Lecciones de la Biblia, Profecías, Justicia Por La Fe
Capítulo 4
Cristo, tentado como nosotros
Al considerar las ideas básicas que hicieron del mensaje de 1888 de la justicia de Cristo algo único y eficaz, permaneceremos muy próximos a los comentarios paralelos de Ellen White sobre el mensaje e historia de la época. Su descripción de las reuniones de reavivamiento en South Lancaster, a principios de 1889, nos dirige al núcleo vital del mensaje de Jones y Waggoner:
Tanto los alumnos como los maestros han participado grandemente de las bendiciones de Dios. La obra profunda del Espíritu de Dios fue sentida en casi todos los corazones. Los que asistieron a la reunión dieron un testimonio unánime de que habían obtenido una experiencia que sobrepasaba todo cuanto hubiesen conocido antes...
Nunca he visto un reavivamiento avanzar en forma tan completa, y sin embargo estar libre de toda excitación indebida. No hubo llamados apresurados o invitaciones. No se pidió a los miembros que pasaran adelante, pero hubo la solemne constatación de que Cristo vino a llamar, no a justos, sino a pecadores al arrepentimiento... Parecíamos respirar la atmósfera misma del cielo... Qué bella representación fue para el universo el ver cómo hombres y mujeres caídos contemplaron a Cristo. Fueron cambiados, tomando la impronta de su imagen en sus almas... Se vieron a sí mismos depravados y degradados de corazón... Eso subyuga el orgullo del corazón, y significa una crucifixión del yo (Review and Herald, 5 marzo 1889).
El núcleo central del mensaje de Jones y Waggoner era la noción de un Cristo divino, eternamente preexistente, viniendo a rescatar al hombre allí donde este se encuentra, tomando sobre su naturaleza impecable nuestra naturaleza pecaminosa, y experimentando todas nuestras tentaciones en su alma, pero triunfando completamente de ellas. Esa era la justicia de Cristo, dinámica y gloriosa: el fruto del conflicto de toda una vida hasta la misma “muerte de cruz” (Fil 2:8). Refiriéndose a la misma reunión, Ellen White expresó su gozo en los siguientes términos:
El sábado por la tarde fueron tocados muchos corazones, y muchas almas se alimentaron del pan que descendió del cielo... El Señor vino muy cerca y convenció a las almas de la gran necesidad de su gracia y amor. Sentimos la necesidad de presentar a Cristo, no como el Salvador que estaba alejado, sino cercano, al alcance de la mano (Id.)
La clave para comprender el centro del mensaje de 1888 radica en la frase: “El Salvador que no estaba alejado, sino cercano, al alcance de la mano". Aquel que es “el camino, la verdad y la vida”, se manifestó a la juventud del Colegio como Uno que está “cercano, al alcance de la mano”, “Emmanuel... Dios con nosotros”; no con él solamente, sino “con nosotros” (Mat 1:23).
¿Quién es Jesucristo?
En el mensaje de 1888 se nos presenta de una forma singular. Y la desconcertante historia del mensaje demuestra la gran controversia entre Cristo y Satanás. Revélese a Cristo en su plenitud, y se levantará la oposición de Satanás. ¿Fue Cristo realmente “tentado en todo según nuestra semejanza”, tanto desde su interior como desde el exterior? ¿O bien fue tan diferente de nosotros que no pudo sentir nuestras tentaciones internas? ¿Podía sentir como nosotros sentimos? ¿Era verdadera y realmente humano? ¿Fue tentado solamente como lo fue Adán en su pureza, o bien fue tentado como lo somos nosotros?
Lo dicho por Ellen White en esa reunión temprana, en cuanto a que Cristo se reveló en el mensaje como Alguien cercano, a la mano, nos proporciona la clave inicial. Ella especificó “sentimos la necesidad” de presentarlo en ese modo. Ellen White se alistó sinceramente con Jones y Waggoner en sus presentaciones.
