Lecciones de la Biblia, Profecías, Justicia Por La Fe
Capítulo 6
La suerte de los mensajeros no invalida el mensaje
Cuando uno empieza a comprender el significado del mensaje de 1888 como comienzo de la lluvia tardía y fuerte pregón, surge de inmediato un motivo de perplejidad: ¿qué pasó con los mensajeros?
Tanto Jones como Waggoner se vieron implicados en serios problemas en sus últimos años, y muchos han asumido irreflexivamente que eso demuestra que el mensaje en sí mismo no era válido. Jones, si bien sin abandonar nunca el mensaje adventista, se separó de la iglesia, en gran parte debido a problemas personales con sus hermanos. Waggoner siguió siendo cristiano hasta el final, pero sufrió un trágico fracaso moral en su vida privada familiar y resultó atrapado en el error panteísta.
Los que se oponen al mensaje de 1888 se han justificado intentando aplicar a los mensajeros las palabras de Jesús: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Cógense uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol lleva buenos frutos; mas el árbol maleado lleva malos frutos” (Mat 7:16-17). La aplicación superficial de esas palabras a Jones y Waggoner ha contribuido al rechazo de su mensaje durante décadas, por parte de muchos. Y ese razonamiento ha parecido lógico.
Sin embargo, la pluma inspirada declaró enfáticamente que la aplicación de ese razonamiento al caso de Jones y Waggoner no solamente no es correcta, sino que de hecho es “un engaño fatal”. Hay un hecho importante y singular que no debe escapar a nuestra consideración: rechazar el mensaje de Jones y Waggoner basándose en los problemas posteriores de estos, es lo mismo que rechazar el mensaje adventista por haber tropezado con un miembro de iglesia que a la postre se mostró indigno de ese mensaje. De hecho, mucha gente rechaza el verdadero mensaje por razones subjetivas de ese tipo, no sin grave pérdida. Volviendo al tema que nos ocupa, si rechazamos el mensaje de 1888 por esa razón, estamos en realidad posponiendo indefinidamente la bendición de la lluvia tardía y el fuerte pregón.
Uno querría que Jones y Waggoner hubiesen podido terminar con honra sus vidas. De haber sucedido así, nadie encontraría hoy “perchas” donde colgar sus dudas respecto del mensaje. Tras la historia de los pasados 90 años, ¡seríamos impelidos a creer! Sus fracasos tardíos personales constituyen el gran chasco de 1888, de igual forma en que el 22 de octubre de 1844 lo es al inicio de la historia de nuestro movimiento.
Ambos resultan embarazosos, y los dos demandan análisis inteligente, a fin de evitar caer en errores graves. Parece como si el mismo Señor hubiese permitido ambos eventos a modo de prueba de fuego y piedra de tropiezo para todo el que se entregó a la búsqueda de excusas para rechazar la verdad.
Estas son algunas de las razones por las que es un “engaño fatal” el rechazar, o incluso valorar con ligereza el mensaje de 1888, evocando la debilidad de los propios mensajeros:
Los errores y desviaciones posteriores de Jones y Waggoner no se deben a ninguna imperfección inherente al mensaje mismo. En fecha tan temprana como 1892, Ellen White predijo la posibilidad del posterior fracaso de estos, y aclaró que si ocurría ese triste desenlace, de ninguna forma afectaría a la validez del mensaje:
Es muy posible que los pastores Jones y Waggoner puedan ser derrotados por las tentaciones del enemigo; pero de ocurrir así, eso no probaría que no habían recibido el mensaje de Dios, ni que toda su obra hubiese sido un error (Carta S-24, 1892).
Si los mensajeros, tras haber permanecido valientemente por la verdad durante un tiempo, cayeran bajo la tentación y deshonraran a Aquel que les había encomendado su obra, ¿probaría eso que el mensaje no era verdadero? No... El pecado -por parte de los mensajeros de Dios- alegraría a Satanás, y triunfarían quienes rechazaron mensaje y mensajeros. Pero eso en ningún modo exculparía a los responsables del rechazo del mensaje de Dios (Carta O-19, 1892).
