y longanimidad de Dios, escapando a su misericordiosa conducción. Pero todo aquel que no resista al Señor, será ciertamente guiado al arrepentimiento y salvación (Id.)
Eso parece un concepto revolucionario para muchas almas sinceras. Se dicen: ‘No puede ser así: el que se salva ha de tomar la iniciativa y esforzarse con tesón, debe hacer algo para salvarse’. Pero los términos están invertidos. Realmente, la verdad es que si deja de resistir, será salvo.
Por más revolucionarias que parezcan, esas son las buenas nuevas del evangelio. Se basan en el amor activo y persistente de Dios.
Va a la que se perdió hasta que la encuentra (Luc 15:4).
En El Camino a Cristo, leemos lo mismo de la pluma de Ellen White:
Cuando Cristo los induce a mirar su cruz y a contemplar a Aquel que fue traspasado por sus pecados... comienzan a entender algo de la justicia de Cristo...
El pecador puede resistir a este amor, puede rehusar ser atraído a Cristo; pero si no se resiste, será atraído a Jesús; el conocimiento del plan de la salvación le guiará al pie de la cruz, arrepentido de sus pecados, los cuales causaron los sufrimientos del amado Hijo de Dios (p. 27).
Una vez hemos descubierto el secreto de ese amor divino activo, que busca, esas buenas nuevas nos “asaltan” desde casi cada página de la Biblia. Observemos estos maravillosos escritos de Pablo:
Antes que viniese la fe, estábamos guardados bajo la ley, encerrados para aquella fe que había de ser descubierta. De manera que la ley nuestro ayo fue para llevarnos a Cristo, para que fuésemos justificados por la fe... Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús...
Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del siervo, aunque es Señor de todo; mas está debajo de tutores y curadores hasta el tiempo señalado por el padre. Así también nosotros, cuando éramos niños, éramos siervos bajo los rudimentos del mundo. Mas venido el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, hecho de mujer, hecho súbdito a la ley, para que redimiese a los que están debajo de la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos (Gál 3:23-4:5).
Viendo claramente “la ley en Gálatas”, Waggoner captó la profunda verdad del pasaje:
Dios no ha rechazado a la raza humana. Puesto que al primer hombre creado se lo llama “hijo de Dios” (Luc 3:38), todos los hombres pueden ser igualmente herederos. “Antes que viniese la fe”, aunque todos nos apartamos de Dios, “estábamos guardados por la Ley”, guardados por un severo vigilante, tenidos en sujeción, a fin de poder ser llevados a aceptar la promesa. ¡Qué bendición, que Dios cuente también como hijos suyos a los impíos, a quienes están en la esclavitud del pecado!, hijos errantes y pródigos, pero hijos al fin y al cabo. Dios ha hecho a todos los hombres “aceptos en el Amado” (Efe 1:6). El presente tiempo de prueba nos es dado para que tengamos una oportunidad de conocerlo como a nuestro Padre, y que vengamos a serle verdaderos hijos (Las buenas nuevas, Gálatas versículo a versículo, 108).
La idea común es que quienes vivieron en la dispensación del Antiguo Testamento fueron guardados bajo la ley, pero en el Nuevo Testamento vino la fe. Sin embargo, Waggoner aclara que incluso hoy somos guardados bajo la ley hasta la llegada de la fe, de forma individual en nuestra experiencia. La ley es nuestro instructor, o agente educador para llevarnos a Cristo. Lo que no aprendemos por la fe, por su gracia, lo aprendemos mediante disciplina. Todo ese infinito cuidado que se nos prodiga individualmente, es para conducirnos a Cristo, “para que fuésemos justificados por la fe”. Esto está sucediendo ahora mismo. Todos nosotros, sin excepción, hemos estado “encerrados” “bajo la ley” hasta el momento en que llega la fe. Ese estar encerrado forma parte del proceso que nos lleva a Cristo, otra evidencia del amor activo y persistente del Señor hacia cada uno de nosotros.