Eso fue lo que tanto impresionó su alma en ese “reavivamiento”. “Tanto los alumnos como los maestros” “contemplaron a Cristo”. Eso era genuina justificación por la fe, ya que subyugó “el orgullo del corazón, y [significó] crucifixión del yo”. “¿Qué es justificación por la fe? Es la obra de Dios abatiendo la gloria del hombre en el polvo, y haciendo por el hombre lo que no está a su alcance hacer por él mismo” (The Faith I Live By, 111, de Special Testimonies, Serie A, nº 9, 62).
Echemos una ojeada a una muestra simple y clara del mensaje de Jones-Waggoner de la justicia de Cristo “en semejanza de carne de pecado”. Waggoner explica lo que siempre enseñó, desde y antes de la asamblea de 1888:
Se me han hecho dos preguntas, que voy a leer ahora. Una de ellas dice: ‘Lo santo que nació de la virgen María, ¿nació en carne pecaminosa?, y ¿tenía esa carne que contender con las mismas tendencias al mal que nosotros?’...
Nada sé sobre la cuestión, excepto lo que leo en la Biblia; pero lo que leo es tan claro y categórico que me da esperanza inquebrantable [Voces: ¡Amén!] Tuve mi tiempo de desánimo, desaliento e incredulidad, pero doy gracias a Dios que eso pasó ya. Lo que me producía desánimo durante años, a lo largo de mi vida, tras intentar servir al Señor tan ferviente y sinceramente como uno puede hacerlo, lo que hacía desistir a mi alma y decir: ’es inútil, no puedo’, era el conocimiento, en cierta medida, de la debilidad de mi propio yo, y el pensamiento de que aquellos que en mi opinión estaban obrando lo recto, y los santos hombres del pasado de los que leemos en la Biblia debían tener una constitución diferente a la mía, de modo que para ellos era posible obrar lo recto. Numerosas experiencias tristes me demostraron que todo cuanto yo podía hacer era el mal...
Os pregunto: si Jesucristo, establecido por el Padre como Salvador, quien vino aquí a mostrarme el camino de la salvación, en quien sólo hay esperanza; si su vida aquí en la tierra fue una farsa, entonces ¿dónde está la esperanza? [Voz: desaparece]. Pero decís: ‘La pregunta presupone precisamente lo contrario a asumir que su vida fuese una farsa, ya que supone que fue perfectamente santo, tan santo que ni siquiera tuvo jamás un solo mal contra el que luchar’.
A eso es justamente a lo que me refiero. Leo que él ‘fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado’. Leo cómo oró toda la noche. Leo de su oración en una agonía tal, que manaban de su rostro gotas de sudor como sangre; pero si todo ello fue simplemente fingido, no más que una exhibición, si pasó por todo ello sin haber nada en realidad; si no fue realmente tentado, sino que quería ilustrar la conveniencia de orar, ¿de qué me sirve a mí? Me quedo peor que estaba.
Pero ¡Ah!, si hay Uno -y en el si no se debe ver ninguna implicación de duda. Más bien diré: puesto que hay Uno que pasó por todo aquello a lo que yo pueda ser llamado alguna vez a pasar, que resistió más que cuanto pueda ser llamado personalmente a resistir, [Voces: ¡Amén!], quién sufrió tentaciones más poderosas que las que jamás me hayan asaltado a mí personalmente, que estaba constituido en todo respecto como yo -sólo que en circunstancias aún peores que las mías-, que afrontó todo el poder que el diablo puede ejercer a través de la carne humana y sin embargo no conoció pecado, entonces puedo alegrarme con gozo indescriptible. [Voces: ¡Amén!]... Y todo cuanto hizo hace unos mil novecientos años, es lo que sigue siendo poderoso para hacer, lo que hace en todos cuantos creen en él (General Conference Bulletin, 1901, 403-404).
Antes de seguir, observemos lo que quiso expresar Waggoner:
Cristo fue tentado realmente como lo somos nosotros; oró porque necesitaba hacerlo; estaba “constituido en todo respecto como yo”, con la excepción de que no cometió pecado; enfrentó “todo el poder que el diablo puede ejercer a través de la carne humana” (mediante tentaciones internas y externas).
Sin embargo, Cristo “no conoció pecado”, y demostró en su carne y vida una justicia perfecta.
Todos cuantos creen en él verdaderamente, conocerán su poder para salvarlos de pecar.