Ahora, ¿qué pudo hacer que Jones y Waggoner perdiesen el rumbo? Si no fue ningún defecto inherente al mensaje, y si verdaderamente el Señor les confió un mensaje tan precioso, el comienzo de la lluvia tardía, ¿cuál debió ser la intensidad de la influencia o tentación capaz de vencerlos? El siguiente punto arroja luz sobre esa razonable pregunta.
Jones y Waggoner se vieron forzados a padecer “persecución anticristiana” de parte de sus hermanos, quienes los sometieron a presiones que nadie había sido llamado a soportar con anterioridad:
Quisiera que todos pudieran ver que el mismo espíritu que rechazó a Cristo, la luz que iba a disipar las tinieblas morales, está lejos de haber desaparecido en esta época...
Algunos pueden decir ‘no aborrezco a mi hermano, no soy tan malo como eso’. Pero ¡qué poco conocen sus propios corazones! Pueden pensar que manifiestan el celo de Dios en sus sentimientos hacia sus hermanos cuando las ideas de estos parecen estar de algún modo en conflicto con las suyas; afloran entonces sentimientos que nada tienen que ver con el amor... [Jones y Waggoner] pueden estar en oposición hacia sus hermanos, y no obstante, estar trayendo un mensaje de Dios al pueblo: precisamente la luz que necesitamos para este tiempo...
[Los que se oponen al mensaje] dan un paso tras otro en la dirección equivocada hasta que parece no haber otra salida que no sea continuar en ese camino, convencidos de que su sentimiento de amargura contra sus hermanos está justificado. ¿Soportará el mensajero del Señor la presión ejercida contra él? Si es así, es porque el Señor le ordena permanecer en la fuerza que le da, y vindicar la verdad que Dios le envía...
Siento gran pesar de corazón al ver la facilidad con la que se critica una palabra o acción de los pastores Jones o Waggoner. Cuán rápidamente olvidan muchas mentes todo el bien que ellos han hecho en los años del pasado reciente, y no ven evidencia de que Dios esté trabajando a través de esos instrumentos. Van a la caza de algo que condenar, y su actitud hacia esos hermanos que están comprometidos con celo en la práctica de una buena obra, demuestra que su corazón alberga sentimientos de enemistad y amargura... Dejad de acechar a vuestros hermanos con sospechas (Carta O-19, 1892).
Considérese la situación de Jones y Waggoner: era singular, sin parangón en la historia sagrada:
a. Sabían que su mensaje había venido del Señor.
b. Sabían que significaba el comienzo de la lluvia tardía.
c. Sabían que habían seguido la dirección del Señor al proclamarlo bajo las circunstancias en que lo hicieron.
d. Sintieron con agudeza lo que Ellen White describió como “odio”, “condenación”, “amargura” y “rechazo” de parte de sus hermanos en la fe. Las anteriores son expresiones literales que ella empleó, y la fecha de las cartas antes mencionadas indica que esos dolorosos sentimientos negativos de parte de sus hermanos continuaron después de las confesiones y arrepentimiento con lágrimas expresados por sus hermanos opositores entre 1890 y 1901 (ver Through Crisis to Victory 1888-1901, 82-114). La pluma inspirada desvela ante nosotros que esos “confesores” continuaron en su oposición, incapaces de evitar recaer nuevamente en el rechazo al mensaje, tal como habían hecho en la asamblea de 1888. (Ver artículo editorial de Uriah Smith en Review and Herald - 10 mayo 1892- oponiéndose a Waggoner y artículos posteriores en ese año oponiéndose a Jones; Ellen White, Carta S-24, 1892 y Carta del 9 de enero de 1893, así como Testimonios tan tardíos como de 1897, confirmando que la oposición continuaba).