Nos resulta muy fácil trazar un círculo que deja fuera a nuestros vecinos aparentemente incrédulos. Pero Waggoner discernió que el círculo que traza el Señor los incluye, al menos hasta que lo hayan resistido finalmente por un rechazado persistente. Muy a menudo vemos a quienes no están en nuestro círculo, no como ovejas, sino como lobos. Pero el Señor los mira como a ovejas que han errado, como a los hermanos pequeñitos. Rara vez hemos sabido reconocerlos como hijos de Dios, guardados ciertamente bajo la ley, pero hijos todavía, a quien el Instructor está conduciendo a Cristo.
Así, Gálatas 4 nos brinda ese hermoso pensamiento mediante la ilustración del niño que es heredero de todo. Pero mientras corretea a pie desnudo por el país, está bajo la cautela de tutores y hasta los mismos siervos señorean sobre él hasta no alcanzar la edad apropiada. Así sucede con nosotros, explica Pablo: somos menores, chiquillos, como esclavos, hasta que nos llega la mayoría de edad, que consiste en el desarrollo individual de la fe. Por sorprendente que parezca, ¡todo el programa del Señor va dirigido a la salvación de los perdidos!
Ese palpitante evangelio se revela aún más profundamente en el discernimiento de Waggoner, en relación con el don de la gracia divina a todos los hombres:
Puesto que la herencia es por la justicia que viene por la fe, es igualmente segura para toda la simiente, e igualmente asequible a todos. La fe concede a todos igualdad de oportunidades, ya que la fe es tan fácil para una persona como para la otra. Dios “ha repartido a cada uno la medida de fe” (Rom 12:3), y a todos la misma medida, ya que la medida de gracia es la medida de fe, y “a cada uno de nosotros es dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo” (Efe 4:7). Cristo se da sin reservas a todo hombre (Signs of the Times, 27 febrero 1896).
En otras palabras: el Señor está obrando hoy en beneficio de todo hombre, mujer y niño que habitan la tierra. Pero esa obra resulta impedida hasta que sepan acerca de ella; y sólo pueden conocerla mediante la proclamación de las buenas nuevas. Nos dijo: “Id por todo el mundo, predicad el evangelio a toda criatura” (Mar 6:15), y debemos comprender que verdaderamente hay poder en ese evangelio si se lo puede liberar del error contaminante que ha corrompido y frustrado la gracia de Dios. Si hemos tratado de ayudar a la gente y hemos fracasado, es preferible reconocer que hay deficiencias en nuestro conocimiento del evangelio, antes que culpabilizarlos a ellos. Es cierto que hay quien rechazará el evangelio, incluso aunque le sea claramente expuesto, pero muchos más de los que hoy anticipamos lo aceptarán gustosos al contemplarlo en su prístina pureza.
A lo largo de los escritos de Jones y Waggoner encontramos como hilo conductor esa virtual fijación en el tema de la gracia de Dios:
“Porque el Hijo de Dios, Jesucristo, que por nosotros ha sido entre vosotros predicado... no ha sido Sí y No; más ha sido Sí en él. Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por nosotros a gloria de Dios” (2 Cor 1:19-20). Dios no ha hecho ninguna promesa al hombre, que no sea mediante Cristo. La fe personal en Cristo es lo necesario a fin de recibir cualquier cosa que Dios haya prometido. Dios no hace acepción de personas. Ofrece gratuitamente sus riquezas a cualquiera; pero nadie puede tener parte alguna en ellas sin aceptar a Cristo. Eso es perfectamente justo, puesto que Cristo se da a todos, si es que lo quieren tener (Waggoner, El pacto eterno, 13).
Ellen White asintió en los siguientes términos:
Cristo y su misión han sido mal representados, y multitudes se sienten virtualmente apartadas del ministerio del Evangelio. Pero no deben sentirse separadas de Cristo. No hay barreras que el hombre o Satanás puedan erigir y que la fe no pueda traspasar.