Pero para ser justos, debemos oír la continuación de Waggoner, donde considera la posición católica romana sobre la naturaleza de Cristo en la carne:
¿Fue Cristo, lo santo que nació de la virgen María, nacido en carne pecaminosa? ¿Habéis oído alguna vez sobre la doctrina católica romana de la inmaculada concepción? ¿La conocéis? Algunos habréis probablemente supuesto que consiste en que Cristo nació sin pecado. Eso no es de ninguna manera el dogma católico. La doctrina de la inmaculada concepción dice que María, la madre de Jesús, nació sin pecado. ¿Por qué? Aparentemente para magnificar a Cristo. En realidad, es la obra del diablo en establecer una amplia sima entre Jesús, el Salvador de los hombres, y los hombres a quienes vino a salvar, de manera que uno no pueda pasar hacia el otro (Id. 404).
Esa amplia sima es la misma que sintió la necesidad de evitar Ellen White en la declaración del 5 de marzo de 1889, cuando dijo que “sentimos la necesidad de presentar a Cristo, no como el Salvador que estaba alejado, sino cercano, al alcance de la mano". En 1901, Waggoner era al corriente de la oposición al mensaje de 1888. Continuó en estos términos:
Cada uno de nosotros necesita saber si está apartado o no de la iglesia de Roma. Una gran proporción de gente ha recibido ya las marcas, pero de una cosa estoy seguro: todas las almas congregadas aquí esta noche están deseosas de conocer el camino de verdad y justicia [Congregación: ¡Amén!], y no hay nadie aquí que esté inconscientemente adherido a los dogmas del papado, que no desee liberarse de ellos.
¿No veis que la idea de que la carne de Jesús no fuese como la nuestra (porque sabemos que la nuestra es pecaminosa) implica necesariamente la noción de la inmaculada concepción de María? Considerad, por el contrario: en él no hubo pecado, sino el misterio de Dios manifestado en la carne... la perfecta manifestación de la vida de Dios en su impecable pureza, en medio de carne pecaminosa. [Congregación: ¡Amén!] ¿No es eso una maravilla?
Supongamos por un momento que aceptamos la idea de que Jesús estuvo tan separado de nosotros, es decir, fue tan diferente de nosotros, que no tenía en su carne nada contra lo que contender. Que poseía carne no pecaminosa. Entonces, por necesidad, el dogma de la inmaculada concepción de María se convierte en un corolario natural. Pero ¿por qué pararse ahí? Si María nació en carne no pecaminosa, entonces la madre de esta también debió nacer en carne similar. Pero no podemos pararnos tampoco ahí. Hemos de ir a la madre de esta última... y así hasta llegar a Adán. ¿Resultado? -Nunca existió la caída. Adán no pecó nunca, y rastreando así las huellas encontramos la identidad esencial del catolicismo romano y del espiritismo...
[Cristo] fue tentado en la carne, sufrió en la carne, pero tenía una mente que jamás consintió al pecado...
Estableció la voluntad de Dios en la carne, y estableció el hecho de que la voluntad de Dios puede ser cumplida en toda carne humana, pecaminosa...
Todo cuerpo, vuestro cuerpo y el mío, están, por designio de Dios, en disposición de que en ellos sea hecha su [divina] voluntad (Id. 404-405)
La idea que Waggoner presenta aquí es que lo que Cristo cumplió venciendo en su carne, lo puede cumplir también en la carne de todo quien cree verdaderamente en él. Véase su conclusión:
Cuando Dios da al mundo ese testimonio de su poder para salvar hasta lo sumo, para salvar seres pecaminosos y para vivir una vida perfecta en carne pecaminosa, remediará la impotencia, proporcionando mejores circunstancias en las que vivir. Pero primeramente esa maravilla debe ser obrada en el hombre pecaminoso, no simplemente en la persona [carne] de Jesucristo, sino en él reproducido y multiplicado en los miles de seguidores suyos. No sólo en unos pocos casos esporádicos, sino en todo el cuerpo de la iglesia será manifestada al mundo la perfecta vida de Cristo, y esa será la obra cumbre final que, o bien salvará, o bien condenará a los hombres...