e. En comparación con Jones y Waggoner, Lutero soportó una prueba relativamente fácil cuando enfrentó la virulenta oposición del papado y de la jerarquía católica hacia su mensaje. Cierto: el odio que el reformador debió sufrir revistió un carácter abierto y violento, tanto en el sentido dialéctico como en el físico. Pero lo que permitió a Lutero “soportar la presión que se ejerció contra él” (tomando prestada la frase que Ellen White aplicó a Jones y Waggoner) fue su comprensión del claro mensaje profético de Daniel y Apocalipsis. Lutero reconoció a Roma como la “bestia”, el “cuerno pequeño”, la “ramera”. La misteriosa oposición a la que tenía que hacer frente resultaba así explicable y justificada a la luz de la Palabra de Dios.
f. Pero los mensajeros del Señor en 1888 carecían de una tal explicación bíblica que les ayudase a soportar la presión ejercida en su contra. Ellos creían firmemente que la Iglesia Adventista del Séptimo Día era la verdadera iglesia remanente de la profecía bíblica. Tenían confianza en los principios de organización que acreditaban a la Asociación General como la máxima autoridad bajo la dirección de Dios. Reconocían en sus hermanos a los líderes divinamente escogidos para llevar a cabo la obra. Sabían que las inteligencias celestiales vigilaban con profundo interés el desarrollo del drama.
Ambos se implicaron en la defensa nacional de la libertad religiosa cuando el Congreso de los Estados Unidos estuvo a punto de promulgar una ley dominical, tal como nunca antes había sucedido en la historia de América: una evidencia inconfundible de que el mundo había alcanzado la situación propicia para la proclamación del fuerte pregón con poder hasta entonces desconocido. Y sabían que su generación estaba viviendo en el tiempo de la purificación del santuario, en el tiempo del juicio investigador, momento en el que de ninguna forma debía repetirse la ceguera espiritual de generaciones precedentes.
Y sin embargo, para su asombro, ¡nunca antes había registrado la historia un fracaso más vergonzoso por parte del pueblo de Dios para reconocer la inmensa oportunidad escatológica! Aparecía como un rechazo e incredulidad sin precedentes, por parte del moderno Israel. Precisamente en el momento en que los corazones de los propios mensajeros fueron estremecidos por el más profundo amor inspirado por Dios, un amor como el que nunca antes hubiesen conocido, vinieron a recibir un odio glacial de parte de sus hermanos a quienes el Señor llamaba a unirse con ellos en la misión.
A Jones y Waggoner les pareció el fracaso final y completo del plan de Dios. ¿Qué podían esperar más allá? Era una experiencia desconcertante.
g. Es significativa la fecha de las cartas de Ellen White antes mencionadas, por cuanto Waggoner fue enviado a Inglaterra en 1892 en condiciones de privación extrema. Un año antes Ellen White había sido enviada a Australia sin “luz por parte del Señor” de que fuese su voluntad que se la enviara a otro destino diferente de aquel al que fuera previamente llamada por la Asociación General. De esa manera quedó desarticulado el trío que proclamaba el mensaje de la justicia de Cristo en reuniones campestres, iglesias, seminarios y convenciones de obreros, así como en la obra personal. Jones y Waggoner tendrían que haber sido más que humanos para no sentir eso como una bofetada en la cara, y como el rechazo a su obra y mensaje especiales.
Ellen White resumió el impacto global de su reacción como virtual “persecución”:
Deberíamos ser los últimos en el mundo, en ceder en el más mínimo grado al espíritu de persecución contra aquellos que están llevando el mensaje de Dios al mundo. Lo que se ha manifestado entre nosotros desde el encuentro de Minneapolis, es la peor clase de espíritu anticristiano. Algún día se lo verá en su verdadera magnitud, con todo el peso de horror resultante (General Conference Bulletin, 1893, 184).
Para nosotros es hoy muy fácil sentenciar que los mensajeros debieron haber soportado la presión ejercida en su contra:
¿Soportará el mensajero del Señor la presión ejercida contra él? Si es así, es porque el Señor le ordena permanecer en la fuerza que le da, y vindicar la verdad que Dios le envía... (Carta 0-19, 1892).