Con fe, la mujer de Fenicia se lanzó contra las barreras que habían sido acumuladas entre judíos y gentiles. A pesar del desaliento, sin prestar atención a las apariencias que podrían haberla inducido a dudar, confió en el amor del Salvador. Así es como Cristo desea que confiemos en él. Las bendiciones de la salvación son para cada alma. Nada, a no ser su propia elección, puede impedir a algún hombre que llegue a tener parte en la promesa hecha en Cristo por el Evangelio (El Deseado de todas las gentes, 369).
Sí, ¡el pecador debe resistirse para poder perderse! Tan profundamente le ama el Señor.
Pero el mensaje de 1888 dio un paso de gigante que va más allá de la noción de que, a la luz del evangelio, es más fácil salvarse que perderse. Encontró en los escritos de Pablo seguridad en cuanto a que la muerte de Cristo en la cruz no ofrece solamente una provisión para la salvación del pecador, sino que efectuó realmente su justificación. La muerte y resurrección de Cristo, y también su don del Espíritu Santo, realizaron algo por todo hombre. Veamos primeramente lo que dice Pablo, y posteriormente lo comentado por Jones y Waggoner:
De consiguiente vino la reconciliación por uno, así como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, y la muerte así pasó a todos los hombres, pues que todos pecaron... Así que, de la manera que por un delito [de Adán] vino la culpa [el juicio] a todos los hombres para condenación, así por una justicia [de Cristo] vino la gracia a todos los hombres para justificación de vida. Porque como por la desobediencia de un hombre [Adán] los muchos fueron constituidos pecadores, así por la obediencia de uno [Cristo] los muchos serán constituidos justos (Rom 5:12-19).
Sea lo que fuere que Adán pasó a toda la raza humana, Pablo aclara que Cristo lo revirtió para todos los hombres. Pero nos cuesta creer lo que dice Pablo, e intentamos “arreglarlo”: ‘No, no puede ser cierto lo que dice Pablo. El don gratuito de la justificación vino a unos pocos, no a todos. Vino solamente a quienes hacen algo’. Waggoner, sin embargo, captó la idea de Pablo:
Aquí no hay ninguna excepción. Lo mismo que la condenación vino a todos, también viene a todos la justificación. Cristo gustó la muerte por todos los hombres. Se dio a sí mismo por todos. Se ha dado a sí mismo a todo hombre. El don gratuito ha venido a todos. El hecho de que sea un don gratuito evidencia que no haya excepciones. Si hubiese venido solamente sobre quienes acreditasen una determinada calificación, entonces ya no sería un don gratuito. Por lo tanto, es un hecho plenamente aclarado en la Biblia, que el don de la vida y la justicia en Cristo ha llegado a todo hombre sobre la tierra. No hay la menor razón para que cualquier hombre que haya jamás vivido no pueda ser salvo por la eternidad, excepto que él no lo quiera así. Muchos pisotean el don ofrecido tan libremente (Signs of the Times, 12 marzo 1896).
Por extrañas que nos suenen esas palabras a nosotros hoy, están en armonía con lo expresado por el propio Pablo. ¡No es una maravilla que Ellen White se entusiasmara con el mensaje! Eran buenas nuevas, y presentaban el carácter de Dios en una nueva y más favorable luz. Waggoner continúa diciendo:
La fe de Cristo debe traer la justicia de Dios, ya que la posesión de una fe tal es la posesión del Señor mismo. Esa fe se concede a todo hombre, de la manera en que Cristo se dio a sí mismo a todo hombre. Quizá te preguntes qué impide que todo hombre sea salvo. La respuesta es: nada, excepto el hecho de que no todo hombre guardará la fe. Si todos guardasen todo lo que Dios les da, todos serían salvos (Id. 16 enero 1896).
Hay mucho a lo que el pecador debe resistir, si quiere insistir en perderse. No es pues extraño que sea difícil perderse.
La apreciación de que la justificación ha venido a todos los hombres, provee en abundancia la motivación que se requiere para vivir una vida consagrada:
El amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos son muertos; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, mas para aquel que murió y resucitó por ellos (2 Cor 5:14-15).