Cuando nos aferramos a eso, tenemos vida sana en carne mortal, y nos gloriaremos en las debilidades... Me puedo sentir perfectamente satisfecho sin conocer mayor gozo que ese, que Jesús nos da la experiencia del poder de Cristo en carne pecaminosa; someter y subyugar a su voluntad esta carne pecaminosa. Es el gozo de la victoria; y cuando eso ocurre, está más que justificada una exclamación de triunfo...
Nos da la victoria partiendo de la derrota; nos eleva desde el fondo del pozo y nos hace sentar con Cristo en lugares celestiales. Puede tomar la criatura nacida en pecado, quizá incluso el fruto de la concupiscencia, y puede hacerla sentar junto a los príncipes del pueblo de Dios. El Señor nos ha mostrado eso en que no nos negó a su propio Hijo... Nos hemos lamentado por el hecho de heredar tendencias al mal, naturalezas pecaminosas, casi hemos desesperado al no poder superar esos males heredados, ni resistir esas tendencias al pecado... Jesucristo ‘fue hecho de la simiente de David según la carne’ (Rom 1:3)... no se avergonzó de llamarse hermano de hombres pecaminosos...
Vemos, pues, que al margen de cuál haya podido ser nuestra herencia por naturaleza, el Espíritu de Dios tiene tal poder sobre la carne, que puede revertir todo eso hasta lo sumo, y hacernos participantes de la naturaleza divina...
Que Dios nos ayude a ver algunas de las posibilidades gloriosas en el evangelio... de forma que podamos decir: ‘El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mis entrañas’ (Sal 40:8), revelando su poder incluso en mi carne mortal, pecaminosa, para eterna alabanza de la gloria de su gracia (Id. 406-408).
Esas nociones de la justicia de Cristo son idénticas a las que presentó Waggoner antes e inmediatamente después de la Asamblea de 1888. La idea básica permaneció clara y libre de distorsión. Véase lo que escribió a G.I. Butler el 10 de febrero de 1887, publicándolo después en 1888:
Lea Romanos 8:3 y comprenderá la naturaleza de la carne de la que fue hecho el Verbo...
‘Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne’. Cristo nació en semejanza de carne de pecado [se citan Fil 2:5-7 y Heb 2:9]...
Esos textos muestran que Cristo tomó sobre sí la naturaleza del hombre, y como consecuencia estaba sujeto a la muerte. Vino al mundo con el propósito de morir, de tal manera que desde el principio de su vida en esta tierra se halló en la misma condición de aquellos a quienes vino a salvar con su muerte. Ahora lea Romanos 1:3: ‘Acerca de su Hijo, que fue hecho de la simiente de David según la carne’. ¿Cómo era la naturaleza de David ‘según la carne’? Pecaminosa, ¿no le parece? Dice David: ‘He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre’ (Sal 51:5). No se horrorice, no estoy implicando que Cristo fuese pecador... [se cita Heb 2:16-17].
El ser semejante en todo a los hermanos (Heb 2:17) es lo mismo que ‘en semejanza de carne de pecado’, ‘hecho semejante a los hombres’ (Fil 2:7). Una de las cosas más animadoras de la Biblia es el conocimiento de que Cristo tomó sobre sí la naturaleza del hombre, el saber que sus antepasados según la carne eran pecadores. Cuando leemos los registros de las vidas de los antepasados de Cristo y vemos que tenían todas las debilidades y pasiones que nosotros tenemos, comprendemos que nadie tiene derecho a excusar sus actos pecaminosos evocando el factor hereditario. Si Cristo no hubiese sido hecho en todo semejante a los hermanos, entonces su vida sin pecado no sería motivo de ánimo para nosotros. Podríamos mirarle con admiración, pero sería el tipo de admiración que produce desánimo y desesperanza... [se cita 2 Cor 5:2].
Ahora, ¿cuándo fue hecho Jesús pecado por nosotros? Tiene que haber sido cuando fue hecho carne y comenzó a sufrir las tentaciones y debilidades consustanciales a la carne pecaminosa. Pasó por cada fase de la experiencia humana, siendo ‘tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado’ (Heb 4:15). Fue ‘varón de dolores, experimentado en quebranto’. ‘Llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores’ (Isa 53:3-4); y según Mateo, esa Escritura se cumplió mucho antes de la crucifixión. De manera que afirmo que su nacer bajo la ley es una consecuencia necesaria de su nacimiento en semejanza de carne de pecado, de haber tomado sobre sí la naturaleza de Abraham. Fue hecho como el hombre, a fin de poder pasar por el sufrimiento de la muerte. La cruz estuvo siempre ante él desde su tierna infancia.