Pero la sabiduría infinita de Dios previó que la vindicación de la verdad no iba a basarse en evidencias subjetivas procedentes de los mensajeros a quienes había sido encomendada. Decididamente ha sido su voluntad que la actual generación evalúe el mensaje basándose estrictamente en la evidencia inherente al mensaje mismo, sin la colaboración de factores que superficialmente constituirían la evidencia subjetiva decisoria. Nuestra generación debe evaluar el mensaje de 1888 de la misma manera en que este fue presentado a aquella generación: con la inclusión de la piedra de tropiezo de las personalidades humanas defectuosas a modo de percha, provista a fin de que aquellos que secretamente abrigan incredulidad, puedan colgar allí sus dudas. No hay mejor forma en la que la fe pueda desarrollarse hasta su perfección. Nuestra obra hoy es vencer plenamente allí donde aquella generación fracasó.
Ellen White atribuye “en gran medida” el fracaso de Jones y Waggoner a una razón bien distinta de la que atribuyó regularmente a los apóstatas:
No es la inspiración celestial la que hace que uno se entregue a las sospechas, acechando la ocasión y esperando con ansia el momento de poder probar que aquellos hermanos que difieren de nosotros en alguna interpretación de la Escritura no están sanamente fundados en la fe. Hay peligro de que esa forma de actuar venga a producir justamente los resultados que se habían supuesto; y en gran medida la culpabilidad recaerá en aquellos que están al acecho del mal...
La oposición en nuestras filas ha impuesto a los mensajeros del Señor [Jones y Waggoner] una labor extenuante y que pone a prueba el alma, ya que han debido enfrentar dificultades y obstáculos que nunca debieron existir...
El amor y la confianza constituyen una fuerza moral que debiera haber unido nuestras iglesias, asegurando armonía de acción; pero la desconfianza y la frialdad han traído la desunión que nos ha privado de la fuerza (Carta, 6 de enero de 1893; General Conference Bulletin, 1893, 419).
Cuando los apóstatas dejan la membresía del pueblo de Dios, abandonando las doctrinas que una vez sostuvieron, nuestro veredicto suele ser: “Salieron de nosotros, mas no eran de nosotros; porque si fueran de nosotros, hubieran cierto permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que todos no son de nosotros” (1 Juan 2:19). Pero la evidencia no apoya tal deducción en el caso de Jones y Waggoner. Eran de nosotros, puesto que Dios les encomendó el tan precioso mensaje. Pero somos responsables en gran medida, ya que el modo en que los juzgamos, desprovisto de caridad, vino a producir el mismo resultado objeto de la sospecha.
El que nos permitamos en nuestros días albergar prejuicio u oposición al mensaje de 1888 en razón del fracaso de los mensajeros, es evidencia de que hemos entrado en “un engaño fatal”:
Es muy posible que los pastores Jones y Waggoner puedan ser derrotados por las tentaciones del enemigo; pero de ocurrir así, eso no probaría que no habían recibido el mensaje de Dios, ni que toda su obra hubiese sido un error. Pero si eso sucediera, cuántos tomarían esta posición, entregándose a un engaño fatal a causa de no estar bajo el control del Espíritu de Dios... Sé que esa es precisamente la posición que muchos tomarían si alguno de estos cayera finalmente, y oro para que los hombres sobre los que Dios ha puesto la carga de una obra solemne sean capaces de dar a la trompeta un sonido certero y honrar a Dios a cada paso, y que su camino pueda iluminarse más y más en todo momento hasta el fin del tiempo (Carta S-24, 1892).
Lamentablemente, la oración de Ellen White no fue contestada de acuerdo con sus deseos. Satanás se alegró, y triunfaron aquellos que rechazaron el mensaje y al mensajero. Muchos han entrado por décadas en ese “engaño fatal”, sintiéndose justificados en su negligencia y oposición a esos elementos de la verdad que por designio divino significan el comienzo de la lluvia tardía y el fuerte pregón.
Ha llegado ahora el momento de una valoración más objetiva de la evidencia, para que “el tiempo no [sea] más... y el misterio de Dios sea consumado” en esta, nuestra generación.