La idea que Pablo expresó parece tan clara, que uno se pregunta cómo Calvino pudo concebir que Cristo muriese solamente por los elegidos. Cree simplemente que murió por ti, y reconoce sin dilación que nada puedes hacer por ti mismo. Estás infinita y eternamente en deuda con él. Se hace así imposible vivir una vida centrada en el yo. La ecuación “si uno murió por todos, luego todos son muertos” encierra poder en sí misma. Simplemente cree la “increíble” verdad, y la salvación se hace fácil.
Habiendo visto el apoyo bíblico a las grandes ideas de la motivación evangélica enunciadas por Jones y Waggoner, examinemos ahora cómo concuerdan con la enseñanza de Ellen White:
El amor infinito ha establecido un camino por el cual los redimidos del Señor pueden transitar de la tierra al cielo. Ese camino es el Hijo de Dios. Se han enviado guías angélicos para dirigir nuestros pies errantes. La gloriosa escalera al cielo se ha colocado en todos los caminos del hombre, dificultando la senda hacia el vicio y la locura. Para poder entregarse a una vida de pecado tiene que pisotear al Redentor crucificado" (Our High Calling, 11).
En los escritos de Ellen White encontramos implícita la verdad de que el amor de Dios es activo y va a la búsqueda del pecador. Este debe resistirlo para poder perderse:
Dios es luz, y en él no hay ningunas tinieblas. De no haber luz, no podría existir la sombra. Pero si bien las sombras aparecen con el sol, no son originadas por este. Son los obstáculos quienes ocasionan las sombras. Así, las tinieblas no emanan de Dios... El desprecio de la luz que Dios ha dado desemboca en un resultado cierto: crea una sombra, unas tinieblas que son más densas por contraste con la luz que ha sido enviada...
“Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gál 6:7). Dios no destruye a ningún hombre. Quienquiera sea destruido es porque se destruirá a sí mismo. Cuando un hombre sofoca las admoniciones de la conciencia, está sembrando las semillas de la incredulidad, y estas producen una cosecha segura (Id. 26).
A los adventistas se nos ha acusado -a veces con cierta razón- de enseñar que cuando regrese por segunda vez, Cristo estará lleno de afán de venganza asesina y sed de sangre. Algunos han representado a Cristo como viniendo con una especie de arma cósmica que emite rayos mortíferos para destruir a sus enemigos. Pero el mensaje de 1888 no presentaba una distorsión tal del carácter de Dios. Será “este mismo Jesús que ha sido tomado desde vosotros arriba en el cielo” el que regresará la segunda vez. Los pecadores habrán cambiado; él no. Son ellos y no él, quienes se habrán endurecido.
Si uno fuma durante años seis o siete paquetes de cigarrillos al día y contrae finalmente cáncer de pulmón, ¿podrá decir “Dios me ha destruido”? Ciertamente, todo quien sea destruido lo será porque se destruye a sí mismo.
Véase cómo, en un corto párrafo, Ellen White repite siete veces que quienes no se salven se perderán solamente por su propia elección y no por una expulsión arbitraria por parte del Señor:
[1] Una vida de rebelión contra Dios los ha inhabilitado para el cielo. [2] La pureza, la santidad y la paz que reinan allí serían para ellos un tormento; [3] la gloria de Dios, un fuego consumidor. [4] Ansiarían huir de aquel santo lugar. [5] Desearían que la destrucción los cubriese de la faz de Aquel que murió para redimirlos. [6] La suerte de los malos queda determinada por la propia elección de ellos. [7] Su exclusión del cielo es un acto de su propia voluntad y un acto de justicia y misericordia por parte de Dios (El conflicto de los siglos, 598).