Usted dice: ‘En cuanto a que él tomó voluntariamente sobre sí los pecados del mundo en su gran sacrificio sobre la cruz, lo admitimos [los líderes de la Asociación General y la Review and Herald]; pero él no nació bajo su condenación. De él, que fue puro, que no cometió un solo pecado en toda su vida, el decir que nació bajo la condenación de la ley, sería una manifiesta perversión de la sana teología’ (Butler, The Law in Galatians, 58).
Puede que sea una perversión de la teología, pero armoniza exactamente con la Biblia, que es lo importante...
Dado que Jesús jamás cometió pecado, se muestra sorprendido ante la idea de que naciera bajo la condenación de la ley. No obstante, admite que en la cruz estuvo bajo la condenación de la ley. ¡Vaya! ¿Entonces sí cometió pecado? -De ninguna manera. Bien, pues si Jesús pudo estar bajo la condenación de la ley en algún momento en su vida, sin pecar por ello, no veo razón por la cual no lo pudiese estar en otro momento, y seguir sin pecado...
Sencillamente, no puedo entender cómo pudo Dios manifestarse en la carne, y en semejanza de carne de pecado... Simplemente acepto la declaración de las Escrituras de que sólo así pudo venir a ser el Salvador del hombre; y me gozo en saber que así sea, porque es gracias a que él fue hecho pecado, que yo puedo ser hecho justicia de Dios en él (Waggoner, The Gospel in Galatians, 1888, 60-62).
Lo que hace interesante esa cita más bien larga a propósito de la naturaleza de Cristo es que Waggoner la publicó en 1888, y solamente tras haber madurado el tema en su mente durante un año aproximadamente.
A partir de entrevistas con la viuda de Waggoner, Froom nos informa que esta tomó a mano las presentaciones de su marido en la asamblea de 1888, transcribiéndolas después. Waggoner las editó posteriormente para artículos en The Signs of the Times, publicándolas después en los libros Cristo y su justicia y otros. (Froom, Movement of Destiny, 200-201). Waggoner tuvo apenas tiempo para deshacer las maletas, de regreso de la Asamblea de 1888, al escribir lo siguiente en Signs of the Times (el 21 de enero de 1889), probablemente a partir de los apuntes antes referidos; el mismo pasaje se encuentra, con ligeras modificaciones, en Cristo y su justicia, 26-29:
No será necesario reflexionar mucho para comprender que si Cristo tomó sobre sí mismo la semejanza de hombre a fin de poder redimir al hombre, tuvo que ser el hombre pecaminoso al que debió ser hecho semejante, puesto que es al hombre pecaminoso a quien vino a redimir. La muerte... no hubiese podido tener ningún poder sobre Cristo si el Señor no hubiera puesto en él la iniquidad de todos nosotros. Más aún: el hecho de que Cristo tomó sobre sí la carne, no de un ser inmaculado, sino de uno pecaminoso, es decir: que la carne que él asumió tenía todas las debilidades y tendencias pecaminosas a las cuales la naturaleza humana caída está sujeta, se ve por la declaración de que “fue hecho de la simiente de David según la carne” (Rom 1:3).
Aunque su madre fue una mujer pura y bondadosa, como no cabría esperar menos, nadie dudará que la naturaleza humana de Cristo debió haber sido mucho más sujeta a las debilidades de la carne que si hubiese nacido antes de que la raza se hubiera deteriorado tan grandemente en lo físico y en lo moral... [cita Heb 2:16-18 y 2 Cor 5:21].
Eso es aun más categórico que declarar que fue hecho “en semejanza de carne de pecado”. Fue hecho pecado... Sin pecado, sin embargo, no solamente contado como pecador, sino en realidad tomando sobre sí la naturaleza pecaminosa... [cita Gál 4:4-5].