Si eclipsamos la cruz de Cristo, entonces debemos admitir que es terriblemente difícil ser salvo. Se agota la motivación para ser consagrados y devotos. El llamado de la tentación al mal se vuelve todopoderoso. El Salvador viene a ser “como raíz de tierra seca”, y su evangelio “sin atractivo, para que lo deseemos”. Esa es la experiencia cristiana de muchos miembros de iglesia. Pero si aceptamos el evangelio de su gracia libre de adulteración, dijo A.T. Jones que incluso la elección de llevar la cruz de Cristo se convierte en fácil. Y con toda seguridad, ese tema de la elección es lo único que podría ser difícil en la salvación. Si a la luz de la cruz de Cristo, hasta eso se hace fácil, ¡ciertamente ya es nuestra!
Si el Señor ha sacado a la luz pecados en nosotros de los que nunca antes sospechamos, lo único que eso significa es que está avanzando en profundidad, y llegará finalmente hasta el fondo; y cuando encuentre la última cosa que sea sucia o impura, que no está en armonía con su voluntad y la revele a nosotros, si decimos ‘prefiero al Señor que a eso’, entonces la obra está completa y el sello del Dios viviente puede ser puesto en el carácter. [Congregación: ‘Amén’]. Qué preferís, ¿tener un carácter [algunos en la congregación empezaron a alabar al Señor, y otros a mirar alrededor]. No importa, si muchos más de vosotros expresaseis vuestro agradecimiento al Señor por lo que os ha dado, habría más gozo en esta casa esta noche.
Qué preferís, ¿tener la plenitud de Jesucristo, o tener menos que eso, estando encubiertos algunos de vuestros pecados de forma que nunca sepáis de ellos? [Congregación: ‘Su plenitud’]. ¿No veis que los Testimonios nos han dicho que si todavía hay ahí una sombra de pecado no podremos recibir el sello de Dios? ¿De qué manera puede el sello de Dios, que es la marca de su perfecto carácter revelado en nosotros, sernos colocado, si quedan aún pecados en nosotros?
...Y así, ha cavado en las profundidades de las que nunca soñamos, porque no podemos comprender nuestros corazones... El limpiará el corazón y revelará el último vestigio de maldad. Dejémosle obrar, hermanos; permitámosle proseguir en esa obra investigadora...
Para vosotros, como para mí, se trata simplemente de un asunto de elección vital, de si nos quedaremos con el Señor o con nosotros mismos; la justicia del Señor o nuestros pecados; el camino del Señor o el nuestro. ¿Cuál escogeremos? [Congregación: ‘El camino del Señor’]. No hay... [dificultad] en hacer la elección cuando comprendemos lo que el Señor ha hecho y lo que es para nosotros. La elección es fácil. Que la entrega sea completa (Jones, General Conference Bulletin, 1893, 404).
Waggoner estaba de acuerdo. Uno debe luchar contra la verdad para que se haga difícil creer:
Creer es tan natural para el niñito hijo de un infiel, como lo es para el de un santo. Es solamente cuando erigimos una barrera de orgullo sobre nosotros mismos (Sal 73:6) que encontramos difícil creer (Signs of the Times, 6 agosto 1896).
Permitamos a Jones, con su estilo directo y franco, decir más sobre el tema:
¿Puede alguien vivir para aquello a lo que murió? -No. Por lo tanto, si uno ha muerto al pecado, ¿cómo podrá vivir aún en pecado?... Imaginemos que un hombre muere a causa del delirium tremens, o de la fiebre tifoidea. ¿Querría vivir en delirium tremens o fiebre tifoidea, en el caso en que pudiese ser devuelto a la vida y comprendiese cuál fue su final? El solo pensamiento de ello sería la muerte para él, ya que fue una vez la causa de su muerte. Así es para quien ha muerto al pecado... No puede vivir en aquello a lo que murió.
Pero el gran problema para mucha gente es que no han estado tan enfermos de pecado como para morir... Enferman quizá de algún pecado particular, y quieren remediar eso, quieren ‘morir a’ ese pecado, y creen que lo han abandonado. Más adelante, enferman de otro pecado particular que piensan que no les conviene, ya que no pueden conservar el favor y la consideración de la gente si manifiestan ese pecado, y entonces intentan liberarse de él. Pero no enferman de pecado: el pecado en sí mismo, en su concepción, en abstracto, revista la forma que revista. No enferman al pecado en sí mismo lo suficientemente como para morir a él. Cuando el hombre se pone lo bastante enfermo... de pecado... es imposible verlo vivir aun en el pecado (General Conference Bulletin, 1895, 352).
¿Qué provee el poder para morir de ese modo al pecado? Efectivamente: la cruz de Cristo. Jones continúa así:
Constantemente tenemos la oportunidad de pecar. Siempre se nos presentan ocasiones para ello... día tras día. Pero está escrito: “Llevando siempre por todas partes la muerte de Jesús en el cuerpo” (2 Cor 4:10). “Cada día muero” (1 Cor 15:31). La sugestión a pecar es muerte para mí... en él.
Por lo tanto, eso se expresa en forma de pregunta escrutadora: “Los que somos muertos al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?, ¿o no sabéis que todos los que somos bautizados en Cristo Jesús, somos bautizados en su muerte?” (Rom 6:2-3)...
“El pecado no se enseñoreará de vosotros” (Rom 6:14). Quien es librado del dominio del pecado, es librado del servicio del pecado... Jesús murió, y somos muertos con él. Pero él vive, y nosotros que creemos en él, estamos vivos con él... “Con Cristo estoy juntamente crucificado” (Gál 2:20). Tan ciertamente como él está crucificado, lo estoy yo. Tan ciertamente como él muere, estoy yo muerto con él. Tan ciertamente como es enterrado, fui enterrado con él. Por lo tanto, no serviré al pecado (Id. 353).
El evangelio “es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Rom 1:16). Quizá la ilustración de la dirección asistida de un vehículo puede ayudarnos a comprender cuán fácil es ser salvo y cuán difícil perderse. Tratemos de manejar el volante de un vehículo con dirección asistida, cuando el motor no está en funcionamiento. Es realmente difícil. Si se trata de un pesado camión, es prácticamente imposible, a menos que el motor en funcionamiento provea la energía o asistencia al mecanismo de dirección.
Si el motor está en marcha, entonces hasta un niño puede girar el volante a uno u otro lado. La asistencia lo convierte en fácil.
Ahora, como conductores que somos, sigue corriendo de nuestra parte escoger por qué ruta vamos a circular. El mecanismo asistido nunca nos exime de la prudencia o la responsabilidad de escoger. No entramos a nuestro vehículo de brazos cruzados, diciéndole: “¡Llévame al trabajo!” Una vez hemos elegido girar a derecha o izquierda, aplicando ese mínimo esfuerzo para mover el volante, inmediatamente opera la asistencia a la dirección, facilitando el trabajo.
La sierva del Señor dedica consejos útiles a quienes sienten que salvarse es difícil:
“Muchos dicen: ‘¿Cómo me entregaré a Dios?’ Deseáis hacer su voluntad, mas sois moralmente débiles, esclavos de la duda y dominados por los hábitos de vuestra vida de pecado. Vuestras promesas y resoluciones son tan frágiles como telarañas. No podéis gobernar vuestros pensamientos, impulsos y afectos. El conocimiento de vuestras promesas no cumplidas y de vuestros votos quebrantados debilita la confianza que tuvisteis en vuestra propia sinceridad, y os induce a sentir que Dios no puede aceptaros; mas no necesitáis desesperar. Lo que debéis entender es la verdadera fuerza de la voluntad [elección]. Esta es el poder gobernante en la naturaleza del hombre: la facultad de decidir o escoger. Todo depende de la correcta acción de la voluntad [elección]. Dios dio a los hombres el poder de elegir; a ellos les toca ejercerlo. No podéis cambiar vuestro corazón, ni dar por vosotros mismos sus afectos a Dios; pero podéis escoger servirle. Podéis darle vuestra voluntad para que él obre en vosotros tanto el querer como el hacer, según su voluntad. De ese modo vuestra naturaleza entera estará bajo el dominio del Espíritu de Cristo, vuestros afectos se concentrarán en él y vuestros pensamientos se pondrán en armonía con él" (El Camino a Cristo, 47-48).