Jesús pasó noches enteras orando al Padre. ¿Por qué tendría que hacerlo si no hubiese sido oprimido por el enemigo mediante las debilidades heredadas de la carne? ‘Por lo que padeció aprendió la obediencia’ (Heb 5:8). Jamás fue desobediente, ya que ‘no conoció pecado’ (2 Cor 5:21), pero por las cosas que padeció en la carne, aprendió aquello con lo que tiene que contender el hombre en sus esfuerzos por ser obediente...
Algunos han pensado, por lo leído hasta aquí, que rebajamos el carácter de Jesús por denigrarlo hasta el nivel del hombre pecaminoso. Al contrario: estamos precisamente exaltando el poder divino de nuestro bendito Salvador, quien descendió voluntariamente al nivel del hombre pecaminoso para que pudiera exaltar al hombre a su propia pureza inmaculada, la cual retuvo bajo las circunstancias más adversas. Su humanidad solamente veló su naturaleza divina, por la cual estaba conectado inseparablemente con el Dios invisible, y que fue más que capaz de resistir exitosamente la debilidad de la carne. Hubo en toda su vida una lucha. La carne, afectada por el enemigo de toda justicia, tendía a pecar, sin embargo, su naturaleza divina nunca albergó, ni por un momento, un mal deseo, ni vaciló jamás su poder divino. Habiendo sufrido en la carne todo lo que la humanidad pueda jamás sufrir, regresó al trono del Padre tan inmaculado como cuando dejó las cortes gloriosas... Por lo tanto, cobre ánimo toda alma cansada, débil y oprimida por el pecado. Acérquese “con segura confianza al trono de la gracia”, donde puede estar seguro de encontrar gracia auxiliadora para la hora de la necesidad, porque esa necesidad es sentida por nuestro Salvador en esa misma hora.
Los observadores habrán notado que Waggoner no dijo que Cristo “tenía” una naturaleza pecaminosa. Lo que dijo fue que “tomó” nuestra naturaleza pecaminosa, una naturaleza que poseía en ella misma toda la capacidad de ser tentada desde dentro y desde fuera, una naturaleza como la nuestra, con todos los resultados de nuestra herencia. Pero Jesús no cedió ni por un momento.
¿Apoyó Ellen White plenamente este concepto de la justicia de Cristo? En la misma asamblea de 1888, dijo: “Veo la belleza de la verdad en la presentación de la justicia de Cristo en relación con la ley, tal como el doctor [Waggoner] la ha expuesto ante nosotros... Lo presentado armoniza perfectamente con la luz que Dios ha tenido a bien darme en los años de mi experiencia" (Manuscrito 15, 1888).
“La justicia de Cristo en relación con la ley” no se refiere, obviamente, a su santidad en la época previa a su encarnación, sino a su carácter y sacrificio cuando fue encarnado “en semejanza de carne de pecado”. Como ya hemos visto, Waggoner aclaró a Butler que su convicción sobre Cristo era que “su nacer bajo la ley es una consecuencia necesaria de su nacimiento en semejanza de carne de pecado, de haber tomado sobre sí la naturaleza de Abraham”. No se puede concebir que Ellen White calificase el concepto de “la justicia de Cristo en relación con la ley” de Waggoner, como “belleza de la verdad”, a menos que incluyese la formidable noción de Cristo tomando “nuestra naturaleza pecaminosa”, y sin embargo, desarrollando un carácter perfectamente impecable.
De hecho, Ellen White la apoyó con entusiasmo:
Cuando el hermano Waggoner expuso esas ideas en la asamblea de Minneapolis, esa fue la primera vez que oí de labios humanos una enseñanza clara sobre el tema, a excepción de conversaciones mantenidas con mi marido. Me decía: lo veo tan claramente debido a que Dios me lo ha presentado antes en visión, y [los hermanos que se oponían] no pueden verlo porque a ellos no les ha sido presentado como a mí, y cuando otro lo presentó, cada fibra de mi corazón decía Amén (Manuscrito 5, 1889).
¿Cómo habría podido Ellen White decir algo así, si el mensaje de Waggoner hubiera significado meramente una enfatización de las ideas de Lutero y Calvino?