¿Son las buenas nuevas de ese mensaje mero inmovilismo, la herejía de que el pecador no tiene nada que hacer, excepto quedarse quieto a modo de masa manipulada por la voluntad divina? Veamos una declaración que algunos asumen de forma superficial que contradice el mensaje aludido en este capítulo, pero que bien comprendida armoniza perfectamente con él:
Cristo no nos ha dado la seguridad de que sea fácil lograr la perfección del carácter. Un carácter noble, cabal, no se hereda. No lo recibimos accidentalmente. Un carácter noble se obtiene mediante esfuerzos individuales, realizados por los méritos y la gracia de Cristo. Dios da los talentos, las facultades mentales; nosotros formamos el carácter. Lo desarrollamos sosteniendo rudas y severas batallas contra el yo. Hay que sostener conflicto tras conflicto contra las tendencias hereditarias. Tendremos que criticarnos a nosotros mismos severamente, y no permitir que quede sin corregir un solo rasgo desfavorable (Palabras de vida del gran Maestro, 266).
¿Acaso lo anterior anula las buenas nuevas de la gracia de Cristo? ¿Contradice quizá lo escrito: “Mi yugo es fácil, y ligera mi carga”? Algunos citan otras declaraciones de Ellen White en la pretensión de cuestionar ese aspecto de las buenas nuevas del mensaje de 1888 [Algunas de las declaraciones se encuentran en Mensajes para los jóvenes, 97-102; Profetas y Reyes, 61; Testimonies vol. II, 445-446; vol. VI, 286. Un estudio cuidadoso, sin embargo, muestra que no hay contradicción. El “camino estrecho” no es necesariamente difícil; es estrecho, lo que significa que no podemos pasar llevando a cuestas el equipaje mundanal del egoísmo. Debemos pelear verdaderamente “la buena batalla de la fe”, pero se trata precisamente de eso, de la batalla de la fe. Ciertamente hemos de esforzarnos y orar sin cesar. Pero debemos también respirar continuamente para continuar vivos… ¿es eso difícil? También debemos comer varias veces al día; ¿resulta difícil? Una persona sana, respira y activa sus músculos, lo mismo que un cristiano: se alimenta, respira (ora) y encuentra placer en la actividad y ejercicio constantes, más bien que en la inactividad e indolencia].
No debemos nunca olvidar que hay en verdad batallas intensas y fieras contra el yo, así como continuos conflictos. Pero esa declaración resalta que nuestro esfuerzo individual sería inútil sin los méritos y la gracia de Cristo. ¡Nunca se debe perder de vista la cruz! De hecho, convierte en fácil nuestra parte.
¿Fue “ligera su carga” en el huerto del Getsemaní o en la cruz? No. Su propia dura batalla con el yo, en Getsemaní y en la cruz, le hizo sudar gotas de sangre. Hasta su mismo corazón se rompió en su agonía final. ¿Qué significa? ¿Por qué nos dijo que su carga era ligera?
Él sufrió toda esa difícil y terrible agonía para salvarnos. La carga de la que habla en Mateo 11:30 es su carga, cuando la llevamos nosotros. La fe que obra por el amor la convierte en ligera, cuando apreciamos lo pesada que fue para él.
Lo único difícil para ser un verdadero cristiano es la elección de someter el yo para que sea crucificado con Cristo. No se nos pide jamás que seamos crucificados solos. Siempre con él.
Gracias a Dios, es un millón de veces más fácil para nosotros ser crucificados con Cristo, de lo que fue para él ser crucificado solo en nuestro favor. Contempla al Cordero de Dios, y se convierte realmente en fácil.
Cuando miro a la magna cruz
do murió el Príncipe de gloria,
Cuento por pérdidas mis más caras ganancias,
Y se desvanece mi orgullo.
Si hasta incluso eso pareciese difícil, recuérdese que resulta mucho más difícil continuar luchando contra un amor como ese, y combatiendo contra el ministerio persistente del Espíritu Santo, a fin de perderse.